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• Kenya Cuevas, activista por los derechos humanos de las personas trans, llenó el Teatro Javier Barros Sierra de amor, luz, esperanza y solidaridad

Kenya Cuevas se demostró y le mostró al mundo que a pesar de vivir 20 años en la calle, pasar injustamente 11 años en prisión por un delito que no cometió, tener VIH desde los 13 años y vivir en carne propia el dolor por el transfeminicidio de su compañera Paola Buenrostro, por quien peleó por justicia, se puede ser feliz.

Considerada como una de las 100 mujeres más poderosas de México por la revista Forbes en 2021 gracias a su activismo y lucha social a favor de los derechos de las personas trans, Kenya llegó al Teatro Javier Barros Sierra para transmitir amor, esperanza, solidaridad y unión a los jóvenes estudiantes de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, quienes abarrotaron el recinto, corearon porras y escucharon con atención cada una de las experiencias y mensajes que regaló la expositora.

Vestida con una playera de la selección mexicana –portándola con mucho orgullo, pues se considera “una mexicana valiente y que ha sabido derribar obstáculos”–, jeans azules, tenis verdes, labios pintados de rojo y peinada con una cola de caballo, Kenya dijo estar emocionada y con la “piel chinita por estar en un recinto universitario tan importante como la FES Acatlán”, a la que prometió volver a visitar.

La charla fue moderada por la doctora Cynthia Azucena Acosta Ugalde, coordinadora de la Comisión Interna para la Igualdad de Género de la FES Acatlán, quien le preguntó a la activista: “¿Quién era Kenya a los nueve años?”, a lo que ella respondió, que en esa época estaba confundida y enojada, pues no entendía por qué la golpeaban, se burlaban de ella “porque no jugaba cosas de niños” y le decían que lo que sentía estaba mal. “Desafortunadamente en esos años no existía suficiente información sobre la comunidad LGBTIQ+ y entonces enfrentar la violencia familiar y social fue un impacto psicoemocional”.

La también fundadora de la Casa de las Muñecas Tiresias A.C. y la Casa Hogar Paola Buenrostro, el primer albergue para mujeres trans en México, destacó que con el tiempo fue sanando a esa niña, la fue apapachando, cuidando y protegiéndola para vivir con mayor tranquilidad emocional. “A los nueve años hice mi transición y fue uno de los momentos más felices de mi vida, a pesar de que tenía 24 horas de haberme salido de mi casa”, recordó e hizo un llamado a entender a las infancias y juventudes trans, darles un acompañamiento asertivo e integral para no enfrascarlas en un mundo de soledad y ayudarlas a vivir felices.

A las personas que aún se sienten confundidas o no se reconocen en el espejo, Kenya les dijo: luchen para ser felices, aunque no sea fácil, porque siempre vale la pena luchar por sus convicciones e ideales. Además, invitó al público a unir fuerzas: “Necesitamos tejer una red de apoyo entre toda la sociedad”, enfatizó.

El VIH, su cuate

La defensora de derechos humanos rememoró que, en 1986, cuando tenía 13 años, le detectaron VIH, pero escondió por muchos años su diagnóstico por el estigma que había en ese entonces y por la situación de calle en la que vivía. En la calle, Kenya había ejercido el trabajo sexual y muy joven había accedido al consumo de drogas. Cuando entró a prisión, decidió escribirle una carta al virus donde le reclamaba por todo y finalmente se reconciliaba con él. La activista agradeció a la vida por permitirle vivir todo ese tiempo sin tratamiento, pues comenzó a medicarse a partir del 2009. “(El VIH) hoy es mi cuate, puedo decir que soy portadora, pero a la vez indetectable e intransmisible”, acotó.

Así continuó su participación, entre confesiones que jamás había dicho en público, algunos momentos chuscos y un sentido del humor muy peculiar que contrastaba con las historias que contaba, como aquella donde narró que, mientras estuvo en prisión, en sus brazos murieron más de 200 personas con VIH, a quienes cuidó y reconfortó hasta el final para hacer agradables sus últimos momentos.

Cuevas Fuentes dijo que aprendió a perdonar a todas las personas que alguna vez le hicieron daño y externó ante los jóvenes: “entendí que esta vida hay que vivirla al máximo… La felicidad no es pretender un buen puesto, un gran sueldo, un buen carro, ropa o tenis de marca. La felicidad es que sepas que hiciste lo correcto y que llegues a tu casa y te sientas en paz contigo mismo, por eso mi frase: Mi mayor venganza es ser feliz”.

Al final del evento, la activista se tomó fotos con los asistentes, no sin antes emocionarse con el fuerte ¡Goya! coreado por todos los jóvenes que asistieron al conversatorio.

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