Expresionismo sicológico
POR CARLOS DÍAZ ROMERO
“No hay nada a qué temer, salvo al miedo mismo”
Franklin D. Roosevelt
El miedo está en la mente. Como mecanismo de supervivencia, nos ayuda a evitar situaciones que pondrían en riesgo nuestra vida; en otras, es sólo una ilusión disfrazada de sombras que altera los sentidos aún si nos hallamos ante algo inofensivo.
Pero ¿a caso no es real el miedo? Incluso si aquello que activa nuestro pavor es ilusorio, el congelamiento de la sangre, el temblor en las rodillas y los escalofríos en la espalda son perfectamente palpables. ¿No es capaz de llevarnos a la locura? Y entonces ¿cómo saber si aquello a lo que tememos es real, o si es tal nuestro miedo que nos hace enloquecer?
Sobre estas premisas se construye la narrativa de “The Babadook” (2014), primer largometraje de la directora australiana Jennifer Kent; adaptación del corto “Monster” (2005), de la misma cineasta.
La vida de Amelia (Essie Davis) está destrozada: sufre depresión por la trágica muerte de su esposo, ocurrida seis años atrás, y debe lidiar con su hijo Samuel (Noah Wiseman), quien parece sufrir algún tipo de desorden emocional que lo obliga a llamar la atención de su madre constantemente y de cualquier forma posible. La imaginación del niño le hace ver monstruos en todas partes y cada noche permanece despierto por el temor que le causan.
Todo ello mantiene a Amelia fatigada y al borde de un colapso mental. Entonces, de la nada aparece un libro infantil sobre el Señor Babadook, monstruo aparentemente amigable que desea entrar en su hogar. A partir de ese momento, horror y locura se apoderan de su vi
da.
El filme rinde un homenaje al expresionismo de la posguerra, valiéndose de perspectivas extrañas, juegos de sombras, así como sonidos y silencios anormales, para reflejar el desequilibrado estado mental de los personajes. La pieza más clara de este estilo es el tétrico y fugaz Babadook, cuyo diseño recuerda a Gwynplaine (Conrad Veidt), de la cinta “The Man Who Laughs” (1928) e incluso El Vampiro (Lon Chaney), de “London After Midnight” (1927).
Al poner énfasis en la resquebrajada sique de los personajes, más allá de la estética del filme, éste se convierte en un ejercicio de exploración del miedo y un éxito como cinta sicológica de horror expresionista. La poca fiabilidad que hay desde el inicio respecto a la cordura, tanto de Amelia como de Samuel, obliga al espectador a cuestionarse lo que sucede en pantalla. Esto permite una libre interpretación de los acontecimientos:
¿Se trata realmente de una presencia paranormal, primigenia y monstruosa, la cual acosa a una inocente madre y su hijo? ¿O son acaso la desesperación de la madre y la influencia codependiente del hijo las que producen una alimentación recíproca de las sicosis de ambos, dando como resultado alucinaciones espantosas?
Durante el clímax de “The Babadook”, Amelia es controlada por una fuerza oscura que la compele a violentar a Samuel. La interpretación paranormal supone una entidad de miedo puro, ante la cual ella es absolutamente vulnerable. La interpretación sicológica pone a la protagonista en el papel de monstruo, pues su propia fractura mental la lleva a cometer actos terribles.
Para incrementar la incertidumbre, a lo largo de la trama hay evidencias para favorecer ambas interpretaciones, lo que abre la posibilidad a una tercera lectura: el Babadook es una entidad sumamente real, que acecha a personas con estados mentales frágiles hasta llevarlos al punto de quiebre, momento en el que manipula sus delirios para hacerlos cometer actos atroces. Cualquier explicación es igualmente aterradora.
¿Qué nos acecha desde la oscuridad? Aquel ruido en las sombras nos hace sentir observados y vulnerables; eriza nuestro cabello y nos hace mirar dos veces al abismo. Quizás se trate del miedo mismo. Tal vez… sea real.
Esta colaboración se publicó en la edición 151 del boletín informativo CINEADICTOS. Febrero de 2016. Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.