POR ITZEL LARA *
No es novedad que Roma, de Alfonso Cuarón, ha sido un fenómeno mundial por varias razones, entre ellas que es una producción de Netflix cuyo estreno no se realizó en dicha plataforma sino en festivales y salas de cine; que está basada en la infancia del director y cuya meticulosidad en las recreaciones de la época y particularmente de su casa incluía, entre otras cosas, el recetario de Libo, la nana de Cuarón; y por último, porque fue merecedora al galardón de Mejor Película Extranjera en los Critic’s Choice Awards, convirtiéndose en la primer cinta en habla hispana en recibirlo.
Todo esto es muy loable, enaltece al cine mexicano y claro que hay que festejarlo, vamos por buen camino…
Pero alejándonos un poco de la emoción del momento, también es necesario señalar que Roma ha generado reacciones opuestas y algunas opiniones difieren de la afirmación de que se está frente a una obra maestra. Lo confieso, pertenezco a ese sector del público que no fue conmovido por la cinta y abro un espacio para la franqueza: encuentro una sensación de condescendencia por parte del autor hacia su personaje principal y esto me aleja por completo del terreno de lo entrañable, e incluso me molesta.
Se diseña un personaje buscando una tridimensionalidad que lo convierta en humano; por ejemplo, el bueno no puede ser tan bueno y el malo no puede ser tan malo, y aquí hablo específicamente de la dramaturgia actual, dejando de lado algunos géneros dramáticos que nos exigen el uso de estereotipos para su eficacia.
Al partir de dicha base, llegamos a personajes complejos con debilidades y fortalezas que los hacen interesantes, los alejan de la pasividad. Cleo no es así, es una sirvienta a la que en realidad nosotros como espectadores no conocemos. Cuarón nos coloca en el mismo plano que “los patrones”: la observamos, sabemos que existe e incluso podemos decirle “te queremos, Cleo”, pero todo desde un tratamiento meramente superficial, igual que ellos.
Habrá quien en este punto de la lectura opine que esa era la intención del director; permítanme diferir. La cinta busca ser un homenaje a una de las mujeres más importantes en la vida de Cuarón y busca visibilizar, dignificar la importancia del trabajo de la servidumbre, él mismo lo ha dicho y, por ende, quien ha puesto la vara con la que debe ser medida Roma. Partiendo de esto, puedo decir que en esta pieza cinematográfica hay carencia de empatía del autor hacia su protagonista y nos quedó mucho a deber en lo que atañe a dramaturgia.
Hay elementos dramáticos a los que se les notan las costuras, demasiada “mano del guionista”. ¿De verdad nadie siente como «metido con calzador» que de entre todas las mueblerías que existen en la ciudad, Fermín (el hombre que ha abandonado a la protagonista) llegue justo a esa donde Cleo está comprando la cuna de su bebé? ¿No sienten que las cosas se “cantan” demasiado antes de que ocurran? Si la mención de al menos ¿tres veces? de que Cleo no sabe nadar, mientras están en la playa, no les alerta de que algo va a ocurrir con eso, entonces definitivamente el oficio ya me tiene muy maleada.
Cosa aparte es el lenguaje cinematográfico: Roma es magistral en ese sentido. Hay emplazamientos hermosos, como la presentación del padre, pero hay otros que al buscar una justificación “poética” desde el plano dramático, resultan pretenciosos y carentes de profundidad, pienso específicamente en el tarro que se rompe. La imagen es bella como unidad, pero un lugar común en el conjunto.
La crítica de la película en un blog llamado “Tierra Baldía” me resultó por demás lúcida, en el texto titulado “Roma o lo bonito de ser pobre” habla de las obras maestras partiendo de la postura de Walter Benjamin en su discurso “El autor como productor” y cómo Roma no lo era.
¿Qué es lo que Walter Benjamin expone en dicho discurso? habla, entre otras cosas, del artista pequeño burgués de izquierda y de su papel en la sociedad.
Para el filósofo alemán, dicho artista es aquel que dedica su obra a hacer una denuncia de desigualdad o pobreza, pero el enfoque dado puede resultar peligroso ya que es capaz de “hacer incluso de la miseria un objeto de disfrute”, y esto, lejos de cumplir con el objetivo de denunciar, normaliza.
Nada encaja mejor en lo que me evoca dicha cinta: Roma es belleza en imagen, pero pobreza en creación de personajes y en postura ética.
* Itzel Lara es dramaturga y guionista.