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POR ELISA GUADALUPE CUEVAS LANDERO *
Esto sí me conmueve;
esto sí me interesa;
esto quisiera abordar.
¿Con qué ojos mira Chaplin el mundo?
Serguei Eisenstein, sobre Charles Chaplin.
Tomo de ejemplo cuatro filmes mexicanos estrenados durante 2018, 2019 y 2020: Las niñas bien, Ya no estoy aquí, Cindy la regia y Lady rancho, los cuales han sido ampliamente difundidos a través de las plataformas donde se divulga mayormente la actividad cinematográfica hoy. Y, por eso, se les puede considerar altamente exitosos.
Exhiben un mundo irreal donde la materialización y subjetivización son los elementos centrales; muestran una realidad material de desigualdad. Si los vemos y no los analizamos, solamente dejamos que nos distraigan (por ser tres de ellos comedias) no percibiremos la trascendencia que tienen en cuanto a transmisión de valores racistas, violencia de género, discriminación por clase social, injusticia y diversos clichés. Ya de por sí desde los títulos existe un halo de segregación, o digamos, un estigma, respecto a lo ranchero, la llamada provincia mexicana y las mujeres que son niñas bien debido a su nivel económico.
Las nuevas formas de ver cine provocan que las imágenes lleguen hasta los espacios más íntimos y se filtren con esa serie de símbolos sociales llenos de prejuicios, como simples guasas, bromas o doble sentido (imágenes fantasmagóricas, irreales que parecen reales).
Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella, 2018), obtuvo en el Festival de Cine de Málaga, España, el premio a Mejor Película Iberoamericana e Ilse Salas fue distinguida como Mejor Actriz. Está basada en un libro de Guadalupe Loaeza, escritora que siempre ha jugado con el estereotipo dual aplicado a ella misma: entre la crítica y la real experimentación de la llamada superioridad de clase debido al uso de blusas de seda, bolsos caros de diseñador, haber asistido a una escuela francesa, vivir en la zona de Polanco. Eso mismo es transmitido al filme a través del guion.
En la adaptación que se hace en Las niñas bien podemos observar a un grupo social que, aunque sus bienes materiales no representan grandes capitales, sí constituyen un stock que les permite experimentarse como ricos y superiores. Si bien no son una clase capitalista, como podría ser un accionista mayoritario de la Ford, de Volkswagen, de una fábrica aeroespacial o el mismísimo Elon Reeve Musk, impulsor de la llamada inteligencia artificial, sí constituye un grupo privilegiado porque posee casas en Bosques de las Lomas -zona icónica por su magnificencia en construcción de grandes residencias de la Ciudad de México-, autos de lujo, vestidos comprados en el extranjero, bolsos y zapatos de diseñador.
El estereotipo de mujer “bien” recae en aquella que posee todo lo enumerado en el párrafo anterior y, aunque la protagonista (Ilse Salas en el rol de Sofía) sostiene que no le gusta el clasismo de los distintos Méxicos, –sobre los que hay que profundizar y tratar en el caso de las mujeres de clase alta, educadas para ser esposas de hombres de alcurnia–, es interesante ver cómo también llega a argumentar que ya las mujeres han cambiado a partir del feminismo; que se han dado los primeros pasos en el sentido de la liberación de la mujer (cuando afectada por la crisis económica que atraviesa el país en la época de José López Portillo, su marido queda en bancarrota y empieza a cambiar de parecer; aunque en la subjetivación del personaje Sofía se reconoce como “superior” a una “amiga” cuya supremacía económica es patente en una fiesta, y la sigue tratando de forma despectiva y como “nueva rica”).
Es interesante ver, a través de Las niñas bien, cómo asume Sofía la decadencia y caída económica de un grupo que vivió en privilegio, pero que con la crisis de 1982 tocó fondo. Además del clasismo puede verse cómo el discurso de los personajes masculinos refuerza una visión de violencia intrafamiliar y machismo; justificado por la esposa que se ve desvalorizada por los bienes materiales perdidos.
En los siguientes tres ejemplos encontraremos filmes que tratan de adolescentes de la generación de los llamados millenials: son ninis (ni estudian ni trabajan) y, aunque pertenecen a diferentes contextos socioeconómicos, parece ser que su futuro es el de permanecer como ninis toda su vida, hasta donde el espectador alcanza a ver: unos porque no quieren y otros porque no pueden.
Ya no estoy aquí (Fernando Frías de la Parra, 2019), se estrenó en 2020 en Netflix. Es un drama basado en la vida de un grupo de amigos de barrio pobre –casi marginal– de Nuevo León, aficionado al baile. Se sustenta en una historia real de 2002, época en que se empezó a desarrollar la llamada guerra contra el narcotráfico en México, que obligó a muchas personas a huir del país, ante la violencia que se empezó a vivir y se incrementó con-forme avanzó el siguiente sexenio presidencial.
En Ya no estoy aquí el rol central recae en Juan Daniel García Treviño, Derek, quien da vida a Ulises Sampiero, líder en el baile de la cumbia colombiana llamada rebajada. El rodaje se llevó a cabo en las afueras de Monterrey, donde el grupo de protagonistas vive una situación de marginación social y participa en un movimiento contracultural cimentado en la música y el baile.
Se hacen llamar los terkos, así con k y gustan de la música de Kolombia llamada kumbia, también con k. La frase que los identifica es la de Terkos; que siempre utilizan cuando se despiden o se presenta una situación de emergencia donde debe ser utilizado su grito de identidad para fortalecer los lazos de solidaridad con el grupo. En la introducción del filme se describe la palabra terko, con esta grafía: tå?r-ko y su significado es: obstinado irreductible, firme e inamovible en su actitud. Desde las primeras tomas se muestra una enorme urbe central con cinturones de pobreza como la colonia donde viven los protagonistas. Casas en la punta del cerro sin los trazos ni servicios aparentes de la urbe moderna, como es la parte próspera de Monterrey.
Ulises Sampiero vive identificado con su grupo y disfruta de la música colombiana mezclada con ritmos modernos y la vida sin plan aparente que lleva, pero un incidente lo hace huir rumbo a Estados Unidos, donde logra acercarse a una muchacha de origen asiático avecindada legalmente en ese país, con quien establece una buena relación pero, por discriminación, el padre de la chica le prohíbe acercarse a ella y al negocio -una tienda- en el que había comenzado a trabajar.
A Ulises se le complican las posibilidades de mantenerse a sí mismo y poder sobrevivir; las oportunidades son pocas para un migrante que es discriminado por su apariencia física, su peinado, su origen y demás características personales. Logra trabajar, pero no se integra a los grupos que lo acogen; o porque descubren que es un ilegal, o porque es rechazado por su cultura, entre otras cosas por su afición a la música y al baile colombianos.
Además de ser desempleado y sin una casa donde vivir, tiene que enfrentar la pérdida de solidaridad de grupo. Pese al enamoramiento pasajero de la muchacha oriental, la convivencia le resulta compleja porque los símbolos subjetivados de la comunidad a la que pertenece son justo el punto de quiebre, no los comparte con los jóvenes con los que trata de convivir en Estados Unidos; a pesar de que también son latinoamericanos, ya están adaptados a los valores de ese país, a Ulises le resulta difícil ver y aceptar que no les guste, por ejemplo, la kumbia kolombiana.
Ulises se ve obligado a regresar a un país, un estado y una colonia, donde el futuro es nada promisorio, debido a que no posee ninguna instrucción ni posibilidad de vincularse a trabajo o estudio que le permita otro tipo de vida que no sea la que siempre tuvo, de enormes necesidades afectivas en primer lugar y materiales, en segundo. El narcotráfico parece ser la única alternativa. O vincularse a la iglesia como le propone un amigo que encuentra a su regreso predicando, pero que a él no le agrada.
A pesar de la fiesta que viven los personajes en algunas escenas de la película, donde prevalece el baile y la música colombiana, por cierto, muy alegre, el telón de fondo de todo el filme es el gris; tono que lo da el país que está viviendo situaciones de muerte, desigualdad y violencia generalizada.
En Ya no estoy aquí sobresalen son los valores simbólicos y subjetivos de grupo (por edad, gusto musical y valores culturales en general) que hacen aparecer a los personajes, niños, niñas y adolescentes mujeres y hombres, muy unidos al principio de la historia, pero al romperse, por un asesinato colectivo, el narcotráfico y la violencia, que se vive en Monterrey (se dice que le cortaron la cabeza a uno de los muchachos de la tribu urbana de «Los Pelones», debido a la persecución contra narcotraficantes); se desvinculan los lazos para dejar en la soledad y sin alternativa a los menores de edad que aspiran a un futuro mejor, pero que no tienen oportunidad de estudiar ni de trabajar a no ser que lo hagan dentro del círculo del tráfico de drogas; como le queda claro al protagonista cuando regresa de Estados Unidos -de donde la migra lo expulsó-.
A contrario sensu del personaje central Ulises, que no tiene esperanza alguna de salir del pozo de pobreza, discriminación y marginación en que vive; la protagonista de Cindy la regia (Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón, 2020), también tiene por escenario Monterrey, así como la Ciudad de México, pero con evidentes diferencias socioeconómicas: Cindy está presa en su clase social y, como Ulises, se siente sin un futuro propio.
Cindy la regia es una comedia jocosa, donde la protagonista, interpretada por Cassandra Sánchez Navarro, sí tiene esperanzas de vivir en el auge económico (por su padre empresario o por el novio con el que está comprometida a casarse), aunque al igual que Ulises no tiene una formación académica solvente. La diferencia se centra en las circunstancias económicas y los valores culturales en ambos casos, que hacen de ellos unos ninis, pero de diferentes estratos sociales.
Estas películas son drama y comedia, respectivamente. Sin embargo, encontramos en ellas contenidos que pueden interpretarse como ejemplo de lo que hoy se percibe como “lucha de clases” o de desigualdad social. Aunque son dos géneros distintos, la temática es la misma: el qué hacer de dos jóvenes que enfrentan la miseria humana en primer lugar y uno de ellos la pobreza económica.
Con una mirada muy contemporánea, lejana de las escenas en blanco y negro, donde «El Jaibo» o el ciego abusador de niñas impactan por su crudeza y realismo en Los olvidados (Luis Buñuel, 1950). Estas películas retratan la actual condición del joven sin ilusión en un futuro esperanzador o libre. El nuevo cine presenta la desigualdad como una parte del todo social como si no existiera más la división entre dos clases: los dueños del gran capital a nivel mundial y los que no lo son. Se desdibuja esa división que por ser tan evidente no se muestra en este tipo de películas de forma tan clara, pero que está siempre como telón de fondo.
La temática central trata de una chica que huye del seno de su familia y de un compromiso de boda del cual deserta; se marcha hacia la casa de una prima que vive en la Ciudad de México.
Y ahí comienza, en apariencia, el cambio de valores de la protagonista al tener que enfrentar situaciones que en su calidad de nini nunca había pasado como buscar empleo, por ejemplo, o trabajar teniendo que respetar una jerarquía y obedecer.
Al igual que Ulises, Cindy fracasa en su intento por sobrevivir por sí misma en un territorio que no es el propio. Regresa a casa ante la misma alternativa que Ulises, aun cuando las circunstancias materiales sean tan diferentes: no tiene un futuro libre, tendrá que optar seguramente por la boda para sobrevivir y entregar su persona a planes que no son elegidos por sí misma. Ulises tendrá, igualmente, que vivir ante un futuro incierto en un país atestado de violencia donde los ninis no tienen alternativa porque las oportunidades de vivir una existencia plena no les fue dada.
En Lady rancho (Rafael Montero, 2019), la circunstancia es un tanto diferente, porque la protagonista Camila Pérez-Meyer, interpretada por Danae Reynaud, salta a la fama por un video donde aparece alcoholizada y se viraliza debido a su comportamiento contra el joven dueño de un puesto de hot dogs y por golpear a una policía.
Camila tiene salida gracias a que se integra a una comunidad donde aprende a valorar el trabajo, la calidez y solidaridad que se puede vivir al lado de una clase trabajadora que busca la libertad a través del trabajo comunitario. La protagonista aprender una lección fuerte, que consiste en apreciar el empleo: “quien no trabaja no come”. Frase y hecho que hacen reflexionar a Camila que nunca había experimentado, lo que es no tener qué comer. Resulta un poco increíble la historia, pero en términos de valores y subjetividad, sí ensalza los valores verdaderos y deja fuera los aspectos fantasmagóricos e irreales.
Con estos cuatro ejemplos he querido mostrar cómo en esta actividad artística en México se están abordando los temas de subjetivización y aunque ninguno de los filmes son grandes obras, sí son una pequeña muestra del cine que se está haciendo desde nuestro país con historias, producción y actores mexicanos. Ya el lector juzgará si son o no buenos ejemplos de gran obra cinematográfica.
* Socióloga de profesión con maestría y doctorado en Ciencia Política. Profesora investigadora de la FES Acatlán, UNAM, en el área de Teoría Social en la Unidad de Investigación Multidisciplinaria. Distinguida con el Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz 2021.
POR IRVING JAVIER MARTÍNEZ GONZÁLEZ
De la redención de Juana de Arco al nacimiento de los jesuitas
El referente cinematográfico de la Edad Media más reconocido recae en las costosas producciones de habla inglesa con grandes batallas, exuberantes diseños de producción y detallados vestuarios. Hollywood y Gran Bretaña se han encargado de establecer un estándar romántico, fantástico y de ensueño, al referirse al cine medieval; pareciera que el Medievo sólo fue de caballeros templarios, damas angelicales y grandes batallas. Por un momento se logra borrar de la historia un malestar de la humanidad: el oscurantismo.
En el otro Medievo –el sombrío y pesimista– el hombre no era un eterno virtuoso, ni tampoco caballero con férreas convicciones del amor cortés; ambas características fueron aprovechadas por el Séptimo Arte para exponer al individuo en su naturaleza más simple: la delgada línea que separa lo humano de lo “bestial”.
El primer gran personaje medieval del cine fue Juana de Arco, con dos versiones mudas: Jeanne d´Arc (Juana de Arco, 1900), de Georges Méliès y La passion de Jeanne d’Arc (La pasión de Juana de Arco, 1928), del director danés Carl Theodor Dreyer; ambas obras maestras, la primera por tratarse de un trabajo histórico realizado por uno de los fundadores del cine y la segunda por abordar visualmente la condición humana mediante una heroína.
La Juana de Arco de Dreyer posee una puesta en escena simple, con escasos decorados, siendo el principal recurso estético el sufrimiento y la resignación en el rostro de Maria Falconetti. Por primera vez, el Medievo no se abordaba mediante mallones y castillos de utilería; había adquirido un sentido más existencial, que comenzaba con la visualización de la más grande rivalidad del hombre: contra Dios. Lo inevitable de la muerte y la imposibilidad del hombre para cambiar su destino, de forma inquietante y perturbadora, fue una constante en el cine de Dreyer que culmina con el misticismo de Johannes Borgen en Ordet (1955).
Ha sido tal el impacto de la belleza de la redención de la dama de Orleans que directores como Lars Von Trier han producido su filmografía alrededor del martirio femenino en la trilogía El corazón dorado: Breaking the waves (Rompiendo las olas, 1996), Idioterne (Los idiotas, 1998) y Dancer in the Dark (Bailando en la oscuridad, 2000).
En 1938, Sergei M. Eisenstein viaja al siglo XIII para mostrarnos una memorable batalla sobre un lago invernal en el largometraje Alexander Nevsky. Tomas generales y segundos planos de caballeros cabalgando a la batalla sobre el agua. Los combatientes parecen flotar en el aire mientras el cielo espera la aniquilación de unos por otros. La composición de las imágenes y el montaje evidencian la pequeñez del hombre, quien quedará borrado por el tiempo; además, se vislumbran discursos anticlericales y la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
Ya en el cine sonoro, Orson Welles comenzó a filmar profundas revisiones de la obra shakesperiana con la adaptación de Macbeth, en 1948. El director estadounidense crea a un Macbeth primitivo, en escenarios cavernarios y oscuros, donde el cielo, eternamente borrascoso, no permite un contraste con lo terrenal, como si esperase ansioso la caída del tirano. El hombre del décimo siglo es expresionista, desde la visión de Welles.
La respuesta italiana llegó con Francesco, giullare di Dio (Francisco, juglar de Dios, 1950), de Roberto Rossellini -en colaboración con Federico Fellini-; una propuesta desde el neorrealismo italiano que expone las vivencias de la primera comunidad franciscana. La aportación no es muy novedosa, pero sí muy significativa para el tópico: la cotidianeidad del hombre en tiempos de oscuridad; el acercamiento a la intimidad de un hombre que, en el fondo, sabe de la inexistencia de Dios. Dentro de la cinematografía italiana tal vez no era un tema trascendental, pero fue el inicio de la creación de personajes mortificados por su existencia, un reflejo de la soledad del siglo XX, desde las voces del Medievo.
Del juego de ajedrez con la muerte a los infortunios de Lancelot
El cine no está obligado a retratar la historia, pero si puede contribuir, mediante la fantasía, a la construcción del presente, como sucede, por ejemplo, con la filmografía del director sueco Ingmar Bergman, especialmente en Det sjunde inseglet (El séptimo sello, 1957). En esta cinta, Antonius es un cruzado de regreso a casa que se encuentra con la muerte y, para ganarle tiempo, la enfrenta en un juego de ajedrez.
La cinta fue filmada en la Europa de la posguerra, trastornada por los constantes cambios políticos y sociales de mediados de Siglo XX. Ante la espera del Apocalipsis, la visión de este soldado no distaba mucho de la de los europeos contemporáneos. Antonius recorre lugares desolados por la peste y el fanatismo religioso, que lo confrontan con la eternidad y su imposibilidad de encontrar la felicidad.
El temor a la muerte es superado por el miedo al amanecer en El séptimo sello, ya que éste representa el dolor de asumir la inexistencia del más allá; en el fondo, todos saben que no existe Dios y es sólo una idea consoladora. Ignorancia y fe representan la mejor solución.
Similar experiencia se manifiesta en Andrey Rublev (1966), cinta del director Andrei Tarkovsky, pero aquí la cuestión no es divina, sino artística. Rublev está consternado por no hallar la verdadera función del arte en la frágil e indispensable humanidad.
Jerzy Kawalerowicz estrenó en Cannes su largometraje Matka Joanna od aniolów (Madre Juana de los Ángeles, 1961), donde enfrenta dos conceptos: perversión y virtud. En este filme, el padre Jozef, interpretado por Mieczyslaw Voit, debe oficiar exorcismos en un convento habitado por monjas poseídas. Su radicalismo radica en la crítica a los personajes virtuosos y la falsa santidad de la Iglesia católica. Jozef representa una sátira de los caducos modelos cristianos de santidad, sin importar el daño que cause a los “siervos”; incluso las monjas “endemoniadas” se enfrentan a la burla y profanación de aquel mundo en las manos de Dios.
No obstante la crítica a la existencia del más allá y la temible otredad, el cine seguía teniendo una pulcritud neoclásica, hasta la llegada de un cineasta y su propuesta sobre el oscurantismo: el checo Frantisek Vlácil. En su película Marketa Lazarová (1967) expone la lucha entre dos familias de delincuentes involucrados en el asalto a una caravana real. El líder del clan opuesto, un guapo e implacable bandolero, rapta y ultraja a Marketa, una virgen aspirante a monja. Al final, el personaje femenino decide rechazar, para siempre, el mundo conventual y el carnal. La heroína se convierte en un ser incierto y sin destino.
Ondrej, protagonista de Údolí vcel (El valle de las abejas, 1968), se encuentra ante la misma disyuntiva: la imposibilidad de ser hombre y Dios, condenado a vivir errante en un mundo cuadrado y sin matices. Ambas películas están ambientadas en territorios salvajes y clericales, con encuadres armónicamente proporcionados y una misma propuesta: la insoportable belleza de lo divino.
Años más tarde Pier Paolo Passolini, con otra visión, aborda una Edad Media más limpia y colorida, pero más caótica en la psique colectiva. Las películas Il Decámeron (El Decamerón, 1971) y I racconti di Canterbury (Los cuentos de Canterbury, 1972), basadas en textos picarescos medievales, muestran un paralelismo con la actualidad respecto a la simultanea fascinación y desdén por la sexualidad. Dios ya no es prioritario; ahora es el hombre quien debe descubrir su placer mediante la perversión, la cual ha dejado de ser demoniaca y es cada vez más humana.
En Lancelot du Lac (1974), de Robert Bresson, la frustración por no encontrar el Santo Grial provoca los infortunios de Lancelot. Aquí, Bresson concluye con un discurso abordado en todas las películas ambientadas en el Medievo, desde Juana de Arco hasta las desgracias de un caballero y que sirve para sintetizar lo plasmado por diversos cineastas: La modernidad ha disfrazado el oscurantismo, con todo el dolor que representan lo cotidiano y la muerte, que persistirá en la mente del hombre hasta el día en que sea abierto el séptimo sello…
POR CARMEN CANO GORDÓN
Nuestro personaje, porque no podemos negar que es todo un personaje, nace en Jiquilpan, Michoacán, el 8 de marzo de l953. Es considerado uno de los actores más talentosos e importantes dentro del universo fílmico nacional. Estudió la Licenciatura en Actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes y realizó estudios en el Centro de Experimentación Teatral, así como en la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana, donde posteriormente impartiría clases de actuación.
Trabajó como actor de teatro durante ocho años en dos compañías teatrales con los más prestigiados directores. Ha aparecido en seis películas extranjeras, entre las que destaca, por renombre, Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian (Andrew Adamson, EU, 2008) y en gran cantidad de cintas mexicanas como: Lolo (Francisco Athié, 1993); Dos crímenes (Roberto Sneider, 1995); El anzuelo (Ernesto Rimoch, 1996); Bajo California: el límite del tiempo (Carlos Bolado, 1998), La Ley de Herodes (Luis Estrada, 1999); La habitación azul (Walter Doehner, 2002); El crimen del Padre Amaro, (Carlos Carrera, 2002); Un mundo maravilloso (Luis Estrada, 2006); Chicogrande (Felipe Cazals, 2010) y Del amor y otros demonios (Hilda Hidalgo, 2010), por mencionar algunas. Sin duda, tanto La Ley de Herodes, como El infierno (Luis Estrada, 2010) representan un parteaguas en la vida artística de este estupendo actor.
También se ha desempeñado como actor de televisión, aunque esporádicamente, pues es muy selectivo. Las telenovelas no son lo suyo y prefiere las series de calidad como las producidas por Argos, por ejemplo Las Aparicio (2010). De las series televisivas dice: “Con las series nos acercamos mucho más a la realidad mexicana y a las dificultades que tiene la gente común en las calles y en sus familias”.
Podríamos hablar mucho más de su trayectoria, de su filmografía, de los premios que ha obtenido y de los años más importantes tanto en su desempeño profesional como en su desarrollo personal, pero lo que más nos interesa es transmitir a nuestros lectores el perfil íntimo de este actor diferente, perfil poco común que ha compartido, de varias maneras, con otros histriones como: Héctor Bonilla, Angélica Aragón, Daniel Giménez Cacho, Jesús Ochoa, Pedro Armendáriz, María Rojo, Delia Casanova, Fernando Luján, por mencionar a los más connotados.
Este perfil, esta forma de pensar, su congruencia entre lo que se dice y lo que se hace y el cómo se hace, son sólo facetas de este personaje singular que hemos entresacado de entrevistas a las que hemos tenido acceso. Por eso, vamos a dejar que sea él quien hable:
“Creo que me gusta cada vez más hacer cine… y me preocupa el no alcanzar cada vez más un mejor nivel. Me gusta mucho el trabajo que hago, pero no hay magia. Si elijo buenas historias, éstas siempre tendrán buenos personajes: Las historias mediocres, personajes mediocres y las malas ya ni se diga”.
A la pregunta de qué es lo que hace para representar roles tan distintos: cura, asesino a sueldo, revolucionario, nuestro personaje responde: “Hay una responsabilidad al hacer una historia nueva y la gente confía en lo que uno va a hacer. Entonces, cuando uno está solo con el guion, enfrentándose al texto, comienza a gestarse la película y la manera de hacerlo crece con la experiencia”.
Con respecto a su trabajo en la película García (José Luis Rugeles, Colombia, 2010) señala: “Esta película me encantó y creo que conseguí lo que pretendía: para este papel varias veces tuve que meterme y encontrar cosas para tomar y desechar otras, pero todo está en el guion y en la calle… Yo sí creo que cada uno de los personajes es un hombre absolutamente diferente, entonces no se puede parecer a mí, no se puede parecer al personaje anterior o a alguno de ellos”.
En otra entrevista se le cuestionó sobre su película Crónicas (Sebastián Cordero, Ecuador, 2004) producción mexicano-ecuatoriana, donde da vida a Vinicio Cepeda, un enigmático vendedor itinerante, acusado de ser un violador de niños y asesino en serie que asola varios poblados del Ecuador: “Hay que conocer gente, mirarla para ver las cosas verdaderamente, para ir entendiendo quien es ése que está ahí… se trata siempre de personajes diferentes que no tienen nada que ver con el anterior o con alguno de ellos…, ubicarlo, darle su espacio, encontrar su propia manera de respirar y así irlo ubicando, imaginarlo”.*
De todo esto se deduce que a Damián Alcázar le gustan los personajes complejos, porque “no existen las personas simples, todos tenemos algo que nos hace complejos, diferentes a los demás, que nos define como seres humanos”. De ahí y en relación con lo expresado anteriormente, brinquemos ahora a hablar de El infierno, película emblemática en muchos sentidos, ya que esta cinta no es nada complaciente al presentar de manera descarnada lo que ocurre en el norte del país en relación con la violencia: “Luis Estrada, en este filme, se permitió enfrentar el trauma mexicano de manera festiva para, de alguna manera, quitarle lo espeluznante, hacer escarnio de la situación, una caricatura de la misma”.
Podríamos hablar mucho más de Damián Alcázar, pero con lo expuesto hasta aquí ojalá hayamos logrado que tú lector te intereses por ver lo que ha hecho, por su congruente trayectoria.
* Algunos conceptos se repiten en entrevistas diferentes, pero sirven para enfatizar su forma de ver y acercarse a los personajes.
POR ROGELIO RAMÍREZ ARAMBURU *
Durante la primavera de 2019 Chernobyl causó gran impacto desde el momento de su estreno. Esta miniserie aportó una particular versión sobre la ambición e ingenuidad de la raza humana expuestas por un accidente nuclear que provocó uno de los desastres ambientales más grandes del siglo XX y que, hasta hoy, es el referente de un lugar donde ya no es posible habitar.
Por la calidad de sus cinco episodios, Chernobyl se equipara con lo mejor de la cinematografía, bajo la dirección de John Renck, quien se hizo famoso por series como Breaking Bad y The Walking Dead.
Se centra en la historia del doctor Valery Legasov (Jared Harris) físico que en 1986, después de la explosión de un reactor nuclear en la central Vladimir Ilich Lenin, al norte de Ucrania, debe acudir para resolver el problema, al lado de Boris Scherbina (Stellan Skarsgard) como vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS.
En Chernobyl destaca la ambientación y tensa atmósfera que permea cada escena. Esto lo podemos dividir con tres rubros y la forma en que se conectan: música, ambientación e imagen.
Se debe resaltar la labor de Hildur Gudnadottir, encargada de la música, quien trabajó en películas como The Bleending House (Philip Gelatt. EU, 2011) y The Revenant (Alejandro Gonzá-lez Iñarritu. EU, 2015), donde demostró su maestría musical en todo momento.
Gracias a ella, en cada escena de Chernobyl se siente la pesadez y el misterio que rodea el acontecimiento, la angustia que cargan los personajes. Muchas veces son notas sutiles, casi imperceptibles; sin embargo, en los momentos de tensión la música lleva de la mano al espectador para adentrarse en lo sucedido.
Los efectos ambientales son muy importantes y junto con la música crean una atmósfera de opresión, casi de asfixia, en algunas partes; por ejemplo, los primeros intentos de apagar el fuego con los helicópteros o un viaje entre tuberías que obreros de la planta emprenden como recurso esperanzador para la situación que enfrentan.
Las imágenes corrieron a cargo de Jacob Ihre, fotógrafo conocido por Thelma (Joachim Trier, Noruega, 2017), Louder Than Bombs (Joachim Trier, Alemania, 2016) y The End of the Tour (James Ponsoldt, EU, 2015) quien logra retratar historias con alta carga emocional, con su mira puesta en encuadres profundos, como si buscara que el espectador se tomara un tiempo antes de pasar al siguiente. Inolvidables son escenas como la evacuación de Pripyat, las reuniones con mandatarios bielorrusos y escenas del hospital, cargadas de fuerza visual, sin ser resultado de una proeza técnica.
El color es la pieza que cierra el círculo. Los tonos son pálidos; verde y naranja forman una paleta que ayuda a adentrarse en la situación de Chernobyl que, por su calidad, aspectos técnicos y narrativos, ha sido reconocida como una de las mejores series de la última década.
Como producto audiovisual es equiparable a los mejores títulos generados por la industria cinematográfica; demuestra que, más que cuantiosos recursos en efectos especiales, basta un sólido argumento y un guion bien trabajado para una ambientación perfecta.
Chernobyl logra conectar con los espectadores y, sin lugar a dudas, compite con grandes obras audiovisuales. HBO se encargó del lanzamiento mundial en televisión restringida, pronto logró ser considerada como una de las miniseries más influyentes y mejor realizadas.
* Rogelio Ramírez Aramburu realizó su Servicio Social en el Programa de Promotoría Cultural.
POR ADRIÁN ALEJANDRO VELÁZQUEZ BAUTISTA
En el cine esencialmente existen dos modos para integrar la música: en forma extradiegética, con sonidos que ocurren mientras suceden acciones en escena, pero los personajes “no la escuchan”, debido a que no pertenece a la narración; ésta se enfoca en la percepción de los espectadores.
La otra es la intradiegética, la cual “sí se escucha” en el entorno donde transcurren las escenas o los hechos: los personajes la perciben, es parte de la realidad representada en la secuencia.
De manera simultánea, la música extradiegética puede introducir elementos estilísticos de época o región cultural, jugando así una función adicional de contextualización, con ello contribuye a la definición o construcción de la diégesis: lo que conforma un mundo, su historia, leyes, reglas, problemas, criaturas, entre otros elementos; se le atribuye una carga emocional, no pretende introducir asociaciones extramusicales.
En cada filme la música incide en su sentido estético, en el enfoque comercial o cultural en que se contextualice, abarcando desde aspectos tecnológicos hasta políticos, por mencionar algunos. Los componentes sonoros se integran con voces, ruidos y sonidos musicales*.
La función principal de la música suele ser la de proveer apoyo y sustento emocional a las historias; también puede establecer o clarificar el tono, el carácter dramático, apoyar y sostener el ritmo, agregar o modificar sentidos y significados. Además puede ser parte de la narrativa, contener en sí misma un personaje o parte del fondo, de las atmósferas.
La trilogía de El señor de los anillos (El señor de los anillos: la comunidad del anillo, 2001; El señor de los anillos: las dos torres, 2002 y El señor de los anillos: el retorno del rey, 2003) representa un claro ejemplo de música extradiegética; en estos filmes el multipremiado compositor Howard Shore desarrolla la que, quizá, sea la más completa exploración de leitmotiv (tema musical dominante y recurrente en una composición o motivo central como asunto que se repite) en la historia del cine, dando como resultado partituras tan vivas y emotivas como el ficticio mundo que imaginó en sus historias J.R.R. Tolkien.
La también llamada técnica de Leitmotifs proviene del estilo operístico popularizado por Richard Wagner, que fusiona melodías, personas, eventos o lugares, para ayudar al desarrollo dramático de la historia. Entre sus funciones destaca la unión de encuadres entre sí o de manera opuesta, para señalar su separación.
En el caso de El señor de los anillos: la comunidad del anillo se observa la transición de la imagen en negro con la narración del origen de los anillos de la Tierra Media, el tema simboliza a los elfos de Lothlorien, específicamente al personaje de Galadriel, quien narra la historia a modo de prólogo.
Posteriormente, la música enmarca la aparición de los personajes de Galadriel y Bilbo, cambiando el tono conforme uno sale de escena y el otro entra. Se escucha el tema La Comarca, mientras Bilbo sitúa al público en el mapa de la Tierra Media y nuevamente la melodía de La Comunidad concluye la introducción al filme.
El tema de La Comunidad presenta mayor número de variaciones, dando como resultado un tono heroico. En escena aparecen Frodo y Sam, quienes dejan la Comarca de camino a Rivendel. Shore introduce un fragmento de La Comarca como anticipo de la variación, para luego convertirla en un simple motivo de la melodía de La Comunidad.
La sencillez de este tema contrasta con otra variación más oscura, mientras Gandalf se adentra en Isengard para pedir el consejo de Saruman. El compositor añadió platillos y la melodía acompaña el galope de Galdalf. Estas dos variaciones se enfrentan entre sí y anticipan la ruptura final de La Comunidad.
La siguiente vez que se escucha el tema Frodo y los hobbits han aceptado a Trancos, o Aragorn, como su líder temporal. La Comunidad está creciendo, así como la sección de metales. Primero se utilizó un corno francés, con la intención de acrecentar la tensión ahora se escuchan tres. A la majestuosa melodía se la añaden los timbales para un efecto de “urgencia”.
El leitmotiv de La Comunidad reaparece cuando Frodo ha sido capturado por los espectros del anillo. Mientras Arwen los lleva a Rivendel, esta pieza se mezcla con otras de forma vehemente, a fin de imponerse.
Otro pasaje apasionante, gracias a la música, ocurre en las minas de Moria, el único momento en que los nueve miembros de la Comunidad forman parte de una acción conjunta. Se percibe un compás de 3/4 de La Comunidad que inmediatamente es absorbido por el compás de 5/4 de los Orcos. Desde ese momento, tras perder a Gandalf, el leitmotiv sólo aparecerá de forma fragmentada.
En la salida de Lothlorien, el tema sólo reúne violines y corno inglés, para aportar una débil variación de la que el compositor ya ha abusado.
Howard Shore utiliza la instrumentación, el tempo y la armonía. El leitmotiv está en la trilogía, entrelazándo y obteniendo una compleja red entramada con la historia.
Sirva este ejemplo para mostrar una capa, muchas veces invisible, del cine.
* Casetti, F. and Di Chio, F. (2007). Cómo analizar un film. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona.
POR KRISANGELA SOFÍA MURILLO CAMACHO
La gran belleza ( La grande bellezza ), película dirigida por Paolo Sorrentino, desde su debut en el Festival de Cannes en 2013 tuvo una constante: el reconocimiento de la crítica especializada y múltiples premios, entre ellos el Oscar a Mejor Película Extranjera 2014.
Ofrece una deslumbrante mirada a Roma, cuya alta sociedad está llena de pseudo-intelectuales. En ese grupo convergen nobles decadentes, políticos y artistas, entre muchos otros, quienes se dan cita en fastuosos palacios o villas que reflejan la exquisita belleza arquitectónica de Italia.
Con una cámara que danza en travelings envolventes, presenta una mezcla de carnaval y clasicismo, desenvueltos en una especie de performance, con secuencias de fiestas exuberantemente complejas. El epicentro de esta vida social es el personaje de Jep Gambardella (Toni Servillo), escritor de 65 años de edad quien, luego de sentirse dominado por la indolencia o el hastío, opta por el desfile de esas insustanciales, vanas y deprimentes personas.
Las mayoría de las locaciones ocurren en Roma, el cuarto municipio italiano más poblado de la Unión Europea. Se le conoce como la Città Eterna y fue fundada, según la tradición, por Rómulo y Remo aproximadamente en 780 a.C. Esta urbe cuenta con un invaluable catálogo de arquitectura y bienes históricos, pero me enfocaré en las construcciones que resaltan en La gran belleza, como el Coliseo y la Fontana dell’Acqua Paola.
Desde el departamento que habita Jep Gambardella se obtiene una vista privilegiada del Coliseo, monumento famoso de la antigüedad clásica construido en el siglo I, en pleno centro de Roma. Primero fue denominado Anfiteatro Flavio, en honor a la dinastía Flavia. Es Patrimonio de la Humanidad desde la declaración de la UNESCO en 1980, además de una de Las nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno, como quedó asentado el 7 de julio de 2007.
El Coliseo, más allá de ser recordado como el sitio donde sucedían peleas de gladiadores o eventos públicos marcados por la barbarie, representa un importante legado de innovaciones arquitectónicas. Es una obra grandiosa por el uso de técnicas de construcción como pilastras y arcos de travertino colocados sin argamasa, directamente sobre cimbras de madera, un descubrimiento que aligeró el peso del edificio. Los arquitectos romanos fueron los pioneros en la utilización de este método.
La Fontana dell’Acqua Paola, muchas veces reconocida como fuente de Gianicolo, fue erigida entre 1585 y 1588 por órdenes del Papa Sixto V y está inspirada en la Fontana dell’Acqua Felice. Su objetivo es suministrar agua a las zonas del Trastevere, el Vaticano y Vía Giulia. De ella destaca haber sido construida con piedras de mármol y granito extraídas de las ruinas del Foro de Nerva.
Llama la atención la Fontana dell’Acqua Paola por la simplicidad de sus ornamentos, ya que solamente resaltan las insignias papales, sostenidas por un par de ángeles, sobre los emblemas de la Casa Borghese, familia a la que pertenecía el pontífice, además de algunas águilas y dragones. El agua que cae en esta gran obra de ingeniería proviene del lago Bracciano.
La gran belleza constituye un disfrute visual con vistas panorámicas resaltando varios de los principales sitios públicos de Roma, erigidos durante el Renacimiento o el Barroco. Son testimonio de la creatividad para la exaltación humanística y del espíritu. Entre los más celebres están: Plaza España, Plaza Navona, Campo de’ Fiori, Plaza del Popolo y Plaza de San Pedro.
La capital italiana, vista a través de un filme exitoso, se presenta como el resultado del legado arquitectónico y urbanístico de diversos siglos. Nos muestra la relación de la ciudad con su pasado, en periodos tanto de desarrollo como de decadencia.
POR LETICIA URBINA ORDUÑA
Filmada en 2013, La jaula de oro ofrece un punto de vista sobre la migración que, hasta ese momento, no había sido abordado por el cine mexicano, centrado, como el resto del país, en la victimización de connacionales por los estadounidenses.
Esta ópera prima del español radicado en México Diego Quemada-Díez, pone el acento en otros migrantes: los centroamericanos y el miserable trato a que son sometidos por la mayoría de los mexicanos a su paso por este país.
El director no buscó hacer una mera película de denuncia, pues también aborda la historia de los otros connacionales, los que prestan la mayor ayuda posible a los migrantes de manera desinteresada, como «Las Patronas», o el refugio del sacerdote católico Alejandro Solalinde quien, por cierto, aparece en el papel propio.
La cinta no soslaya ni trata de justificar a aquellos que explotan por igual a mexicanos y centroamericanos en su intento de llegar a Estados Unidos. La mirada del director es despiadada: asaltantes, polleros, tratantes de personas, extorsionadores, policías, el servicio migratorio mexicano y, por supuesto, «La Besti»a, el tren que cobra vidas en cada viaje, son algunos de los peligros que los migrantes deben enfrentar, sin contar lo que les espera en el país destino.
Tres adolescentes guatemaltecos, dos chicos y una chica, emprenden el viaje hacia México y tardan más en entrar que en ser deportados. Uno de los varones decide regresar su país de origen, pero la pareja de novios formada por Juan y Sara, disfrazada de chico bajo el nombre de Osvaldo, continúa su viaje hacia Estados Unidos.
Casi desde el inicio de su travesía se les une el que parece un molesto compañero, o al menos lo es para el celoso y racista Juan: Chuk, un indígena tzotzil que no habla una palabra de castellano y que le cae en gracia a Sara, quien trata de enseñarle un poco de español y le pregunta y contesta a señas lo mejor que puede.
De los tres personajes, sólo uno logrará su objetivo; sin embargo aquí vale aplicar la frase atribuida a Oscar Wilde: lo único peor que no cumplir tus sueños, es verlos cumplidos.
El excelente trabajo fotográfico ayuda a comprender desde un inicio el contexto del que provienen sus protagonistas. Vecindades miserables, el trabajo en los tiraderos de basura y la absoluta ausencia de los padres de estos adolescentes, que parecen mandarse solos, permiten explicar cómo es que acometen semejante empresa.
Cabe subrayar que las actuaciones de los jóvenes elegidos por el director son un logro de éste y de Fátima Toledo, quien los preparó en materia actoral. Ninguno de ellos había trabajado en este ámbito antes de La jaula de oro. El personaje de Juan (Brandon López) parece odioso al principio: un machito pueblerino con ínfulas de grandeza; Chuk (Rodolfo Domínguez) es en la vida real un campesino tzotzil de quince años que apenas habla el español y Sara (Karen Martínez) es cualquier niña pobre, cuyo mayor encanto reside en tener apenas dieciséis años. Y los migrantes que aparecen junto a ellos (cerca de 600) son, en realidad, migrantes.
La obtención de nueve premios Ariel y la nominación a 14 es resultado de la dirección de Quemada-Díez quien, con su ópera prima, se reveló como un talento muy prometedor.
Aunque el asunto es doloroso y terrible, hay destellos de comicidad que alivian el peso de tanta desolación, de tanto desamparo, sin restar su dimensión a la tragedia de fondo. Y hay también momentos poéticos. Tras ver a los personajes subir y bajar del lúgubre tren conocido como «La Bestia», observar una máquina salir de un túnel en plena nevada toma por sorpresa al espectador que, de pronto, se pasma por la imagen insuficientemente real.
Un alejamiento de la cámara revela el truco del director: no es una mala toma de una maqueta, es la maqueta de una juguetería tras cuyo cristal asoman los ojos brillantes y las sonrisas infantiles de Juan y Chuk, para recordar al espectador que quienes han vivido una serie de atropellos son casi unos niños.
Menores de edad convertidos violenta, abruptamente, por la miseria, en adultos responsables de sus vidas de la noche a la mañana. Infancias truncadas por el hambre, primero, y por el mito de un sueño americano, después, que para muchos es la última pesadilla de sus vidas.
POR CARLOS DÍAZ ROMERO
I believe we exist in a
multiverse of universes
(Creo que existimos en un
multiverso de universos)
Michio Kaku
Es común acudir al cine de Hollywood por mera diversión y dejar el ejercicio intelectual para las producciones independientes o de arte, pero en algunas ocasiones vale la pena revisitar cintas de entretenimiento ligero para explorar profundidades ocultas. The Last Action Hero (John McTiernan, 1993), protagonizada por Arnold Schwarzenegger, es una de ellas.
La nula plausibilidad de su premisa es tal que se pasa por alto; resulta una fuente de planteamientos filosóficos sobre el cuestionamiento de la realidad misma. Todo comienza cuando Danny Madigan, niño fanático del policía ficticio y héroe de acción Jack Slater, recibe un boleto mágico que le da acceso a los filmes y a la “realidad” de Slater.
Arrojado, casi literalmente, al interior de la película Jack Slater IV, Danny hace uso de sus conocimientos sobre la franquicia y los tropos del cine de acción para manejarse en una realidad exagerada, en la que un gato detective de dibujos animados y la remasterización de Humphrey Bogart conviven con personas comunes. De paso, intenta convencer a Slater de que es un personaje adorado por millones de espectadores.
La brillante deconstrucción del cine de acción de los años 90, manejada por John McTiernan, director de aclamadas cintas del género como Predator (1987), Die Hard (1988) y Hunt For Red October (1990), viene acompañada de cuestiones filosóficas y científicas del multiverso y el destino.
Cada película producida dentro de The Last Action Hero, representa un universo alterno, regido por las leyes que los escritores de cine determinan al crear historias: coches que explotan sin motivo, heridas de bala que resultan ser meros rasguños, cuando en verdad serían mortales, entre otros. Los personajes desarrollan sus vidas según los designios del director; sin embargo, esto provoca que las vidas “ficticias” de los personajes sufran las consecuencias de estas decisiones en favor del entretenimiento.
Jack Slater deja siempre un rastro de muerte y destrucción en su búsqueda por llevar ante la justicia a los criminales de su mundo, tal como demanda la trama. Se siente devastado porque él sólo desea ser un buen policía; no obstante, termina atrapado en locas aventuras, explosiones y tiroteos a los que sólo él parece capaz de sobrevivir.
En el clímax de la trama, Slater sale de su universo e ingresa a uno más realista y brutal, el de Danny Madigan, donde descubre que todas las reglas que conocía dejan de ser válidas y enfrenta una crisis existencial. Su vida, todo lo que es y será, no es más que un invento al que un hombre llamado Arnold Schwarzenegger da vida, y todas sus tragedias, como la muerte de un hijo y su primo segundo, son recursos narrativos para el entretenimiento del público. Afortunadamente, Slater llega a buenos términos con su existencia y acepta el papel de héroe en un universo donde todo está escrito para que triunfe.
Esta película genera interrogantes entre los espectadores analíticos, a partir de entender que el universo de Danny, llamado The Last Action Hero, contiene películas con universos paralelos, uno de ellos es Jack Slater IV, donde también hay filmes. Surge la duda: ¿será posible que estas cintas sean universos paralelos? De ser así, significaría que hay un agujero de conejo por el cual se puede descender, atravesando infinidad de universos alternativos, donde las leyes físicas, psicológicas y sociales sean impensablemente extrañas, un universo dentro de un universo.
En esta escalera de realidades también se puede ascender. Danny descubre que las películas son universos propios, visita uno de ellos y también lleva a un personaje hasta su propio mundo. Jamás se cuestiona la realidad o ficción, aunque nosotros, como espectadores, sabemos perfectamente que Danny es ficticio. Una decisión narrativa que da pie a una última propuesta para la metarrealidad multiversal.
¿Si Danny averiguara que aquello que considera la realidad no es más que otro nivel de multiversos ficticios/reales del que puede escapar?, ¿si nosotros desconociéramos, como Jack Slater y Danny Madigan, sobre nuestro mundo y éste no fuera más que la ficción de un escritor paralelo? ¿Qué pasaría si nuestras vidas no estuvieran regidas por la libertad o los designios de una divinidad, sino por la mente de un guionista de Hollywood?
POR NOVEL ALEJANDRO GONZÁLEZ OROZCO
De pronto, una serie de fotografías en blanco y negro nos trae recuerdos de otras épocas, en las que la presentación de películas incluía un proceso de corta y pega, en una especie de imitación del “corte y queda”. Haciendo uso de lienzos de papel translúcido, como base para soportar las fotos fijas en exhibición y, de esta forma, llevar hasta el público cinéfilo las referencias generales del tipo de obra que se vería en la pantalla grande.
Nos referimos a una práctica de difusión que hace más de tres décadas quedó en desuso, pero gracias a 292 imágenes resguardadas en el Centro Cultural Acatlán, nos permite recordar viejos tiempos y compartir con ustedes otro aspecto de la historia de la cinematografía, las fotos de still.
Entre estos títulos: Canoa, dirigida por Felipe Cazals y producida por Conacine y el STPC, con las actuaciones de Enrique Lucero, Salvador Sánchez, Ernesto Gómez Cruz y Rodrigo Puebla; El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein, producida por Estudios Churubusco, con Claudio Brook, Rita Macedo, Arturo Beristain y Diana Bracho; Celestina, con el característico sello histórico de Miguel Sabido, con el apoyo de Procinmex y las actuaciones de Ofelia Gilmain, Isela Vega, Luigi Montefiore y Martha Zavaleta, y El monasterio de los buitres, bajo la dirección y producción de Francisco del Villar en los Estudios Churubusco, con Enrique Lizalde, Enrique Álvarez Félix, Irma Serrano y Enrique Rocha, son solamente algunos de los ejemplos de esta rica experiencia visual.
La mayoría de estas fotos posee medidas de 20 por 25 centímetros, (siguiendo el formato de 8 por 10 pulgadas), son horizontales o apaisadas, ya que así se cubre el campo visual del ojo humano. Aunque también las hay de menor tamaño y en formato vertical; llama la atención que se utiliza solamente una foto de cada filme que tiene los datos impresos, generalmente presenta las escenas con los protagonistas, pero también hay otras donde aparecen los histriones de reparto con pocas notas, lo que complica identificarlos por nombre artístico, al final muchos han quedado en el anonimato.
Es de suma importancia señalar que las fotos de still a las que se hace referencia en este texto, la mayoría pertenece a producciones mexicanas de la década de 1970 y principios de los años 80, es decir, cuando Luis Echeverría Álvarez era presidente y se trató de impulsar al cine nacional, teniendo a Rodolfo Echeverría, (actor y hermano del Presidente), al frente del Banco Nacional Cinematográfico. Había entonces tres productoras como eje del impulso fílmico: Conacine, Conacite 1 y Conacite 2.
Las fotos de still constituyen una fuente invaluable de la historia del cine, porque formaron parte de un estilo y una época. Bien sabemos que la base del séptimo arte son las fotografías, siendo más precisos, los fotogramas, que derivó en los mencionados still, los cuales muestran imágenes extraídas o generadas a propósito, con poses previas o posteriores al rodaje pero, esencialmente, con fines publicitarios.
Este tipo de imágenes fueron utilizadas desde los años 30 y cayeron en el olvido a partir de los años 80. Era común la participación de fotógrafos profesionales para captar estas imágenes, pues si se tomaban de los fotogramas originales la calidad era menor y la reproducción también se veía afectada. Era una estrategia publicitaria que se sumaba al diseño de los carteles y anuncios para promocionar los filmes durante su distribución y exhibición.
Las fotos de still tienen la particularidad de contar la película sin contarla; dan referencias para identificar a la pareja romántica, ubicar la época o el lugar donde ocurría la historia, la clase social de los protagonistas. En esta imágenes fácilmente se logra distinguir si hay drama, ficción, si es erótica o se trata de una historia clásica, pues prevalecen los acercamientos a los rostros y, por tanto, a los gestos.
Indudablemente este tipo de trabajo fotográfico sirvió para despertar la imaginación de los espectadores y crear modelos, lecturas visuales muy personales. La experiencia se completaba al terminar exhibición de las películas, cuando el público salía y podía mirar las vitrinas del cine, en ese momento tenía la oportunidad de dar un nuevo orden a esas imágenes y empezar a formar o confirmar sus opiniones respecto a la experiencia visual.
Los archivos de still son muy apreciados entre los investigadores de cine, entre los más famosos y emblemáticos están los resguardos por Pascual Espinosa, quien dedicó su vida a sacar fotos de still y Fernando Fernández, hermano de “El Indio Fernández”, fue uno de los mayores coleccionistas de este tipo de materiales.
Por fortuna, la historia del cine mexicano es una de las más documentadas por investigadores como: Emilio García Riera, Aurelio de los Reyes, Gabriel García, Julia Tuñón, Gustavo García y Rafael Aviña, entre otros, cuyo trabajo ha permitido registrar el desarrollo de nuestro cine.
Tanto este tipo de fotografías como los carteles de época son “tesoros” por su valor histórico. No obstante, con el paso de los años muchas colecciones particulares han desaparecido o se han dispersado por el desconocimiento de su importancia histórica. Tristemente, también se les ha considerado materiales de desecho.
Las fotos de still del archivo del Centro Cultural Acatlán forman parte de la historia del cine mexicano y, en esta ocasión, nos dimos a la tarea de compartir un poco de este material.
Consideramos que las revisión de estas fotos de still serán de interés para los jóvenes cinéfilos de la FES Acatlán, más familiarizados con los posters modernos, elaborados con fotografía digitalizada e infinidad de efectos que captan su atención; seguramente les resultará hasta divertido ver la publicidad en blanco y negro. Para quienes ya llevamos más kilometraje en la apreciación del cine, esperamos sea grato recurrir a la memoria al ver algunas de estas imágenes provenientes de momentos en que prevalecían las ganas por acercar al público a las salas de cine.
POR JOSÉ ALFREDO FLORES ROCHA
Paul Leduc Rosenzweig, (Ciudad de México, 11 de marzo de 1942-21 de octubre de 2020), fue un cineasta que, en todo momento, se caracterizó por realizar filmes de vanguardia, siempre apegado a lo que se denominó cine de carácter social y de denuncia.
Para Leduc el cine constituyó una herramienta de cambio y de transformación, más allá del entretenimiento. Desde finales de la década de los años 60 convirtió el Séptimo Arte en su trinchera y forma de vida, al documentar el movimiento estudiantil de México en 1968, poco después de abandonar sus estudios en la Facultad de Arquitectura en la UNAM. Su formación académica la continuó matriculándose en la Facultad de Filosofía y Letras; a la par estudió en la Escuela de Artes de Seki Sano, considerado como uno de los precursores del teatro de vanguardia en nuestro país.
Hacer cine significó para Leduc la construcción de una utopía que le permitió romper con las reglas impuestas por las tendencias y corrientes de aquella época. Su afinidad por las artes y la cinematografía, lo llevó a organizar y programar, dentro y fuera de la Universidad, numerosos cineclubes.
Tuvo la oportunidad de acudir a un ciclo de conferencias que llevó por título: “50 lecciones de cine”, impartidas por Manuel González Casanova y marcaron un precedente importante en su forma de concebir el Séptimo Arte. Años más tarde Leduc señaló que el problema no era aprender cine, sino hacerlo en un país donde no se contaba con los apoyos suficientes para los proyectos artísticos.
A los 23 años de edad, obtuvo una beca para estudiar en el Institut Des Hautes Études Cinématographiques, en Francia; ahí aprendió que el cine era una herramienta de investigación y difusión, lo que le permitió, a la postre, imprimir un sello muy particular a todos sus trabajos.
Su talento natural detrás de la lente lo llevó a participar en algunos proyectos de la televisión francesa que lo hicieron madurar como artista visual y crear obras memorables que, hasta la fecha, son referentes obligados.
Paul Leduc formó parte de una de las agrupaciones más emblemáticas del ambiente cultural, el denominado Grupo Nuevo Cine que tenía entre sus miembros a figuras de la talla de Emilio García Riera, Alberto Isaac, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y José de la Colina, entre muchos otros.
La trayectoria de Paul Leduc como director de cine inició en 1972 con una de las cintas más elogiadas por la crítica especializada Reed, México Insurgente, cuya base es el libro “Insurgent Mexico” del periodista norteamericano John Reed; el texto narra los pormenores de lo vivido por este corresponsal durante la Revolución Mexicana.
El interés por filmar esta película surgió, en primera instancia, porque su tío, el destacado escritor Renato Leduc, conoció en su juventud al reportero John Reed, cuando era telegrafista de la División del Norte, encabezada por Pancho Villa.
Reed, México Insurgente unificó las opiniones del público y la crítica, la cual no reparó en elogios hacia la ópera prima de Leduc. Este largometraje desmitifica la lucha armada, al retirarle ese glamour que producciones anteriores le habían concedido y la convirtió en una cinta que se construye a partir de historias cotidianas de los protagonistas de la conflagración.
Para los especialistas en la materia, la cinta de Leduc está entre las mejores 30 producciones mexicanas de todos los tiempos. Reed, México Insurgente obtuvo el Premio Ariel en 1973 a la Mejor Película y Mejor Dirección. Fue seleccionada para representar a nuestro país en los Premios Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera; se exhibió en los festivales más importantes del mundo, destacando su paso por Cannes, Berlín, Nueva York, Varsovia y Praga.
En 1976 filmó Etnocidio: Notas sobre El Mezquital, uno de sus trabajos más apreciados; éste se basa en una investigación antropológica de Roger Bartra y retrata con gran nitidez la pobreza y explotación que sufren los pobladores de origen otomí, aunado al proceso de exterminio gradual de su cultura.
La consagración de Leduc llegó en 1984 de la mano de la película Frida, naturaleza viva, donde redescubrió y lanzó a la escena mundial a una de las figuras más emblemáticas del ambiente artístico y cultural en México, la pintora Frida Kahlo. Esta película está narrada desde el lecho de muerte de la artista y se centra en la recreación estética de algunos de sus cuadros más emblemáticos.
Frida, naturaleza viva obtuvo el Ariel por Mejor Actriz gracias a extraordinaria interpretación Ofelia Medina y también fue galardonado en las categorías de Mejor Película y, desde luego, Mejor Dirección. El elenco cuenta con histriones de primer orden como Juan José Gurrola, Claudio Brook, Salvador Sánchez, Gina Morett, Margarita Sanz, los hermanos Odiseo y Bruno Bichir, además de Valentina Leduc que, a la postre, se consolidó como una de las editoras con mayor reconocimiento en la cinematografía nacional.
Con dos éxitos consecutivos bajo el brazo, Renato Leduc presentó en 1986 ¿Cómo ves?, probablemente uno de sus trabajos con mayor crítica social e incluso incomodó a los círculos de poder. Leduc puso el dedo en la llaga al contradecir el discurso oficialista que argumentaba que México se enfilaba hacia el progreso y el crecimiento económico.
Teniendo como marco la Ciudad de México y su zona conurbada ¿Cómo ves? retrató, como ningún otro largometraje, la marginación, pobreza, violencia familiar y falta de oportunidades en un sistema capitalista deshumanizado. El guion estuvo basado en textos de José Revueltas y de José Agustín; contó con la participación de agrupaciones musicales como El Tri, Son de Merengue, Cecilia Toussaint, Rockdrigo y Jaime López.
Fue, precisamente por su gusto musical, que Paul Leduc se dio a la tarea de filmar la trilogía conformada por Barroco (1988), basada en la novela de Alejo Carpentier; Latino Bar (1991) y Dollar Mambo (1993). A partir de ese momento se retiró del cine durante casi 10 años, pero incursionó en la animación con los cortometrajes: Los animales 1850-1950 (1995) y La flauta de Bartolo o la invención de la música (1997), considerado el primer corto realizado en México con la técnica de gráficos en 3D.
En 2006 Paul Leduc volvió con la película Cobrador: In God We Trust. En 2013 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En 2016 se hizo acreedor al Ariel de Oro por su destacada trayectoria; sin embargo, esa entrega estuvo marcada por la controversia, debido a que, aparentemente, el discurso del realizador fue censurado por Canal 11, televisora cultural del Estado mexicano encargada de la transmisión. Luego del escándalo, los organizadores argumentaron que, por cuestiones de tiempo, había sido imposible incluir completo el discurso del cineasta.
En aquella velada Paul Leduc, fiel a sus convicciones, lanzó una dura crítica a las instituciones del Estado encargadas de apoyar a la cinematografía nacional y las culpó porque las producciones mexicanas no ocupan espacios preponderantes en las salas de exhibición, teniendo como resultado la caída de espectadores para las cintas producidas en territorio nacional.
Paul Leduc nunca claudicó en sus ideales, tampoco fue rehén de modas: siempre figura controversial por la forma de expresar sus opiniones. Construyó un lenguaje propio a través del cual se permitió reflexionar sobre los más diversos temas al concebir al cine no sólo como medio de denuncia social, sino como agente de cambio.