POR LETICIA URBINA ORDUÑA
La cinematografía chicana cuenta con cientos de películas de ficción, algunas basadas en hechos reales y otras con tramas que reflejan su realidad comunitaria, pero construidas sobre un tema de peso para la comunidad. Sin embargo, poco se habla de otro gran producto fílmico de esa cultura, que es el documental.
En 2014 hubo un “Primer Festival de Cine Documental Chicano” en México, pero fue el primero y el último. Y no es por falta de documentales: para esa fecha se sabía de al menos 400 producciones de ese tipo, de las que la inaugural fue I am Joaquín, basada en el poema homónimo de Rodolfo Corky Gonzales (así, con s y sin acento), que fue transmitido por la televisión pública estadounidense en plena era de la lucha por los derechos civiles.
Antes que poeta, Gonzales fue boxeador y activista. Escribió en 1967 el poema que luego produciría el Teatro Campesino en forma de documental, bajo la dirección de Luis Valdés. «Aquí estaba por fin nuestra canción colectiva, y llegó como un trueno venido del cielo» aseguró al periódico El País Juan Felipe Herrera, catedrático de la Universidad de California-Berkeley, cuando murió Corky, en 2005. La gente lo adoptó como símbolo de identidad, lo publicaron todos los diarios chicanos de Los Ángeles y la gente sacaba copias o las pegaba hasta en los postes de teléfono.
Por eso no es de extrañar que fuera elegido por Valdés apenas dos años más tarde, en plena efervescencia del Movimiento Chicano, para proyectarse en la Public Broadcasting Service, con la lectura del poema por parte del propio cineasta y la musicalización hecha por su hermano Daniel.
Las imágenes son fijas, algunas de ellas son fotografías del propio movimiento y otras fueron tomadas de pinturas sobre la historia de México, además de muchas de la Revolución Mexicana, que pueden atribuirse al archivo Casasola. La primera toma es de un sol amarillo sobre un cielo rojo, pero muchas imágenes posteriores serán en blanco y negro o en sepia.
El título alude a Joaquín Murrieta, famoso bandido desde la perspectiva anglosajona y héroe opositor si atendemos a la visión chicana. Al principio, el poema habla de la tremenda confusión de ser y no ser parte de una sociedad:
“Yo soy Joaquín,/ Perdido en un mundo de confusión,/ Atrapado en el remolino de una sociedad gringa (…) Mis padres han perdido la batalla económica/ y han ganado la lucha de supervivencia cultural”.
Luego se enfoca en la historia de México, desde el mundo indígena hasta la pérdida de la mitad del territorio para enfocarse, a partir de ese momento, en la historia del pueblo chicano. Se suceden entonces las fotografías de los Brown Berets (Boinas Cafés, brazo armado del movimiento al estilo del Black Power), de la Marcha a Sacramento, de César Chávez y de otros activistas chicanos como Reies Lopez Tijerina y los miembros del Partido de la Raza Unida.
Muchas de esas fotografías tienen un enorme valor testimonial, pero muy baja calidad para ser llevadas a la pantalla; aun así, su fuerza emotiva es tremenda cuando se conoce el sufrimiento del México de allá: la muerte de los chicanos en Vietnam por defender a un país que luego los rechaza, la persecución del hispanohablante, los humillantes letreros en comercios anglosajones que avisan no atender a negros, perros y mexicanos –en ese orden– y un largo listado de querellas que hay que tener presentes en la era Trump.
Para los ojos jóvenes puede resultar un tanto lento y las imágenes poco significativas si no les son explicadas; sin embargo, cabe recordar que el poema y el documental le dieron forma, además de sentido a la lucha de un pueblo cuyo delito fue tener raíces en México: una canción colectiva, como un trueno venido del cielo.
Esta colaboración se publicó de manera impresa en septiembre de 2018, edición 174 del boletín informativo CineAdictos, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.