De lo tocante a los primores de la lengua nahua… II

El reto al conocimiento. Los zazanilli 

                        “La desatención ocular resulta análoga al descuido que lleva al intelecto a no tomar en cuenta consideraciones excesivas y palpablemente evidentes”.

             Edgar Allan Poe, “La carta robada.”

 

            La necesidad de comunicarse es algo inherente al hombre. A lo largo de la historia se ha podido registrar cómo el ser humano encuentra métodos para poder expresarse ante sus semejantes, siendo el lenguaje oral una de las formas más importantes que tiene para entenderse: desde el lento pero significativo proceso de simples sonidos guturales acompañados de gesticulaciones,  hasta la elaborada formulación de una lengua.

            Es la palabra un legado que perdura a través del polvo, el metal, el fuego y el tiempo. Lenguas tan antiguas como la griega y la romana han sobrevivido hasta nuestros días y no es extraño encontrarnos con palabras cotidianas cuya raíz etimológica tiene más de dos mil años de antigüedad. Así también no es para sorprendernos que culturas tan esplendorosas como las que habitaron el actual continente americano tuvieran un lenguaje que hoy día permanezca de alguna forma en nuestro hablar cotidiano.

            Se dice que al buen observador no se le va detalle alguno, y es que “ver” no es lo mismo que “observar”. “Ver” se refiere sólo a posar la mirada sobre un objeto, mientras que observar conlleva un proceso mucho más profundo: análisis, conceptualización y aprendizaje. Los antiguos nahuas eran unos excelentes observadores, y mucho de su lenguaje, no sólo el oral, posee detalles de todo su entorno. La lengua náhuatl es hermosa en muchos aspectos, pues dentro de ella no sólo hay expresiones que advierten una minuciosa observación por parte de los indígenas, sino también una verdadera metamorfosis poética de la palabra.[1] Así, este lenguaje da muestra de la observación de su contexto: en el nombre de los instrumentos de trabajo o los musicales, en los animales, las partes del cuerpo, la ropa u otros diversos objetos de la vida cotidiana.

            Para los nahuas, la palabra jugaba un papel importantísimo pues “era considerada como una de las más caras ofrendas que alguien podía dejar a su descendencia: ‘Esto (es) todo lo que te voy a dar: mis labios, mi palabra'”.[2]

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Por medio de los discursos se educaba a los jóvenes, se trataba con los semejantes o se transmitían conocimientos. Códice florentino, Lib. VI, fol. 80

            Fray Bernardino de Sahagún dedica un extenso apartado en el Códice florentino sobre el uso de la palabra entre los antiguos mexicanos, en él  puede apreciarse el peso que las pláticas, adagios y dichos tenían en la sociedad mexica. Así como había diálogos para comunicarse con los gobernantes, entre semejantes o para hablar de padres a hijos, también existían usos del lenguaje cotidiano para el ocio y la diversión. Ejemplos de estos últimos los encontramos en los capítulos XLI-XLIII del Libro VI: refranes, metáforas y los zazaniles (o adivinanzas).Este tipo de diálogos servían  para transmitir, de generación en generación, mitos, instrucciones y órdenes que debían permanecer vivas; posteriormente, gracias a la escritura de caracteres latinos, se pudieron salvar una gran cantidad de cantos, poemas, refranes y conjuros que nos remiten a un pasado de infinitas dimensiones.

            Los zazaniles, forma españolizada de la palabra en náhuatl zazanilli, son llamados así por la primera partícula que forma la frase introductoria de este juego: zazan tlein o(n), dicha expresión podría traducirse como:

“zan” -> sólo/solamente;

“zazan” [duplicación del adverbio] -> “tan sólo”

“tlein-on” -> “eso/aquello”.[3]

            Sahagún traduce esta frase como “¿qué cosa y cosa…?”,[4] mostrando la equiparación entre el juego de adivinanzas nahuas y españolas. Este desafío entre dos o más personas consistía en una pregunta que ponía a prueba la habilidad del contrario para descomponer su entorno en lenguaje metafórico y adivinar a qué objeto o animal se refería.

     Los zazaniles son resultado de espacios mentales que operan por una conexión, […] motivadas por la actividad cotidiana con los objetos y seres que conforman el entorno más próximo y representativo, y con los que el hombre náhuatl del siglo XVI interactuaba cotidianamente.[5]

            Así lo reafirma Ángel María Garibay en la introducción del Libro VI de La Historia general de las cosas de Nueva España:

                   Los informantes de esta final sección podían ser hombres de la calle. Cualquier mexicano del siglo XVI que guardara su lengua estaba en posesión de la riqueza idiomática y popular imaginaria de su propio modo de expresarse.[6]

Los zazaniles eran, un reto donde se planteaba un enigma en torno de un objeto con el fin de ser adivinado por medio de una serie de pistas “obvias”,[7] lo que podría equipararse hoy con el “adivina, adivinador”:[8]

“¿Qué cosa y cosa que va por un valle, y lleva las tropas arrastrando? Ésta es el aguja cuando cosen con ella, que lleva el hilo arrastrando.”

“¿Qué cosa y cosa un cerro como loma, y mana por dentro? Son las narices.”

“¿Qué cosa y cosa que entramos por tres partes, y salimos por una? La camisa.”

“¿Qué cosa y cosa que va por un valle, y va dando palmadas con las manos, como la mujer que hace pan? Es la mariposa, que va volando”.[9]

Otros estudiosos, como Miguel León-Portilla, apuntan que los zazanilli, a diferencia de los cantos o cuicatl, son discursos con una secuencia lógica donde la imaginación, los recuerdos y el tiempo actual se conjugan.[10]

            A diferencia de otras actividades como el patolli (juego de azar “parecido a la Oca” dice Jacques Soustelle) o el tlachtli  (juego de pelota), que fueron altamente descalificadas por los frailes por implicar apuestas o incluso tener connotaciones religiosas[11], los zazaniles parecen haber sido actividades lúdicas inocentes que posiblemente se hacían en momentos de ocio;[12] esto, aunado a las similitudes que guardaban con las adivinanzas europeas, permitió que dicha costumbre sobreviviera a través de los años.

            Al prestar atención al nombre del capítulo XLII del Libro VI de la obra sahaguntina: “de algunos zazaniles de los muchachos(sic) que usa esta gente mexicana, que son los ‘qué cosa y cosa de nuestra lengua’ (acertijos)”,[13] podemos reafirmar el hecho de que era un juego cotidiano el hacer adivinanzas como reto a un contrario.

            La palabra se transforma en metáfora para referirse a algunas cosas que rodeaban al indígena dentro de su contexto, su entorno; éstos se convierten entonces en un juego que transforma la realidad en un símil “de obvias magnitudes”. Si hoy entendemos la metáfora de “dientes de perla”, no sería extraño que en aquél entonces el pueblo mexica, en su lenguaje cotidiano, entendiese la metáfora de que un pinacate es una piedrecilla.[14]

            Efectivamente, si nos ponemos a pensar en qué recae la maravilla de las adivinanzas, nos daremos cuenta de que es en la obviedad de lo que proponen. Todas reflejan algo de la realidad que vemos, pero que, de una manera análoga, se transforma metafóricamente para que busquemos similitudes con otras cosas que nos rodean. Un cuento de Edgar Allan Poe retrata a la perfección el juego entre la habilidad mental y la vista, ¿cuál engaña a cuál? En La carta robada, el ingenioso Dupin, el increíble detective que aparece en varios de sus cuentos, habla acerca de la relación que existe entre la obviedad y el resultado de las adivinanzas:

     Hay un juego de adivinación que se juega con un mapa. Uno de los participantes pide al otro que encuentre una palabra dada […], un novato en el juego busca confundir a sus oponentes proponiéndole los nombres escritos con los caracteres más pequeños, mientras que el buen jugador escogerá aquellos que se extienden con grandes letras de una parte a otra del mapa. Estos últimos, al igual que las muestras y carteles excesivamente grandes, escapan a la atención a fuerza de ser evidentes.[15]

Así también en los zazaniles, al ser “evidente” la respuesta, el juego mental hace efecto al entrar en el reto de querer vencer al contrario.

            A través de la historia de la humanidad podemos percatarnos de que las adivinanzas han existido en distintas culturas, aunque sus funciones y contexto puedan variar desde Oriente hasta Occidente donde o pueden ser actividades de recreación o incluso ser un aliciente para la guerra o el tributo.[16] Estudiosos como Alfredo López Austin aseguran que el hombre, en su afán por actuar sobre lo que lo rodea, “antropomorfiza” su entorno, dándole características similares a las suyas, atribuyendo así a las entidades desconocidas y a la misma naturaleza, rasgos humanos y características diferenciables.[17] De esta forma, las sociedades son selectivas con su entorno y necesidades, valoran o descalifican su ámbito en relación con la  vida cotidiana.[18]

Edipo 1

Según la tragedia de Edipo Rey, existía una esfinge que martirizaba a la ciudad de Tebas, devorando a todo aquél que no adivinase su acertijo. Edipo fue el único que acertó, llevando a la criatura mítica a su muerte.

Edipo y la esfinge. Jean-Auguste-Dominique Ingres. 1808, fotografía tomada de http://www.louvre.fr/oeuvre-notices/oedipe-explique-l-enigme-du-sphinx

            Los zazaniles son reflejo de lo humanos que somos, pues, aunque se traten de competencias, siempre existe, como la base de todo juego, la diversión. Y así, con una sonrisa, lanzamos el desafío a nuestro contrincante: ¿Quién es más listo?                       Si bien los cuarenta y seis zazaniles rescatados por Sahagún han llegado hasta nuestros días gracias a la obra escrita, no debe extrañarnos que algunos que no fueron registrados hayan sobrevivido al tiempo, gracias a la tradición oral. Los pueblos hablantes del náhuatl de Guerrero central, por ejemplo, se refieren a estas adivinanzas como zazanelli (en Ameyaltepec)  o zazanilli (en Oapan).[19] Basta también escuchar a las abuelas retarnos con sus juegos para que nos percatemos de ello.

Los dos coyotes[20]

 

            Iba un coyote por un camino y se encontró a otro coyote y le dijo:

– Hermano Coyote, ¿a dónde vas?

– Yo no soy coyote.

– Entonces ¿qué eres?

– Yo soy otro.

– ¿Otro qué? Eres coyote como yo.

– Te voy a apostar una gallina a que no soy coyote. ¿Aceptas?

– Acepto- dijo el primer coyote.

– Vamos a pasar donde están esos señores arando -dijo el segundo coyote-. Tú pasa primero y yo te sigo.

– ¡Juega! -y el primer coyote pasó frente a los dos hombres que araban el campo. Entonces uno de ellos le dijo a su compañero:

– ¡Mira, allá va un coyote!

El segundo coyote pasó enseguida frente a ellos.

– ¡Y allá va otro! – gritó el mismo hombre.

Entonces el segundo coyote le dijo al primero:

– ¿Qué te dije? Cuando pasaste tú, dijeron: “Allá va un coyote!, y cuando pasé yo, dijeron: “Y allá va otro”. Así que me debes una gallina.

 

Efrén Fonseca Sánchez

Seminario permanente Crónicas y fuentes del siglo XVI novohispano.

[1] Aforismos, difrasismos, paralelismos, estribillos, etc. Si se desea saber más, el lector puede consultar la magna obra de padre Ángel María Garibay, Historia de la literatura náhuatl, México, Porrúa, 1992, (col. “Sepan cuantos…”, 626).

[2] Mariana Mercenario Ortega, Los entramados del significado en los zazaniles de los antiguos nahuas, México, UNAM, 2009, p. 23.

[3] Ibid., p. 40-41.

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2013 (col. “Sepan cuantos…”,  300), p. 397-398.

[5] Mercenario Ortega, op. cit., p. 97.

[6] Sahagún, op. cit., p. 280. Introducción al Libro VI.

[7] Mercenario Ortega, op. cit., p. 45.

[8] Ángel María Garibay traduce “zazanilli” como “fábula, cuento o charla” en la Llave del náhuatl, México, Porrúa, 2007 (col. “Sepan cuantos…”, 706), p. 80.

[9] Sahagún, op. cit., p. 397-398.

[10] León Portilla establece que los zazanilli son tlahtolli, discursos, pues no refieren a ritmos ni lingüísticos ni musicales. Citado por Mercenario Ortega, op. cit., p. 31.

[11] Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, México, FCE, 1970, p. 163-164.

[12] Mercenario Ortega, op. cit., p. 107-108.

[13] Sahagún, op. cit., p. 397.

[14] Ibid., p. 402.

[15] Edgar Allan Poe, Cuentos completos. Edición comentada, México, Colofón-Páginas de espuma, 2008, p. 505, comillas del autor.

[16] Mercenario Ortega, op. cit., p. 38, 105.

[17] Alfredo López Austin, Las razones del mito. La cosmovisión mesoamericana, México, Era, 2015, p. 39.

[18] Mercenario Ortega, op. cit., p. 9.

[19] Ibid., p. 39.

[20] Fabio Morábito, Cuentos populares mexicanos, México, FCE-UNAM, 2014, p. 71.

 

 

Bibliografía

– GARIBAY  K., Ángel María, Historia de la literatura Náhuatl, México, Porrúa, 1992, (col. “Sepan cuantos…”, 626).

– __________, Llave del náhuatl, México, Porrúa, 2007 (col. “Sepan cuantos…”, 706).

– LÓPEZ Austin, Alfredo, Las razones del mito. La cosmovisión mesoamericana, México, Era, 2015.

– MERCENARIO Ortega, Mariana, Los entramados del significado en los zazaniles de los antiguos nahuas, México, UNAM, 2009.

– MONTEMAYOR, Carlos, (coord.), Diccionario del náhuatl en el español de México, México, UNAM, 2007.

– MONTES de Oca Vega, Mercedes, Los difrasismos en el náhuatl de los siglos XVI y XVII, México, UNAM, 2013.

– MORÁBITO, Fabio, Cuentos populares mexicanos, México, FCE-UNAM, 2014.

– POE, Edgar Allan, Cuentos completos. Edición comentada, México, Colofón-Páginas de espuma, 2008.

– SAHAGÚN, fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2013 (col. “Sepan cuantos”, 300).

– SOUSTELLE, Jacques, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, México, FCE, 1970.