Lo que puede suceder, sucederá

POR CARLOS DÍAZ ROMERO

“No vayas gentilmente hacia esa buena noche.                                                                           Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.”

Dylan Thomas

Toda vida busca la supervivencia, no somos la excepción. ¿Qué es, entonces, lo que nos hace a los humanos diferentes de los demás seres que habitan la tierra? Las artes, la escritura, la lengua. Muchas opciones aparecen de inmediato en nuestra mente, pero hay una que pasamos de largo y ha impulsado nuestra existencia desde el inicio: la exploración.

Como especie, nos hemos esparcido por todo el planeta gracias a la búsqueda de nuevos horizontes. No sólo somos nómadas en busca de sustento, sino que poseemos una curiosidad que nos empuja a ir más allá, a descubrir; algunas veces por necesidad y otras tantas en busca del conocimiento para entender nuestra existencia.

Paradójicamente, aquello que nos hace diferentes es, al mismo tiempo, lo que nos une y hace parte del universo, aquello que nace del conocimiento y tiene un máximo objetivo: la ciencia.

En este contexto viene a colación “Interstellar” (2014), película del aclamado director Christopher Nolan, con un viaje épico que nos recuerda la importancia de la ciencia, la exploración y la esperanza.

Nolan, fiel a su narrativa cerebral, vista en cintas como “Inception” (2010), “Memento” (2000) y “The Dark Knight” (2008), presenta una historia acerca de la supervivencia humana, conformada por elementos difíciles de comprender. A diferencia de sus trabajos anteriores, la dificultad surge de la verdadera complejidad de los fenómenos físicos que posee el universo, como la deformación del tiempo a causa de la gravedad –y el tiempo mismo, un fenómeno que aún no comprendemos del todo–, el funcionamiento de los agujeros negros o la existencia de dimensiones más allá de las cuatro que el cerebro humano es capaz de interpretar. Se trata de uno de los escasos filmes de ciencia ficción que son más ciencia que ficción.

La relevancia de la ciencia en “Interstellar” es tal que su producción logró verdaderos aportes al saber: el doctor Kip Thorne, astrofísico teórico que trabajó como consultor para la cinta, proporcionó al equipo de efectos especiales una serie de complejas ecuaciones para generar las simulaciones por computadora del agujero negro que aparece como elemento central de la trama.

Con el objetivo de simular dichas ecuaciones se creó un nuevo sistema de efectos por computadora; la simulación fue tan detallada que proveyó al doctor Thorne de nuevos datos sobre los fenómenos de lente gravitacional y el disco de acreción causados por los agujeros negros. Como resultado, se publicaron dos ensayos científicos, uno para el campo de la astrofísica y otro para la generación de gráficos por computadora. Un logro del que pocos realizadores pueden enorgullecerse.

La historia de “Interstellar” trasciende a sí misma y se convierte en un mensaje para la especie humana que no debe ser ignorado: en el conocimiento está la esperanza.

La exploración espacial es considerada por la comunidad científica como la mejor opción para el futuro de la humanidad. No sólo hay un universo literal de recursos y espacio para la expansión allá afuera, también hay otro figurativo, incluso mayor, de conocimiento y comprensión. Como especie, aún poseemos la curiosidad que nos define e impulsa para ir más allá, descubrir, luchar y superar lo imposible. Mientras existan misterios por descifrar y deseemos comprenderlos, existirá la esperanza.

Aún somos pioneros y apenas hemos comenzado. Nuestro destino yace sobre nosotros.

Esta colaboración se publicó junio de 2015, edición 144 del boletín informativo CINEADICTOS, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.