POR RENÉ LEÓN VALDEZ *
La biblioteca se encuentra en total oscuridad. En su interior se observan las sombras de los anaqueles reflejadas en la tenue luz que se filtra a través de la ventana; el silencio parece dominar aquel espacio solitario donde un espíritu vengativo espera el momento oportuno.
Ofelia entra en la sala, pero el ambiente del lugar parece propio de una dimensión desconocida y siniestra; se escucha lejana su voz al preguntar por Aurora. Media hora antes, las dos amigas habían acordado salir a cenar y, con ello, levantar los ánimos ante los sucesos misteriosos que han ocurrido en su hogar.
Ofelia camina por el pasillo y pregunta por su amiga. No obtiene respuesta. Vuelve a pronunciar el nombre de su amiga con la esperanza de que acuda a su encuentro. Silencio. Sin saber lo que ha ocurrido antes de su llegada, Ofelia continúa su camino entre las repisas de libros antiguos; quizá los ecos guardados en esos manuscritos la guíen para localizar a su amiga; sin embargo, lo que encuentra al final del pasillo la enfrenta a algo ominoso e inquietante que pone a prueba su lucidez.
No se trata del cuerpo inerte de Aurora que cuelga del barandal metálico; tampoco de ese grito que sale de su interior al encontrar a su amiga muerta, con una expresión de terror indescriptible. Se trata de algo más impactante, amenazador, que genera espanto: miedo. Un miedo que Carlos Enrique Taboada supo reflejar magistralmente en su tetralogía mexicana de terror: Hasta el viento tiene miedo (1968), El libro de piedra (1969), Más negro que la noche (1975) y Veneno para las hadas (1984).
Internados citadinos, casas de campo con un aire de misterio, residencias antiguas donde los espíritus observan el diario devenir de sus habitantes, sótanos oscuros; espacios que para Carlos Enrique Taboada representaron el punto de encuentro con seres ocultos que interfieren en la vida cotidiana de los protagonistas.
Si bien en las películas creadas por el director mexicano acaecen hechos sobrenaturales, sus protagonistas femeninas reflejan un carácter escéptico: ¿Cómo es posible que en un mundo contemporáneo las personas crean en fantasmas y espíritus? En más de una ocasión la pregunta se convierte en el eje de reflexión sobre el cual se desarrolla la trama. Como se observa en las películas, los mismos acontecimientos otorgan una respuesta inquietante y perturbadora.
La primera historia de la tetralogía muestra una representación de la juventud poco convencional que se combina con la superstición propia de chicas que desean quebrantar un código rígido que impide su plena libertad. Hasta el viento tiene miedo no sólo es una historia donde las mujeres se cuestionan acerca de los principios y valores que rigen a la sociedad tradicional; la trama nos adentra en los secretos que permanecen ocultos en el internado de señoritas y que salen al descubierto por medio de Andrea, un espíritu que vaga por los pasillos en busca de venganza, materializada en uno de los personajes principales, Bernarda.
En El libro de piedra nos encontramos con una situación que nos obliga a cuestionar la veracidad de lo que acontece en ese espacio abierto, infinito, que conocemos como realidad: Julia Septién es contratada por el acaudalado Eugenio Ruvalcaba para cuidar de su pequeña hija, Silvia. La trama no tiene nada de extraordinario salvo por un aspecto que desencadenará el factor inquietante: la pequeña Silvia afirma ante los adultos que mantiene una amistad con Hugo, y esta amistad podría ser aceptada de manera normal de no ser por el hecho de que Hugo es una estatua de piedra que posee un misterioso libro…. de magia negra.
A través del miedo nos cuestionamos sobre la veracidad de hechos que van más allá de nuestro entendimiento, eventos sobrenaturales que desafían cualquier explicación lógica. Esto es lo que experimentan los protagonistas del filme: Eugenio y su esposa Mariana son incapaces de comprender el comportamiento de Silvia debido a que su realidad se basa en hechos que se pueden observar y explicar. En su pensamiento no tiene cabida lo sobrenatural.
Carlos, el tío que llega de visita, asume que se trata de un trastorno ocasionado por los constantes viajes y ocupaciones de su padre. Los sirvientes de la casa no dudan en afirmar que la niña está embrujada. Solo Julia parece advertir que hay algo de verdad en las historias que cuenta Silvia acerca de Hugo. Los sucesos posteriores dejarán entrever que lo sobrenatural se oculta donde menos lo esperamos.
Actitudes desenfadadas, libertad, quebranto de esquemas tradicionales rígidos, deseo, conflictos internos… Estos son los núcleos particulares que definen la trama en Más negro que la noche, una historia en donde se recurre al ambiente gótico como un complemento indispensable para que las jóvenes protagonistas enfrenten ese miedo del cual no podrán librarse, no por falta de voluntad, sino por la presencia amenazante de la tía Susana y de su alter ego, Bécquer.
El miedo persigue a las protagonistas, les hace daño, las trastorna, les quita el sueño. ¿La prueba? El maullido incesante y ominoso de Bécquer, el cual resuena en cada rincón de la vieja casona escenario de la trama.
Finalmente, Veneno para las hadas es la culminación de un esquema narrativo que refleja las más diversas variedades del miedo y sus asimetrías frente a una realidad que se ve superada por los temores que guarda el ser humano y que, poco a poco, lo consumen de manera inevitable.
La historia presenta un giro totalmente diferente a las anteriores. Las protagonistas son dos niñas que, a pesar de su corta edad, enfrentarán sus temores y resentimientos de una manera icónica: Flavia representa la postura objetiva y racional. Para ella, el miedo no tiene cabida en su carácter y antepone su valentía para hacer frente a cualquier evento desconocido.
La situación dará un giro inesperado con la llegada de Verónica, el lado opuesto a la fortaleza de Flavia. Una misteriosa niña que vive con su abuela en un entorno sombrío. Para hacer frente a la ausencia de sus padres inventa historias poco menos que inverosímiles. Afirma ser una bruja con poderes ocultos y saber preparar pociones para destruir a sus enemigas, las hadas.
A simple vista parece un juego inocente, pero conforme la historia avanza observamos que las jóvenes protagonistas llevarán muy lejos las asimetrías respecto del miedo. Un incendio y una sonrisa inquietante nos muestran todo lo que somos capaces de hacer para contrarrestar esa sensación de miedo que nos perturba.
¿Qué tienen en común las historias creadas por Carlos Enrique Taboada? Nos muestran los componentes básicos de toda forma de miedo: suspenso, temor, fragilidad, peligro, desamparo, pérdida. Son sensaciones que los protagonistas experimentan cuando se ven amenazados por fuerzas desconocidas más allá de su entendimiento y que son incapaces de comprender.
El miedo representa un núcleo emocional que vislumbra todo aquello que vendrá, sea o no inevitable. Para el director mexicano sus protagonistas no pueden escapar a su destino y el único futuro que les espera se reduce a un espacio donde el miedo perdura como un veneno: nunca termina.
* René León Valdez es Licenciado en Comunicación. Profesor en la Licenciatura de Comunicación de la FES Acatlán. Actualmente en periodo formativo en la Maestría en Docencia para la Educación Media Superior.
Esta colaboración se publicó de manera impresa en marzo de 2020, edición 188 del boletín informativo CineAdictos, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.