Archivo para noviembre, 2020:
POR JUAN BRAVO ZAMUDIO *
El cine se ha vuelto el arte social de nuestro tiempo, debido no sólo a que en él se juntan diversas artes, sino también al interés y aceptación que suscita en cualquier parte del mundo y entre personas de cualquier edad o condición social.
El Séptimo Arte, empleado como fuente de información, permite adentrarse en el estudio de la sociedad; conocer diferentes culturas al igual que la propia; formar visiones en torno a acontecimientos pasados, presentes y futuros; entrar en contacto con valores, ideas, pensamientos, actitudes, normas. Nos permite reflexionar, criticar y hasta juzgar.
Por estos y otros aspectos se convierte en un educador informal. Tras su dimensión lúdica esconde una faceta formativa, ello hace que el docente no solamente lo ocupe como un recurso, sino también como parte de la currícula, provocando que sea un objetivo educativo en todos los niveles de la constitución del individuo.
En este sentido, el cine puede actuar como herramienta docente debido a su contenido informativo y su tendencia reflexiva. Por su parte, el estudiante debe ser consciente de estar siendo educado, porque, para él ver cine en clase es una actividad que incrementa su interés y participación.
La imagen en movimiento, mensajes, ideas, técnicas, así como contenidos, son elementos de indiscutible valor e indispensable estudio en las aulas. Es una de las estrategias interdisciplinarias y una vía para lograr la transversalidad: al mismo tiempo puede ser el fundamento de análisis y estudio de cualquiera área de un programa de trabajo.
El cine, como comenta Herbert Marshall McLuhan es “El aula sin muros”, complementa conocimientos, integra ideas y lenguajes. Puede hacer comprender mejor una obra de teatro, un drama escrito, y al mismo tiempo incitar a leer la obra literaria que ha servido de base para realizar el filme, de ser éste el caso.
Es necesario interpretar los resultados del cine para descubrir qué es lo que nos quiere comunicar. Una película se compone de diversos elementos que, en su conjunto, forman una narración con posibilidad de múltiples y variados comentarios y reflexiones. Como todo relato, utiliza técnicas que es necesario conocer, para saber si los mensajes llegan al espectador de la forma más parecida a como pretenden quienes han realizado la obra cinematográfica.
No basta con ver un filme, hay que analizarlo con mucho cuidado, con el fin de realizar todas las críticas posibles, para comprenderlo mejor y valorarlo como contador de historias, transmisor de valores, portador de arte y de conocimientos. Pero hay que entrar en él con seriedad, además de curiosidad.
La fijación en la memoria de los conceptos aprendidos es más duradera en la medida en que asimilamos de forma más concreta, con mayores evidencias; y de ahí que lo que se aprende mediante el cine se retiene por más tiempo y aprovecha mejor. Propicia en los estudiantes la interrelación de conceptos y en general facilita el desarrollo del pensamiento.
En la actualidad debemos hablar de la educación como instrumento para potenciar una enseñanza que desarrolle la actitud crítica en los estudiantes en torno al cine y a la información que reciben a través de los medios, que les permita concebir una escala de valores personal y útil para enfrentarse a la sociedad en el futuro.
El buen cine, como la literatura, la poesía o la novela, comenzó por ser simultáneamente una reflexión sobre el lenguaje y una tendencia a producir otro lenguaje; esto es, un sistema de transparencias para provocar la aparición de la realidad que nos ocultan o nos presentan como un simulacro, en la perspectiva de Jean Baudrillard, generando una sociedad muda y atónica. Es momento de que el Séptimo Arte recobre su vocación crítica.
* El doctor Juan Bravo Zamudio es integrante del Comité Organizador del Cine Debate del Colegio de Personal Académico de Ciencias Sociales y Humanidades, en la FES Acatlán.
Esta colaboración se publicó en la versión impresa del boletín informativo CineAdictos, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán, edición 137, septiembre 2014.
POR JOSÉ ALFREDO FLORES ROCHA
Paul Leduc Rosenzweig, (Ciudad de México, 11 de marzo de 1942-21 de octubre de 2020), fue un cineasta que, en todo momento, se caracterizó por realizar filmes de vanguardia, siempre apegado a lo que se denominó cine de carácter social y de denuncia.
Para Leduc el cine constituyó una herramienta de cambio y de transformación, más allá del entretenimiento. Desde finales de la década de los años 60 convirtió el Séptimo Arte en su trinchera y forma de vida, al documentar el movimiento estudiantil de México en 1968, poco después de abandonar sus estudios en la Facultad de Arquitectura en la UNAM. Su formación académica la continuó matriculándose en la Facultad de Filosofía y Letras; a la par estudió en la Escuela de Artes de Seki Sano, considerado como uno de los precursores del teatro de vanguardia en nuestro país.
Hacer cine significó para Leduc la construcción de una utopía que le permitió romper con las reglas impuestas por las tendencias y corrientes de aquella época. Su afinidad por las artes y la cinematografía, lo llevó a organizar y programar, dentro y fuera de la Universidad, numerosos cineclubes.
Tuvo la oportunidad de acudir a un ciclo de conferencias que llevó por título: “50 lecciones de cine”, impartidas por Manuel González Casanova y marcaron un precedente importante en su forma de concebir el Séptimo Arte. Años más tarde Leduc señaló que el problema no era aprender cine, sino hacerlo en un país donde no se contaba con los apoyos suficientes para los proyectos artísticos.
A los 23 años de edad, obtuvo una beca para estudiar en el Institut Des Hautes Études Cinématographiques, en Francia; ahí aprendió que el cine era una herramienta de investigación y difusión, lo que le permitió, a la postre, imprimir un sello muy particular a todos sus trabajos.
Su talento natural detrás de la lente lo llevó a participar en algunos proyectos de la televisión francesa que lo hicieron madurar como artista visual y crear obras memorables que, hasta la fecha, son referentes obligados.
Paul Leduc formó parte de una de las agrupaciones más emblemáticas del ambiente cultural, el denominado Grupo Nuevo Cine que tenía entre sus miembros a figuras de la talla de Emilio García Riera, Alberto Isaac, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y José de la Colina, entre muchos otros.
La trayectoria de Paul Leduc como director de cine inició en 1972 con una de las cintas más elogiadas por la crítica especializada Reed, México Insurgente, cuya base es el libro “Insurgent Mexico” del periodista norteamericano John Reed; el texto narra los pormenores de lo vivido por este corresponsal durante la Revolución Mexicana.
El interés por filmar esta película surgió, en primera instancia, porque su tío, el destacado escritor Renato Leduc, conoció en su juventud al reportero John Reed, cuando era telegrafista de la División del Norte, encabezada por Pancho Villa.
Reed, México Insurgente unificó las opiniones del público y la crítica, la cual no reparó en elogios hacia la ópera prima de Leduc. Este largometraje desmitifica la lucha armada, al retirarle ese glamour que producciones anteriores le habían concedido y la convirtió en una cinta que se construye a partir de historias cotidianas de los protagonistas de la conflagración.
Para los especialistas en la materia, la cinta de Leduc está entre las mejores 30 producciones mexicanas de todos los tiempos. Reed, México Insurgente obtuvo el Premio Ariel en 1973 a la Mejor Película y Mejor Dirección. Fue seleccionada para representar a nuestro país en los Premios Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera; se exhibió en los festivales más importantes del mundo, destacando su paso por Cannes, Berlín, Nueva York, Varsovia y Praga.
En 1976 filmó Etnocidio: Notas sobre El Mezquital, uno de sus trabajos más apreciados; éste se basa en una investigación antropológica de Roger Bartra y retrata con gran nitidez la pobreza y explotación que sufren los pobladores de origen otomí, aunado al proceso de exterminio gradual de su cultura.
La consagración de Leduc llegó en 1984 de la mano de la película Frida, naturaleza viva, donde redescubrió y lanzó a la escena mundial a una de las figuras más emblemáticas del ambiente artístico y cultural en México, la pintora Frida Kahlo. Esta película está narrada desde el lecho de muerte de la artista y se centra en la recreación estética de algunos de sus cuadros más emblemáticos.
Frida, naturaleza viva obtuvo el Ariel por Mejor Actriz gracias a extraordinaria interpretación Ofelia Medina y también fue galardonado en las categorías de Mejor Película y, desde luego, Mejor Dirección. El elenco cuenta con histriones de primer orden como Juan José Gurrola, Claudio Brook, Salvador Sánchez, Gina Morett, Margarita Sanz, los hermanos Odiseo y Bruno Bichir, además de Valentina Leduc que, a la postre, se consolidó como una de las editoras con mayor reconocimiento en la cinematografía nacional.
Con dos éxitos consecutivos bajo el brazo, Renato Leduc presentó en 1986 ¿Cómo ves?, probablemente uno de sus trabajos con mayor crítica social e incluso incomodó a los círculos de poder. Leduc puso el dedo en la llaga al contradecir el discurso oficialista que argumentaba que México se enfilaba hacia el progreso y el crecimiento económico.
Teniendo como marco la Ciudad de México y su zona conurbada ¿Cómo ves? retrató, como ningún otro largometraje, la marginación, pobreza, violencia familiar y falta de oportunidades en un sistema capitalista deshumanizado. El guion estuvo basado en textos de José Revueltas y de José Agustín; contó con la participación de agrupaciones musicales como El Tri, Son de Merengue, Cecilia Toussaint, Rockdrigo y Jaime López.
Fue, precisamente por su gusto musical, que Paul Leduc se dio a la tarea de filmar la trilogía conformada por Barroco (1988), basada en la novela de Alejo Carpentier; Latino Bar (1991) y Dollar Mambo (1993). A partir de ese momento se retiró del cine durante casi 10 años, pero incursionó en la animación con los cortometrajes: Los animales 1850-1950 (1995) y La flauta de Bartolo o la invención de la música (1997), considerado el primer corto realizado en México con la técnica de gráficos en 3D.
En 2006 Paul Leduc volvió con la película Cobrador: In God We Trust. En 2013 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En 2016 se hizo acreedor al Ariel de Oro por su destacada trayectoria; sin embargo, esa entrega estuvo marcada por la controversia, debido a que, aparentemente, el discurso del realizador fue censurado por Canal 11, televisora cultural del Estado mexicano encargada de la transmisión. Luego del escándalo, los organizadores argumentaron que, por cuestiones de tiempo, había sido imposible incluir completo el discurso del cineasta.
En aquella velada Paul Leduc, fiel a sus convicciones, lanzó una dura crítica a las instituciones del Estado encargadas de apoyar a la cinematografía nacional y las culpó porque las producciones mexicanas no ocupan espacios preponderantes en las salas de exhibición, teniendo como resultado la caída de espectadores para las cintas producidas en territorio nacional.
Paul Leduc nunca claudicó en sus ideales, tampoco fue rehén de modas: siempre figura controversial por la forma de expresar sus opiniones. Construyó un lenguaje propio a través del cual se permitió reflexionar sobre los más diversos temas al concebir al cine no sólo como medio de denuncia social, sino como agente de cambio.
POR ADRIANA CERVANTES SOTO
El lobo de Wall Street (2014), dirigida por Martin Scorsese, se basa en el libro homónimo de Jordan Belfort. Es una propuesta diferente al tema del fraude financiero en el mercado de valores y los abusos de Gordon Gekko, tocado con anterioridad por Oliver Stone en Wall Street.
Leonardo Di Caprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey y Kyle Chandler conforman el reparto, el guion es del escritor de televisión Terence Winter (creador de Los Sopranos y Boardwalk Empire). Siete años tardó la filmación, después de que Leonardo Di Caprio leyera el libro y se obsesionara con la idea de llevar a la pantalla grande una historia de ambición desmedida.
No obstante el sabor de derrota que la acompaña, pues no logró ningún premio Oscar, (luego de generar gran expectativa como “segura ganadora”), nadie le quita haberse convertido en un fenómeno de taquilla, al recaudar más de 300 millones de dólares en su proyección mundial. Los 180 minutos de rodaje están plagados de imágenes extravagantes, donde se muestra el mundo de la bolsa: acumulación, avaricia y poca moral del depredador de Wall Street, Jordan Belfort.
En el Lobo de Wall Street, el todavía galán y ya no L’enfant terrible Leonardo Di Caprio da vida al excéntrico broker que decía ganar más de 50 millones de dólares al año y despilfarró su inmensa fortuna en caprichos, mujeres, sexo ocasional, autos deportivos, yates, lujosas casas de playa, drogas y alcohol, pero cayó estrepitosamente por no medir su distancia con los encargados de aplicar la justicia.
Belfort enfrentó cargos del FBI por estafa en 1998, se declaró culpable y colaboró con el gobierno estadounidense para castigar a sus cómplices, por ello le redujeron la pena carcelaria a 22 meses; eso sí, lo obligaron a pagar 100 millones de dólares a los accionistas estafados.
Jordan Belfort vive ahora en Los Ángeles, en una zona popular y solamente conserva como recordatorio de tiempos mejores un reloj Bulgari y un cuadro que decoraba uno de los dormitorios de su yate. Los detalles de sus fechorías los plasmó en dos libros, cuyas ganancias le han permitido librarse de buena parte de su deuda: El lobo de Wall Street y Atrapando al lobo de Wall Street.
En el trabajo fílmico de Scorsese se percibe un toque de humor negro, hay situaciones que rayan en lo absurdo, él la define como “la historia de una locura, de la obscena mentalidad de un negocio podrido, y así lo quise mostrar. Sin prebendas, con toda la libertad que necesitaba para dejar clara la impunidad con que se movían mis sujetos”. Sin embargo, no busca ser moralizante, ni una oda al delito, pero sí provocar controversia. Los críticos han sido implacables con el derroche de excentricidades.
Basta señalar que la vida supera la ficción y las personas no siempre se redimen, como en este caso, ya que Jordan Belfort sigue sin pagar el total de su deuda a las víctimas de sus estafas.
POR JOSÉ ALFREDO FLORES ROCHA
Más allá de la montaña (The Mountain Between Us, 2017), es una de esas películas que prometen demasiado, pero al final salen debiendo. Con un elenco encabezado por la multipremiada Kate Winslet e Idris Elba, la cinta, filmada bajo la dirección de Hany Abu-Assad, resulta un melodrama al mero estilo de Hollywood que se empeña al extremo por llevar a buen puerto a los protagonistas.
Despierta interés pues la encabezan dos de las estrellas cinematográficas más importantes de los últimos años, ambos con trabajos notables tanto en cine y televisión.
En el caso de Kate Winslet, ganadora de un premio Oscar por Mejor Actriz en 2009 debido a su notable trabajo en The Reader (Stephen Daldry, 2009); es destacable su participación en Revolutionary Road (Sam Mendes, 2009), pues con esta cinta se hizo acreedora a un Globo de Oro por Mejor Actriz; y qué decir de su intervención en la película dedicada al célebre Steve Jobs (Danny Boyle, 2015) que también le mereció otro Globo de oro, pero por Mejor Actriz de Reparto, en 2016.
En el caso de Idris Elba su trabajo actoral destaca más en la pantalla chica, gracias a miniseries de televisión como Luther (2011), producida bajo el sello de la BBC, donde encarna al detective John Luther.
El director Hany Abu Assad es un cineasta que viene precedido de un éxito notable; basta recordar en 2006 su trabajo en el largometraje Paradise Now, el cual recibió un Globo de Oro a la Mejor Película en Lengua no Inglesa y contó con una nominación al Oscar, en la misma categoría.
Sin olvidar su trabajo en Omar (2013), cinta considerada por la crítica especializada como la primera película de manufactura palestina en alcanzar repercusión internacional y ser nominada en el renglón de Mejor Película en los premios Oscar.
Con este cóctel de buenos ingredientes se esperaba que Más allá de la montaña, resultara un referente en la cartelera. Sin embargo, no fue así. Esto a pesar de estar basada en la novela homónima de Charles Martin y que tiene por argumento central el encuentro inesperado entre dos pasajeros que acaban de perder su vuelo, debido a las intensas tormentas.
La trama comienza cuando la protagonista Alex Martin (Kate Winslet) propone a Ben Bass (Idris Elba) rentar una avioneta para llegar a su destino. Ambos son pasajeros varados, pero ella, fotógrafa profesional, debe llegar urgentemente a su destino, pues está a punto de casarse.
Suben a una pequeña aeronave y sufren un aparatoso accidente que los deja aislados en lo alto de una montaña; el piloto fallece, no así el perro que lo acompaña y que ahora será la única compañía de ambos pasajeros, quienes prácticamente se quedan sin provisiones.
Incomunicados y con heridas, comienzan una larga travesía por la montaña, ello los enfrenta a todo tipo de obstáculos, el más grave de los cuales es la falta de víveres, además de bajas temperaturas y amenazas con animales salvajes.
A pesar de que el director se esmera, la situación de la pareja se vuelve insostenible, poco creíble. Si bien en el cine existe una complicidad implícita entre público y realizador para llevar por buen camino las historias, aquí dicha comunión simplemente no se da.
Los recursos utilizados por el director parecen sacados de la chistera y no logran justificarse. La historia de amor poco a poco florece entre los protagonistas, bajo un esquema de clichés que se imponen.
La historia se le escapa de las manos a Hany Abu Assad y pasa de ser un melodrama, prometedor al típico argumento que privilegia el cuento de amor descafeinado. A mitad de la película, sin demasiado esfuerzo, el espectador sabe en qué terminará el relato.
Esta cinta está lejos de otras producciones que abordaron este tipo de percances aéreos. Entre las más notables destacan Sully: hazaña en el Hudson (2016), basada en el acuatizaje logrado por el capitán Chesley Sullenberger el 15 de enero de 2009, en el río Hudson; El vuelo (2012), Un día para sobrevivir (2011), Al filo del peligro (1997) y Viven (1993), ésta última basada en el libro del mismo nombre que recoge la experiencia de los sobrevivientes de los Andes en 1972, tras el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya.