POR MARIO DANIEL HARRIGAN GUTIÉRREZ
El cine, como toda disciplina artística, está lleno de manías y obsesiones, usualmente de un individuo que comenzó por escribir detalles. Son éstos, los detalles, un aspecto que los directores del Séptimo Arte han convertido en fundamentales para la pantalla, pero muchas veces pasan desapercibidos ante la mirada de un público acostumbrado a no observar con detalle. La descripción se convierte en el vehículo que permite al espectador atravesar de forma particular por un lugar, parecida a la intención desarrollada por el artista cuando quiere hablar del objeto. En esta ocasión el punto central es una ciudad, pueblo o barrio; tomemos el hábitat como esencia del discurso.
Documentales o de ficción, independientes o comerciales, sonoras o mudas, a color o en blanco y negro, se ha filmado una gran lista de películas sobre lugares entrañables alrededor del mundo. Aquí nos centramos en abordar algunas de las más conocidas de los últimos 30 años. No hay intención en dejar fuera muchos ejemplos, seguramente algunos mejores que los mencionados, sólo se pretende una aproximación a ese aspecto que suele situarse en segundos o terceros planos: la ciudad como personaje. Porque también eso es el cine, lo que queda al fondo.
Un ejemplo conocido, debido a su claridad y recurrencia, es la obra de Woody Allen. En “Manhattan” (1979) prevalecen los planos generales sobre los edificios, “fotografías” representativas de la vida en los barrios de la ciudad moderna por antonomasia. Allen combina humor y locaciones particulares, buscando elaborar un discurso propio como cineasta, permitiéndonos conocer lugares a través de su particular sátira.
En ocasiones es precisamente la ausencia de diálogos la forma en la cual las películas llevan el tratamiento de un lugar hacia situaciones distintas, tal vez más interesantes. “En la ciudad de Sylvia” (2007), de José Luis Guerín, los 120 minutos de duración no van más allá de escenas muy largas, algunas conversaciones circunstanciales y la aparente fijación de un joven que vuelve a Estrasburgo, Francia, para encontrar a una mujer que camina por todas partes y que lo hace mirar o bosquejar rostros innumerables.
Encontramos un ejercicio parecido en la película “Los límites del control” (2009), de Jim Jarmusch, donde presenta el caso de un asesino a sueldo. La personalidad mecánica del protagonista y su nulo dominio del español lo condicionan a no tener ocupación entre los habitantes de Madrid, ciudad donde se desarrolla el filme, sólo recorre la ciudad en silencio, visita sitios donde no hay un alma. Pareciera que la urbe estuviera desolada y le fuese indiferente tener a un asesino por sus calles.
“En la ciudad de Sylvia” y “Los límites del control” comparten la serenidad como ritmo, lograda con cámara fija en planos generales, ángulos amplios que reducen a los personajes a meras casualidades de composiciones inalteradas. Con tonos sólidos, cortes de luz sobre edificios y ruido ambiental, exploran una estética del accidente.
Para encontrar descripciones de rutas y poblaciones, el trabajo de Wim Wenders es un buen referente sobre las llamadas “road movies” y sus retratos de ciudades pequeñas, aparentemente deshabitadas, silenciosas, ajenas, pero cálidas. “Paris, Texas” (1984) e “Historias de Lisboa” (1994) son dos maneras de acercarse a un lugar, más como sistema orgánico que como locación.
Krzysztof Kieslowski encontró en París esa fuerza de inspiración que ha tocado a artistas de diversas épocas. Filmó ahí, con delicadeza y elegancia, buena parte de su trilogía cromática: “Azul” (1993) donde se aleja hacia la campiña francesa y con tonos fríos cuenta la historia de una mujer solitaria. “Blanco” (1994) es la belleza de Polonia y su inherente nostalgia, pero también el camino de una ciudad alba hasta el escenario de luces trémulas como las de París. “Rojo” (1994), el final que se asoma desde la ventana de un departamento a las calles húmedas de París.
Resulta pertinente considerar otro tipo de trabajos cercanos a la exposición urbana. Tal es el caso de “París, te amo” (2006); una serie de cortometrajes a cargo de directores con sólidas trayectorias.
Comprende episodios breves desarrollados en la capital francesa, los cuales funcionan como un collage para mostrar distintos encuadres de una misma urbe, pequeños discursos independientes que permiten contrastar capítulos y así ampliar el acercamiento a una de las ciudades más recurrentes en el Séptimo Arte.
En la misma línea, aunque con objetivos no tan bien logrados, está “Nueva York, te amo” (2009). Misma fórmula, semejante intención, en general es un ‘pastiche’, pero aquí, más allá de asomarse por la metrópoli norteamericana y componer una obra de matices memorables, el resultado es un catálogo inverosímil que pareciera no hacer justicia a la ciudad cosmopolita por excelencia.
Existen largometrajes tenues, capaces de someternos a una especie de sopor superficial, como el que algunas infusiones de té consiguen en sujetos enamorados; es el caso de “Perdidos en Tokio” (2003), filme de Sofía Coppola donde se observa la mezcla de diminutas flores secas, una gota de mujer en un abismo cultural, fragmentos de fruta y buena música. Lejos de si pertenece a tal o cual clasificación, recorre la capital japonesa desde el punto de vista de dos personajes enteramente lejanos a la cultura nipona, pero que deben estar ahí, porque no les queda más opción.
Hasta aquí este recorrido, no obstante, se debe insistir en la existencia de una amplia lista de materiales fílmicos sobre lugares entrañables, sólo es cuestión de echar un vistazo los catálogos.
Esta colaboración se publicó en febrero de 2014,edición 131 del boletín informativo CINEADICTOS, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.
