Presagios. La superstición en la antigua cosmovisión nahua II

Augurios perjudiciales

                Agathos – “¡Ah, la felicidad no está en el conocimiento, sino en su adquisición! La beatitud eterna consiste en saber más y más; pero saberlo todo sería la maldición de un demonio.”

Edgar Allan Poe, El poder de las palabras

En este país, es tradicional escuchar a las abuelas contar sus increíbles historias  a la luz de la fogata, fantasmas, bolas de fuego, naguales y diablos se materializan por medio de las palabras… La luna, las estrellas y el viento se conjugan creando una perfecta atmósfera para el relato. Entonces, allá a lo lejos, oculto entre las sombras, un perro aúlla y cualquiera que lo escucha, entre el crepitar del hogar, se sobresalta. “Ha llegado la hora de las brujas”, dice la abuela, y el miedo se hace presente entre todos.

La creencia de que el hombre puede conocer su futuro gracias a ciertos elementos en el entorno, se tiene desde hace muchísimo tiempo. Si bien es cierto que hay fenómenos naturales que se aprenden a “leer” (el granjero sabe que debe prepararse para una helada tras observar el cielo), no debe extrañarnos que en el imaginario popular exista la idea de “entidades sobrenaturales” que pueden comunicarse con el hombre por medio de hechos, mayoritariamente fortuitos, tomados como augurios o presagios.

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Fig. 01: Desde tiempos remotos se tiene la creencia de que en los sueños existen mensajes premonitorios que pueden ser descifrados para conocer el futuro. [1]

            De tal manera se justifica que el hombre haya generado imágenes, historias, mitos y leyendas y que los haya dotado de cierto simbolismo que podría tener información acerca del futuro mediato o inmediato. Para los antiguos nahuas, el hombre poseía dentro de sí cierta fuerza vital que estaba ligada directamente con la entidad creadora; es gracias a esta pequeña parte divina que tiene todo ser humano,[2] que la comunicación entre las entidades divinas y las profanas puede realizarse.[3] En la cosmovisión mesoamericana, el diálogo entre el hombre y los dioses era de vital importancia, pues gracias a éste se podían conocer los designios, deseos y planes divinos.

            En el presente trabajo se hablará de una particularidad en la comunicación entre las divinidades y el pueblo nahua, donde el mensaje que los primeros transmitían a los hombres tenía una connotación desagradable o infortunada; para ellos, los dioses se manifestaban de maneras misteriosas, pero a veces su mensaje era tan claro que dejaba paralizado a quien lo escuchaba:

     Cuando alguno oía en las montañas bramar alguna bestia fiera […] luego tomaba mal agüero, diciendo que significaba algún infortunio o desastre que le había de venir en breve, o que había de morir en la guerra o de enfermedad, o que algún desastre o infortunio le había de venir.[4]

            Aquéllos que tenían un mayor conocimiento en torno a las artes adivinatorias de buena y mala fortuna eran los llamados tonalpouhque, ya que –como se hizo notar en la entrada anterior–  se especializaban en la lectura de los signos de los días, ellos podían saber el destino de las personas con base en el día de su nacimiento. Los signos que conformaban las veintenas del tonalpohualli actuaban como una marca indeleble que les dejaba la impronta de un destino ya escrito por los dioses. Una persona podía nacer en distintas “casas” que designaban su andar en la tierra. Por ejemplo: quienes nacían bajo el signo ocelotl tendrían un destino funesto, pues “decían que había de ser cautivo de guerra, y en todas sus cosas había de ser desdichado y vicioso”[5]; quienes nacían en la segunda casa, ome tochtli, del signo ce mazatl, serían borrachos; aquéllos que nacían en ce calli serían ladrones e injuriosos;[6] quienes nacieren en ce quiahuitl, “serían nigrománticos […] o hechiceros, y se transfiguraban en animales”.[7] Sin embargo, a pesar de haber nacido en días funestos, los padres podían “bautizar”[8] al niño en ciertas fechas específicas del mes para remediar los efectos malignos del signo.[9]

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Fig. 02: Un tonalpuhque explica a la madre la fecha del nacimiento del recién nacido: 10 conejo. Códice florentino, t. I, Lib. IV, fol. 34v.[10]

Otra clase de comunicación que mantenían los dioses con los hombres era la de los presagios. Una deidad podía mandar mensajes a través de ciertos hechos que, para el nahua, tenían un trasfondo interpretativo. Bien conocidos son los llamados presagios funestos que anunciaron la caída del imperio mexica y que se vivieron antes de la llegada de los españoles:

     “[1°] pareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente [2°], el chapitel de un cu de Vitzilopuchtli,[…] se encendió milagrosamente, [3°] cayó un rayo sobre el cu de Xiuhtecutli, [4°] de día haciendo sol cayó una cometa, [5°] se levantó la mar, o laguna de México con grandes olas, [6°] se oyó de noche en el aire una voz de una mujer que decía: ¡Oh hijos míos, ya nos perdimos! [7°] cazaron una ave parda del tamaño de una grulla […] en medio de la cabeza [tenía] un espejo redondo, donde se parecía el cielo, y las estrellas, [8°] aparecieron muchas veces monstruos en cuerpos monstruosos y […] desaparecían.”[11]

            Por otro lado, Jacques Soustelle habla sobre un presagio que es igualmente perturbador. Según el autor, un anciano de Tlatelolco escuchó a su perro hablar y anunciar las desgracias de la ciudad antes de la batalla en contra de los mexicanos, el viejo, molesto, le quitó la vida al perro y en ese instante un guajolote comenzó a hablar de igual manera, entonces el hombre decapitó al ave; finalmente, una máscara que adornaba la pared de su casa le habló sobre los mismos presagios, fue tal el asombro del viejo que se dirigió a contarle al tlahtoani Moquihuixtli pero éste no le hizo caso. La batalla culminó con la victoria de los tenochcas sobre los tlatelolcas.[12]

            El hombre se preocupa por el porvenir, se pregunta constantemente qué le depara su suerte, qué plan le tienen designado los dioses, si serán arrojados al mundo sin poder hacer nada en contra de los propósitos divinos. Sin duda este tipo de cuestionamientos también los realizaba quien estaba enfermo de gravedad, ¿habría de morir así? En el mundo nahua, para dar respuesta a ello, el convaleciente podía pedir que le leyesen su destino a través de los granos de maíz.[13]

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            Fig. 03. Lámina que representa la adivinación por medio del lanzamiento de granos de maíz.La imagen muestra al dios Quetzalcoatl, al cual le rezaban antes de iniciar la adivinación.Abajo, quien está leyendo la suerte parece que está dando un fatídico resultado al hombre que está llorando: “si los tales granos hacían en medio vacuo […] era señal que […] moriría de aquella enfermedad”.[14]

            Una enfermedad podía ser provocada por distintas causas, pues las entidades anímicas que poseía el cuerpo humano (tonalli, teyolia e ihiyotl) reaccionaban a diversos factores externos. El tonalli, fungía como “la esencia” del ser humano, y le dotaba de características particulares.[15]

            Había ciertas cuestiones que podían alterar la salud de la persona y provocar que perdiese su tonalli: las naturales (durante el sueño profundo o en el coito),[16] las directas (acciones provocadas por un “brujo”)[17] y las indirectas (un susto[18] o una enfermedad). Otras causas que también afectaban a las entidades anímicas eran las apariciones fantasmales que podían “enfermar de susto”; este tipo de visiones nocturnas se le atribuían a Tezcatlipoca y también estaban cargadas de un sentido interpretativo, generalmente de mal agüero. Tales apariciones podían ser de un ente que llamaban youaltepuztli, un fantasma decapitado, que tenía un hueco en el pecho “como una puerta”, que al abrir y cerrar provocaba golpes secos que se escuchaban como una persona cortando madera. Otra de ellas era el tlacanexquimilli, fantasma sin pies ni cabeza que avanzaba dando vueltas y gimiendo; la cuitlapanton, una mujer enana que asustaba a las personas que la encontraban en el camino y otras visiones tales como fantasmas en forma de calavera o de bulto mortuorio.[19]

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Fig. 04. Aparición de un fantasma en forma de envoltorio de muerto. Códice florentino, t. I, Lib. V, fol. 13v.[20]

            La creencia en que los hechos naturales, e incluso los sobrenaturales, tienen un mensaje que puede ser interpretado, no es propia únicamente de las culturas antiguas, está inscrita aún hoy día, en acciones como la lectura de la mano, el tarot, las quemaduras de un cigarro o los asientos del café o del té. El pensamiento de que entidades divinas, superiores o desconocidas actúan sobre el destino del hombre puede verse en acciones tan cotidianas y pequeñas que muchas veces son imperceptibles: persignarse, bendecir la mesa y los alimentos, tener una pata de conejo en el llavero, usar colores específicos de ropa de acuerdo con el día, revisar los horóscopos, comprar incienso de olores diversos para el trabajo, la salud y el dinero, etc.[21]

            Tras la Conquista, muchos ritos y creencias fueron extirpados, pero perduraron otros que incluso los europeos adoptaron; fue entonces cuando la mezcla de culturas dio paso a un mosaico de creencias, ideas y supersticiones de las cuales México es heredero.[22] Si bien lo relevante en este trabajo no es hacer un compendio de creencias, sino conocer las diferentes formas en que el hombre ha buscado respuestas a sus preguntas sobre el porvenir. El pueblo nahua dejó un valioso legado cultural en las fuentes que registraron parte de su pensamiento, gracias a ellas podemos vislumbrar la preocupación que tenía sobre su futuro y el uso que se le daba a este tipo de conocimientos. Por medio de la adivinación podían conocer los días adecuados para la siembra o para casarse, asimismo tener supuestas nociones sobre su futuro inmediato, si alguien moriría de una enfermedad o si sería sacrificado. El ser humano está atado a su propia taxonomía, es y no deja de serlo hasta que muere y, según algunas religiones, ni siquiera cuando desaparece.

Efrén Fonseca Sánchez.

Seminario Crónicas y fuentes del siglo XVI novohispano

[1] Imagen tomada de https://www.goethehaus-frankfurt.de/goethe-museum/room-3

[2] De acuerdo con algunos mitos de creación, los dioses se sacrifican para dar vida a los hombres cuando se sangran  sobre los huesos preciosos para así formar la humanidad; por ello los seres humanos tienen dentro de sí una parte divina y al mismo tiempo, se hacen deudores (macehualtin).

[3] Alfredo López Austin, “La magia y la adivinación en la tradición mesoamericana” en Arqueología mexicana,  México, Editorial Raíces-INAH, septiembre-octubre 2004, vol. 15, núm. 69, p. 28.

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300), p. 261. Para un listado mucho más grande sobre augurios y agüeros respecto a los animales y apariciones fantasmagóricas, ver p. 261-276 de la obra referida.

[5] Ibid., p. 218.

[6] Ibid., p. 218-238

[7] Ibid., p. 227. Además en esta veintena bajaban las Cihuateteo, mujeres muertas en parto que se convertían en acompañantes del Sol y en entidades monstruosas que descendían en otras cuatro fechas para aterrorizar a la gente y en especial a los niños.

[8] Sahagún se refería a este acontecimiento como “bautizo” aunque no tenía nada que ver con el bautismo cristiano, era más bien una serie de ritos tales como lavar al recién nacido y darle un nombre de acuerdo con la fecha de su nacimiento. Ibid., p. 242-243.

[9] Para profundizar sobre el destino de los recién nacidos, ver ibid., p. 217-246.

[10] Imagen tomada de Arqueología mexicana, Editorial Raíces-INAH, vol. XII, núm. 69, septiembre-octubre, 2004, p. 28.

[11] Ibid., p. 701-702.

[12] Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, México, FCE, 1970, p. 122.

[13] Existían diversas prácticas de adivinación. Hernando Ruíz de Alarcón escribió una obra maravillosa sobre diversos conjuros, hechizos, supersticiones y rezos que conservaban los indígenas tras varios años después de la Conquista y que algunos de ellos pueden verse hoy día, tales como: rezar a la mazorca, a la coa o a la caña de pescar antes de iniciar la actividad, Tratado de las supersticiones de los naturales de esta Nueva España en http://www.biblioteca.org.ar/libros/89613.pdf (consultado 26/07/15).

[14] Códice magliabechiano, fols. 78r y 77v

[15] Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, vol. I, México, UNAM, 2012, p. 233. Para saber más acerca de las entidades anímicas, revisar el capítulo VI.

[16] Jaime Echeverría García, “Tonalli, naturaleza fría y personalidad temerosa: el susto entre los nahuas del siglo XVI” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, julio-diciembre 2014, vol. 48, p. 177-212 en http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn48/977.pdf (consultado 16/07/15).

[17] La brujería no existió en el México prehispánico, pues ésta tiene que ver con un pacto con el Diablo, entidad que no tuvo cabida en el repertorio mítico precolombino. Las fuentes del siglo XVI y posteriores introdujeron este término. Para conocer más acerca de los distintos tipos de magos, adivinos o hechiceros,  que existieron antes de la llegada de los europeos, sus funciones y características, véase Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en http://www.mesoweb.com/about/articles/090.pdf (consultado 18/07/15)

[18] El tonalli es una entidad anímica caliente y el susto actuaba como un fenómeno que representaba el frío;  hay que recordar que en el México prehispánico la dualidad de esos conceptos jugaba un papel importante. Al perder el tonalli el frío invadía el cuerpo, dejando a la persona en una situación de vulnerabilidad que desembocaba en enfermedad y finalmente, en la muerte. Echeverría García, op. cit., p. 4, 9.

[19] Sahagún, op. cit., p. 263-264, 268-269.

[20] Imagen tomada de Arqueología mexicana, Editorial Raíces-INAH, septiembre-octubre 2004, vol. XII, núm. 69, p. 24.

[21] Más que tener creencias, “somos creencia”, como afirma Alfredo López Austin, Los mitos del Tlacuache, México, UNAM, 2006, p. 113.

[22] Solange Alberro, “Las ‘abusiones’ de origen prehispánico” en Arqueología mexicana, México, Editorial Raíces-INAH, noviembre-diciembre 1998, vol. VI, núm. 34, p. 61-63.

 

Obras consultadas

Alarcón, Hernando Ruíz de, Tratado de las supersticiones de los naturales de esta Nueva España en http://www.biblioteca.org.ar/libros/89972.pdf

Alberro, Solange, “Las ‘abusiones’ de origen prehispánico” en Arqueología Mexicana, Editorial Raíces-INAH, noviembre-diciembre 1998, vol. VI, núm. 34, p. 58-63.

Echeverría García, Jaime, “Tonalli, naturaleza fría y personalidad temerosa: el susto entre los nahuas del siglo XVI” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, julio-diciembre 2014, vol. 48, p. 177-212 en http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn48/977.pdf

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en  http://www.mesoweb.com/about/articles/090.pdf

____________, “La magia y la adivinación en la tradición mesoamericana” en Arqueología mexicana, Editorial Raíces-INAH, septiembre-octubre 2004, vol. XII, núm. 69, p. 20-29.

____________, Cuerpo humano e ideología, 2 vols., México, UNAM, 2012.

____________, Los mitos del Tlacuache, México, UNAM, 2006.

Sahagún, Fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300).

Soustelle, Jacques, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, México, FCE,

 

 

Presagios. La superstición en la antigua cosmovisión nahua I

 

Agüeros y abusiones. Los presagios dentro de la cosmovisión nahua

La creencia de que los dioses mandaban mensajes a los hombres para alertarlos de futuras desgracias o beneficios a través de acontecimientos y/o señales inesperadas, es un elemento que se encuentra presente en diversas religiones alrededor del mundo, y la cosmovisión nahua no es la excepción. Ya en tiempos de Nueva España, los frailes que tenían como objetivo principal la evangelización de los indígenas, consideraron estas creencias como atentados en contra de la fe, y las calificaron de “supersticiones”. Siguiendo a Santo Tomás de  Aquino, tal concepto se refiere a una práctica inducida por el demonio que se desvía del culto al “verdadero dios”, y que surge a partir de causas naturales o sobrenaturales;[1] Gracias a esta percepción, los actos adivinatorios que realizaban los indígenas fueran asociados con pactos demoniacos.

En sentido estricto, dichas “supersticiones” sólo pueden existir en la mentalidad cristiana que las concibe como una desviación de la fe. No obstante, y guardándonos de posibles anacronias, la lengua nahua posee la palabra tetzahuitl, que de acuerdo con fray Alonso de Molina se puede definir como “cosa escandalosa, espantosa o cosa de agüero”.[2] El mismo término es usado también por Hernando Ruiz de Alarcón, cuando señala que “lo que en España llaman agüeros, en mexicano llaman tetzahuitl, si bien el vocablo mexicano suena algo más que el castellano, porque dice ahuero, pronóstico, portento o prodigio, que pronostica algún mal presente o venidero”.[3] Con estas dos definiciones podemos inferir que el término tetzahuitl se asocia, por lo menos tangencialmente con el concepto occidental de “superstición”.

Estas antiguas creencias nahuas, como ya se ha mencionado, eran una forma de advertir sobre alguna desgracia o pronosticar acontecimientos venideros a través de mensajes que eran revelados por los dioses. Es decir, eran señales o canales de comunicación entre los hombres y las divinidades por medio de eventos naturales o sobrenaturales que se presentaban inesperadamente.

Resulta interesante la clasificación que realizó fray Bernardino de Sahagún al respecto de las “supersticiones”, ya que por un lado menciona los “agüeros” y por otro las “abusiones”. Para describir los primeros, el fraile franciscano menciona que “atribuyen a las criaturas que no hay en ellas”, y para las segundas dice que “toman en mala parte las impresiones, o influencias, que son buenas en las criaturas”.[4] La diferencia entre un término y otro, aunque plasmada, resulta relativamente difusa, por ello es necesario ahondar en ambos conceptos.

Sahagún menciona como ejemplo de agüero, que cuando la lechuza cantaba de dos a tres veces sobre la casa de alguien, era porque uno de los habitantes de ese hogar estaba por morir.[5] Cabe resaltar que aunque el canto del ave es una acción natural, la reiteración de esta acción en un punto específico, dota al conjunto de un significado mágico, en este caso de mala fortuna. Por otra parte, ahora refiriéndose a las abusiones, señala que cuando ocurría un temblor se tenía que levantar de las sienes a los niños para ponerlos en lo alto, pues de lo contrario éstos no crecerían y serían llevados por el fenómeno telúrico.[6] Además, resulta notorio que la abusión requiere de una segunda acción para evitar las consecuencias de la primera, que a su vez se representa por aspectos de tipo natural como el canto de la lechuza.

Aunque una generalización resulte sumamente aventurada y en algunos aspectos poco sustentable, podemos pensar que la principal diferencia entre “agüeros” y “abusiones” radica en que los primeros eran advertencias de que algo estaba por suceder, mientras que los segundos eran acciones para evitar que los fenómenos naturales que ya se habían presenciado (o que se estaban presenciando) tuvieran inferencia en la vida del hombre.

Con la finalidad de enfrentar el futuro con la mejor preparación, no es extraño que el hombre a lo largo de la historia haya recurrido a prácticas adivinatorias. Dentro de la cultura nahua tenemos el ejemplo de los tonalpouhque o tlapouhqui, quienes se encargaban de la lectura e interpretación del tonalamatl que determinaba el destino de un recién nacido; estaban también los tlaolxiniani, quienes “leían” la suerte que habrían de tener los enfermos a través de la adivinación con granos de maíz.[7] Aun así, el conocimiento de lo que deparaba el futuro no era una garantía de que éste pudiera evitarse, el ejemplo más claro lo podemos encontrar en los funestos presagios recopilados por Sahagún y que, como apunta Miguel León-Portilla, facilitaron la conquista por parte de los españoles.[8]

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Motecuhzoma observa el cometa desde la azotea de su palacio. Lámina 48. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme, t. II, México, Conaculta, 1995.

No es de extrañar que dichos sucesos formaran parte del imaginario indígena a modo de mensajes de los dioses. Estos presagios pudieron justificar, en la concepción mexica, la razón de que los conquistadores hubieran llegado a hacerles la guerra, pues en su memoria estaban presentes dichos augurios mucho tiempo después de haber sucedido. La discusión queda abierta respecto a si éstos provocaron que los indígenas asumieran una pronta resignación ante la conquista española o bien, fungieron como una justificación de la gran derrota que sufrió el hasta entonces hegemónico señorío mexica.

Norma Angélica Montes García.

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

 

 

 

[1] Citado por Gerardo Lara Cisneros, “El discurso anti-supersticioso y contra la adivinación indígena en Hispanoamérica colonial, siglos XVI-XVII” en http://nuevomundo.revues.org/63680 (consultado 05/07/15).

[2] Fray Alonso de Molina, Vocabulario en lengua mexicana y castellana, México, Casa de Antonio Spinosa, 1571, p. 111 en https://archive.org/stream/vocabularioenlen00moli#page/n3/mode/2up (consultado 07/07/15).

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, , 11ª edición, México, Porrúa, 2006, (col. “Sepan Cuantos…”, 300), p. 270.

[5] Ibid., p. 265.

[6] Ibid., p.272.

[7] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos en el mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. VII, México, UNAM-IIH, 1967, p. 106.

[8] Miguel León Portilla, La visión de los vencidos, relaciones indígenas de la conquista, 8ª ed., México, UNAM, 1980, p. 2.

[9] Término empleado para denominar una término lingüístico del nahuatl que estaba construido con dos palabras con significados particulares, pero que al conjuntarse daban lugar a un tercer término de connotaciones distintas a aquellos que le dieron origen.

[10] Sahagún, op.cit., p. 701.

[11] León-Portilla, op.cit., p. 3.

[12] Sahagún, op.cit., p. 702.

[13] Ibíd.

Obras consultadas:

Lara Cisneros, Gerardo,  “El discurso anti-supersticioso y contra la adivinación indígena en Hispanoamérica colonial, siglos XVI-XVII” en http://nuevomundo.revues.org/63680 (consultado 05/07/15).

León Portilla, Miguel, La visión de los vencidos, relaciones indígenas de la conquista, 8ª ed., México, UNAM, 1980.

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos en el mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. VII, México, UNAM-IIH, 1967.

Molina, Fray Alonso de, Vocabulario en lengua mexicana y castellana, México, Casa de Antonio Spinosa, 1571, en https://archive.org/stream/vocabularioenlen00moli#page/n3/mode/2up (consultado 07/07/15).

Ruiz de Alarcón, Hernando, Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España,  México, Fuente Cultural de la Librería Navarro, 1953, en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/tratado-de-las-supersticiones-y-costumbres-gentilicas-que-hoy-viven-entre-los-indios-naturales-de-esta-nueva-espana–0/html/http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/tratado-de-las-supersticiones-y-costumbres-gentilicas-que-hoy-viven-entre-los-indios-naturales-de-esta-nueva-espana–0/html/  (consultado 06/07/2015).

Sahagún, Fray Bernardino de, Historia General de las Cosas de Nueva España,  11ª edición, México, Porrúa, 2006, (col. “Sepan Cuantos…”, 300).

Rituales de Sacrificio IV

Elementos ceremoniales del sacrificio humano durante la fiesta de Tóxcatl

Una de las características principales de la mayoría de las religiones del mundo, consiste en la retribución de los favores obtenidos por medio de diversos ritos que generan, en la cosmovisión del creyente, la idea de comunión con los poderes divinos. Fenómeno que se presenta también en Mesoamérica

La vida de los pueblos nahuas se explicaba por el orden y concierto de las divinidades que permeaban su pensamiento mágico, lo que propició un amplio conjunto de ritos y creencias que se manifestaban a través del el sacrificio humano, uno de los temas más apasionantes y polémicos entre los estudiosos de estas culturas, tanto por la brutalidad de los actos como por el misticismo que los envolvía. Este rito depende de elementos de un carácter menos espectacular, por ejemplo: la comida, los bailes y los artefactos usados durante la ceremonia que nos ofrecen claves para poder entender el simbolismo de su cosmovisión.

Un punto muy importante que hay que contemplar, es que la liturgia dependía del dios al que se le consagraba, por consiguiente, tanto los ritos representados en las fiestas como los elementos que se utilizaran en ellas podrían cambiar dependiendo de la divinidad.

La espectacularidad del acto sacrificial opaca, la mayoría de las veces, a las demás acciones presentes en la ceremonia, ya que cuando escuchamos sobre el tema, inmediatamente nos imaginamos la extracción del corazón sobre tezcatl del templo como el único elemento de la festividad, olvidando todas las ofrendas y rituales que la acompañan: los sacrificios personales por medio de la punción de distintas partes del cuerpo como los brazos, las pantorrillas, labios, lengua o el pene, las ofrendas, los tipos de ayuno, la abstinencia sexual, etc.

Estos actos sacrificiales personales y colectivos podemos ubicarlos no sólo en las crónicas de religiosos y conquistadores, sino también en el conjunto mitológico donde por medio de ellos y de la sangre derramada, se otorga la esencia vital al ser humano. Según La leyenda de los Soles, después de recuperar los huesos preciosos, Quetzalcoatl lleva los fragmentos a Tamoanchan, donde Cihuacoatl-Quilaztli los muele y crea una masa que él modela con forma humana, sobre la cual “sangró […] su miembro; y en seguida hicieron penitencia todos los dioses”.[1]

Por otro lado, en este mito, el autosacrificio sirve como preámbulo a la inmolación de los dioses para crear el quinto sol, ya que Nanahuatl y Napateuctli inician el acto ritual con un ayuno y posteriormente punzan su cuerpo para extraer la sangre, usando el primero espinas de maguey y el segundo, un instrumento de piedra preciosa. Estos elementos aunque tienen el mismo fin (autosacrificio), enfatizan la diferencia entre ambos dioses, contrastando el suntuoso punzón con las espinas de maguey que representan una imagen más humilde. Este ritual se realiza mientras la hoguera divina es preparada para que los dioses, después de hacer sus oblaciones, se inmolen para crear el Sol.[2]

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                                          Piedra del Sol, fotografía de Rubén Omaña Guerra.

Tomando en cuenta lo anterior, podemos dilucidar el papel que juegan los elementos alrededor de la ceremonia, ya que éstos preparan y llevan la conciencia del pueblo a un estado de éxtasis para presenciar y participar del sacrificio de las víctimas, como puede verse en una de las fiestas de mayor importancia del ciclo religioso mexica llamada Tóxcatl.[3]

Esta veintena se celebraba anualmente en honor a Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, en ella se elegía a un guerrero cautivo de constitución física intachable para representar a Tezcatlipoca.[4] Durante todo el año a esta personificación se le trataba con mucha cortesía, le enseñaban a tocar la flauta, le vestían con ricos atavíos como si fuese un noble,  podía salir a todas partes de día y de noche siempre acompañado de ocho jóvenes, participaba en banquetes en su honor y si se daba el caso que por tantas dadivas y comidas llegaba a engordar, le daban un remedio de agua con sal para que mantuviese la figura.[5]

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                                         Tezcatlipoca, lámina 17 (fragmento), Códice Borgia

Fray Bernardino de Sahagún relata que cuando faltaban pocos días para el sacrificio, al ixiptla de Tezcatlipoca, le entregaban cuatro mujeres para que tuviera relaciones sexuales con ellas, éstas tenían nombres de diosas nahuas: Xochiquetzal, Xilonen, Atlatonan y Huixtocihuatl, las cuales se relacionan en episodios sexuales con Tezcatlipoca.

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                                        Ixiptla de Tezcatlipoca, Códice florentino, lib. II, fol. 30.

Cinco días antes de la inmolación, el cautivo viajaba junto con toda la comitiva de nobles a visitar cuatro lugares, acompañado de las mujeres que le fueron dadas para consolarlo y darle apoyo moral. Al final sus allegados regresaban a la ciudad y éste  junto con sus ocho acompañantes, partían a un templo desvencijado donde poco a poco se iba despojando de sus ricos atavíos y cada vez que subía un peldaño rompía una de las flautas con las que tocaba.

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La personificación de Tezcatlipoca toca la flauta. Códice florentino, lib. II, fol. 31.

La muerte del ixiptla se daba en la piedra de los sacrificios, donde le arrancaban el corazón y el cuerpo inerte era bajado con mucho cuidado para ser decapitado y su cabeza ser puesta en el Tzonpantli (hilera de cráneos clavados en un palo).[6]

Tal vez sea muy trágico el fin del personificador de Tezcatlipoca, pero recordemos que todo el ceremonial tiene como fin, no sólo matar al cautivo, sino el proceso de reflejar el tiempo mítico, en el cual el ixiptla es la deidad misma, por lo que el buen trato no es para el hombre sino al dios encarnado, así la muerte en la piedra de sacrificio no es un acto infundado, por el contrario, reconstruye junto con todos los elementos del ritual, la cosmovisión de los pueblos nahuas.

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Sacrificio en la veintena de Tóxcatl, Códice florentino, lib. II.

Alejandro Carrera Cano.

Seminario Crónicas y fuentes del siglo XVI novohispano

[1] Códice Chimalpopoca, Anales de Cuauhtitlan y la Leyenda de los soles, Primo Feliciano Velázquez (trad.), México, UNAM, 1945, p. 121.

[2] Ibid., p. 122.

[3] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, México, Porrúa, 1975 (col., “Sepan cuantos…”, 300), p. 104-105.

[4] Ibid., p.104.

[5] Ibid., p.105.

[6] Ibid., p. 106.

 

Fuentes consultadas

Códice Chimalpopoca, Anales de Cuauhtitlan y la Leyenda de los soles, Primo Feliciano Velázquez (trad.), México, UNAM, 1945.

Sahagún, fray Bernardino de, Historia General de las Cosas de Nueva España, México, Porrúa, (col., “Sepan cuantos…”, 300), 1975.