Cine Adictos

POR ELISA GUADALUPE CUEVAS LANDERO *

Esto sí me conmueve;
esto sí me interesa;
esto quisiera abordar.
¿Con qué ojos mira Chaplin el mundo?
Serguei Eisenstein, sobre Charles Chaplin.

Tomo de ejemplo cuatro filmes mexicanos estrenados durante 2018, 2019 y 2020: Las niñas bien, Ya no estoy aquí, Cindy la regia y Lady rancho, los cuales han sido ampliamente difundidos a través de las plataformas donde se divulga mayormente la actividad cinematográfica hoy. Y, por eso, se les puede considerar altamente exitosos.

Exhiben un mundo irreal donde la materialización y subjetivización son los elementos centrales; muestran una realidad material de desigualdad. Si los vemos y no los analizamos, solamente dejamos que nos distraigan (por ser tres de ellos comedias) no percibiremos la trascendencia que tienen en cuanto a transmisión de valores racistas, violencia de género, discriminación por clase social, injusticia y diversos clichés. Ya de por sí desde los títulos existe un halo de segregación, o digamos, un estigma, respecto a lo ranchero, la llamada provincia mexicana y las mujeres que son niñas bien debido a su nivel económico.

Las nuevas formas de ver cine provocan que las imágenes lleguen hasta los espacios más íntimos y se filtren con esa serie de símbolos sociales llenos de prejuicios, como simples guasas, bromas o doble sentido (imágenes fantasmagóricas, irreales que parecen reales).

Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella, 2018), obtuvo en el Festival de Cine de Málaga, España, el premio a Mejor Película Iberoamericana e Ilse Salas fue distinguida como Mejor Actriz. Está basada en un libro de Guadalupe Loaeza, escritora que siempre ha jugado con el estereotipo dual aplicado a ella misma: entre la crítica y la real experimentación de la llamada superioridad de clase debido al uso de blusas de seda, bolsos caros de diseñador, haber asistido a una escuela francesa, vivir en la zona de Polanco. Eso mismo es transmitido al filme a través del guion.

En la adaptación que se hace en Las niñas bien podemos observar a un grupo social que, aunque sus bienes materiales no representan grandes capitales, sí constituyen un stock que les permite experimentarse como ricos y superiores. Si bien no son una clase capitalista, como podría ser un accionista mayoritario de la Ford, de Volkswagen, de una fábrica aeroespacial o el mismísimo Elon Reeve Musk, impulsor de la llamada inteligencia artificial, sí constituye un grupo privilegiado porque posee casas en Bosques de las Lomas -zona icónica por su magnificencia en construcción de grandes residencias de la Ciudad de México-, autos de lujo, vestidos comprados en el extranjero, bolsos y zapatos de diseñador.

El estereotipo de mujer “bien” recae en aquella que posee todo lo enumerado en el párrafo anterior y, aunque la protagonista (Ilse Salas en el rol de Sofía) sostiene que no le gusta el clasismo de los distintos Méxicos, –sobre los que hay que profundizar y tratar en el caso de las mujeres de clase alta, educadas para ser esposas de hombres de alcurnia–, es interesante ver cómo también llega a argumentar que ya las mujeres han cambiado a partir del feminismo; que se han dado los primeros pasos en el sentido de la liberación de la mujer (cuando afectada por la crisis económica que atraviesa el país en la época de José López Portillo, su marido queda en bancarrota y empieza a cambiar de parecer; aunque en la subjetivación del personaje Sofía se reconoce como “superior” a una “amiga” cuya supremacía económica es patente en una fiesta, y la sigue tratando de forma despectiva y como “nueva rica”).

Es interesante ver, a través de Las niñas bien, cómo asume Sofía la decadencia y caída económica de un grupo que vivió en privilegio, pero que con la crisis de 1982 tocó fondo. Además del clasismo puede verse cómo el discurso de los personajes masculinos refuerza una visión de violencia intrafamiliar y machismo; justificado por la esposa que se ve desvalorizada por los bienes materiales perdidos.

En los siguientes tres ejemplos encontraremos filmes que tratan de adolescentes de la generación de los llamados millenials: son ninis (ni estudian ni trabajan) y, aunque pertenecen a diferentes contextos socioeconómicos, parece ser que su futuro es el de permanecer como ninis toda su vida, hasta donde el espectador alcanza a ver: unos porque no quieren y otros porque no pueden.

Ya no estoy aquí (Fernando Frías de la Parra, 2019), se estrenó en 2020 en Netflix. Es un drama basado en la vida de un grupo de amigos de barrio pobre –casi marginal– de Nuevo León, aficionado al baile. Se sustenta en una historia real de 2002, época en que se empezó a desarrollar la llamada guerra contra el narcotráfico en México, que obligó a muchas personas a huir del país, ante la violencia que se empezó a vivir y se incrementó con-forme avanzó el siguiente sexenio presidencial.

En Ya no estoy aquí el rol central recae en Juan Daniel García Treviño, Derek, quien da vida a Ulises Sampiero, líder en el baile de la cumbia colombiana llamada rebajada. El rodaje se llevó a cabo en las afueras de Monterrey, donde el grupo de protagonistas vive una situación de marginación social y participa en un movimiento contracultural cimentado en la música y el baile.

Se hacen llamar los terkos, así con k y gustan de la música de Kolombia llamada kumbia, también con k. La frase que los identifica es la de Terkos; que siempre utilizan cuando se despiden o se presenta una situación de emergencia donde debe ser utilizado su grito de identidad para fortalecer los lazos de solidaridad con el grupo. En la introducción del filme se describe la palabra terko, con esta grafía: tå?r-ko y su significado es: obstinado irreductible, firme e inamovible en su actitud. Desde las primeras tomas se muestra una enorme urbe central con cinturones de pobreza como la colonia donde viven los protagonistas. Casas en la punta del cerro sin los trazos ni servicios aparentes de la urbe moderna, como es la parte próspera de Monterrey.

Ulises Sampiero vive identificado con su grupo y disfruta de la música colombiana mezclada con ritmos modernos y la vida sin plan aparente que lleva, pero un incidente lo hace huir rumbo a Estados Unidos, donde logra acercarse a una muchacha de origen asiático avecindada legalmente en ese país, con quien establece una buena relación pero, por discriminación, el padre de la chica le prohíbe acercarse a ella y al negocio -una tienda- en el que había comenzado a trabajar.

A Ulises se le complican las posibilidades de mantenerse a sí mismo y poder sobrevivir; las oportunidades son pocas para un migrante que es discriminado por su apariencia física, su peinado, su origen y demás características personales. Logra trabajar, pero no se integra a los grupos que lo acogen; o porque descubren que es un ilegal, o porque es rechazado por su cultura, entre otras cosas por su afición a la música y al baile colombianos.

Además de ser desempleado y sin una casa donde vivir, tiene que enfrentar la pérdida de solidaridad de grupo. Pese al enamoramiento pasajero de la muchacha oriental, la convivencia le resulta compleja porque los símbolos subjetivados de la comunidad a la que pertenece son justo el punto de quiebre, no los comparte con los jóvenes con los que trata de convivir en Estados Unidos; a pesar de que también son latinoamericanos, ya están adaptados a los valores de ese país, a Ulises le resulta difícil ver y aceptar que no les guste, por ejemplo, la kumbia kolombiana.

Ulises se ve obligado a regresar a un país, un estado y una colonia, donde el futuro es nada promisorio, debido a que no posee ninguna instrucción ni posibilidad de vincularse a trabajo o estudio que le permita otro tipo de vida que no sea la que siempre tuvo, de enormes necesidades afectivas en primer lugar y materiales, en segundo. El narcotráfico parece ser la única alternativa. O vincularse a la iglesia como le propone un amigo que encuentra a su regreso predicando, pero que a él no le agrada.

A pesar de la fiesta que viven los personajes en algunas escenas de la película, donde prevalece el baile y la música colombiana, por cierto, muy alegre, el telón de fondo de todo el filme es el gris; tono que lo da el país que está viviendo situaciones de muerte, desigualdad y violencia generalizada.

En Ya no estoy aquí sobresalen son los valores simbólicos y subjetivos de grupo (por edad, gusto musical y valores culturales en general) que hacen aparecer a los personajes, niños, niñas y adolescentes mujeres y hombres, muy unidos al principio de la historia, pero al romperse, por un asesinato colectivo, el narcotráfico y la violencia, que se vive en Monterrey (se dice que le cortaron la cabeza a uno de los muchachos de la tribu urbana de “Los Pelones”, debido a la persecución contra narcotraficantes); se desvinculan los lazos para dejar en la soledad y sin alternativa a los menores de edad que aspiran a un futuro mejor, pero que no tienen oportunidad de estudiar ni de trabajar a no ser que lo hagan dentro del círculo del tráfico de drogas; como le queda claro al protagonista cuando regresa de Estados Unidos -de donde la migra lo expulsó-.

A contrario sensu del personaje central Ulises, que no tiene esperanza alguna de salir del pozo de pobreza, discriminación y marginación en que vive; la protagonista de Cindy la regia (Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón, 2020), también tiene por escenario Monterrey, así como la Ciudad de México, pero con evidentes diferencias socioeconómicas: Cindy está presa en su clase social y, como Ulises, se siente sin un futuro propio.

Cindy la regia es una comedia jocosa, donde la protagonista, interpretada por Cassandra Sánchez Navarro, sí tiene esperanzas de vivir en el auge económico (por su padre empresario o por el novio con el que está comprometida a casarse), aunque al igual que Ulises no tiene una formación académica solvente. La diferencia se centra en las circunstancias económicas y los valores culturales en ambos casos, que hacen de ellos unos ninis, pero de diferentes estratos sociales.

Estas películas son drama y comedia, respectivamente. Sin embargo, encontramos en ellas contenidos que pueden interpretarse como ejemplo de lo que hoy se percibe como “lucha de clases” o de desigualdad social. Aunque son dos géneros distintos, la temática es la misma: el qué hacer de dos jóvenes que enfrentan la miseria humana en primer lugar y uno de ellos la pobreza económica.

Con una mirada muy contemporánea, lejana de las escenas en blanco y negro, donde “El Jaibo” o el ciego abusador de niñas impactan por su crudeza y realismo en Los olvidados (Luis Buñuel, 1950). Estas películas retratan la actual condición del joven sin ilusión en un futuro esperanzador o libre. El nuevo cine presenta la desigualdad como una parte del todo social como si no existiera más la división entre dos clases: los dueños del gran capital a nivel mundial y los que no lo son. Se desdibuja esa división que por ser tan evidente no se muestra en este tipo de películas de forma tan clara, pero que está siempre como telón de fondo.

La temática central trata de una chica que huye del seno de su familia y de un compromiso de boda del cual deserta; se marcha hacia la casa de una prima que vive en la Ciudad de México.

Y ahí comienza, en apariencia, el cambio de valores de la protagonista al tener que enfrentar situaciones que en su calidad de nini nunca había pasado como buscar empleo, por ejemplo, o trabajar teniendo que respetar una jerarquía y obedecer.

Al igual que Ulises, Cindy fracasa en su intento por sobrevivir por sí misma en un territorio que no es el propio. Regresa a casa ante la misma alternativa que Ulises, aun cuando las circunstancias materiales sean tan diferentes: no tiene un futuro libre, tendrá que optar seguramente por la boda para sobrevivir y entregar su persona a planes que no son elegidos por sí misma. Ulises tendrá, igualmente, que vivir ante un futuro incierto en un país atestado de violencia donde los ninis no tienen alternativa porque las oportunidades de vivir una existencia plena no les fue dada.


En Lady rancho (Rafael Montero, 2019), la circunstancia es un tanto diferente, porque la protagonista Camila Pérez-Meyer, interpretada por Danae Reynaud, salta a la fama por un video donde aparece alcoholizada y se viraliza debido a su comportamiento contra el joven dueño de un puesto de hot dogs y por golpear a una policía.

Camila tiene salida gracias a que se integra a una comunidad donde aprende a valorar el trabajo, la calidez y solidaridad que se puede vivir al lado de una clase trabajadora que busca la libertad a través del trabajo comunitario. La protagonista aprender una lección fuerte, que consiste en apreciar el empleo: “quien no trabaja no come”. Frase y hecho que hacen reflexionar a Camila que nunca había experimentado, lo que es no tener qué comer. Resulta un poco increíble la historia, pero en términos de valores y subjetividad, sí ensalza los valores verdaderos y deja fuera los aspectos fantasmagóricos e irreales.

Con estos cuatro ejemplos he querido mostrar cómo en esta actividad artística en México se están abordando los temas de subjetivización y aunque ninguno de los filmes son grandes obras, sí son una pequeña muestra del cine que se está haciendo desde nuestro país con historias, producción y actores mexicanos. Ya el lector juzgará si son o no buenos ejemplos de gran obra cinematográfica.

* Socióloga de profesión con maestría y doctorado en Ciencia Política. Profesora investigadora de la FES Acatlán, UNAM, en el área de Teoría Social en la Unidad de Investigación Multidisciplinaria. Distinguida con el Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz 2021.

Bienvenida

CineAdictos, publicación periódica de la Coordinación de Difusión Cultural, nació en noviembre de 2000. Incluye reseñas de películas, trayectorias de actores, directores, críticas, comentarios sobre los principales festivales, entrevistas, avances técnicos y aspectos de los distintos géneros cinematográficos. El material impreso se distribuye entre la comunidad de la FES Acatlán; a partir del semestre 2015-II extiende sus alcances con el blog de CineAdictos. Espacio abierto a los interesados en la divulgación del séptimo arte.

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