POR LETICIA URBINA ORDUÑA
Algunas hicieron carrera en el cine, a otras la actuación las encasilló en una imagen que no pudieron mantener cuando crecieron. Hay entre ellas nombres tan conocidos como el de Angélica María y Diana Bracho, otros no tanto como el de María Gracia o Lucy Buj, pero todas dejaron su impronta en la historia del cine nacional.
Cuando se piensa en las niñas de nuestro cine, posiblemente la primera imagen es la de una rebelde y simpática muchachita, cuya frase “Si ya saben cómo soy, para qué me dejan sola” ya forma parte de la cultura popular. María Eugenia Llamas nació en 1944 y cuatro años después, cuando apenas sabía hablar, se convertiría en “La Tucita”, personaje central del filme Los tres huastecos (Ismael Rodríguez, 1948) y por la que fue nominada para un Ariel, que no ganó.
El máximo galardón del cine nacional llegaría a sus manos en 1951, en la categoría de Mejor Actuación Infantil por su interpretación de Teresita en “Los hijos de la calle” (Roberto Rodríguez, 1951). En los siguientes años trabajó una o dos películas anuales para completar nueve filmaciones hacia 1954, cuando apenas cumplía los 10 años de edad. De ahí en adelante su carrera en el Séptimo Arte decayó hasta perderse.
Muy diferente fue la historia de Eva María Muñoz Ruiz, más conocida como “Chachita”, quien sí pudo sostener su carrera histriónica hasta el final de su vida. Nacida en 1936 filmó su primera película, “El secreto del sacerdote” (Ismael Rodríguez, 1941), antes de cumplir cuatro años de edad.
Luego vendrían cintas como “¡Ay Jalisco, no te rajes!” (Joselito Rodríguez, 1941) y “Morenita clara” (Joselito Rodríguez, 1943). Su éxito más rotundo fue “La pequeña madrecita” (Joselito Rodríguez, 1943), lacrimógeno melodrama sobre una huérfana que trata de sacar adelante a sus hermanitos y cuya interpretación puso a llorar a medio país.
Ya adolescente participó en clásicos como “Nosotros los pobres” (Ismael Rodríguez, 1948), “Ustedes los ricos” (Ismael Rodríguez, 1948), y “Pepe El Toro” (Ismael Rodríguez, 1953), lo que le permitió compartir créditos con actores adultos de la talla de Pedro Infante, Jorge Negrete y Gloria Marín, entre otros.
Otra actriz cuya carrera empezó a muy temprana edad es María de los Ángeles Hartman Ortiz, más conocida como Angélica María. Hija de padre estadounidense y madre mexicana, nació en Nueva Orleans pero su madre la trajo a México tras divorciarse.
Su tía Yolanda –ya relacionada con el trabajo de cine– la invitó a una fiesta en la que el productor de cine Gregorio Wallerstein mencionó que buscaba un niño para una película.
La pequeña Angélica dijo que ella se podría cortar el pelo para el papel, lo que le cayó en gracia a Wallerstein, quien la citó para audicionar. Así filmó “Pecado” (Luis César Amadori, 1950), a los seis años de edad.
Le siguieron “Los Gavilanes” (Vicente Orná, 1956), “Dos caras tiene el destino” (Agustín P. Delgado, 1952) y una docena más, entre las que se encuentra la que le valió su primer Ariel en la categoría de Mejor Actuación Infantil: “Mi esposa y la otra” (Alfredo B. Cervena, 1952), lo que no es raro, pues a los 10 años de edad ya tenía experiencia en 14 películas.
Coetánea suya es Diana Bracho Bordes, nacida también en 1944 en una familia del mundo artístico. Su padre fue el connotado director Julio Bracho, pero en su árbol genealógico emparenta con Dolores del Río, Ramón Novarro, Andrea Palma, Carlos Bracho y Marcela Bordes, por citar a unos pocos.
Tenía cinco años cuando su padre la hizo debutar en San Felipe de Jesús (Julio Bracho, 1949) y poco después trabajó en “Inmaculada” (Julio Bracho, 1950). Curiosamente ella no quería actuar, lo hizo de muy niña por imposición paterna; estudió Filosofía y Letras con la intención de hacerse escritora. Luego cambiaría de opinión y aún adolescente optó por el teatro; lo demás es historia.
Emblemática en la trayectoria de Diana Bracho es “El castillo de la pureza” (Arturo Ripstein, 1972), la cual se convirtió en un éxito internacional y le permitió obtener en 1973 sus primeros premios por Mejor Coactuación Femenina: Ariel, Diosa de Plata y Heraldo.
Titina Romay, cuyo nombre real es María Cristina Rodríguez Maz, fue una de esas niñas cuya fama se acabó al mismo tiempo que su infancia. Tenía apenas dos años cuando apareció en “La pequeña madrecita” (Joselito Rodríguez, 1943) y tardó cinco años más en filmar la siguiente y muy exitosa película “Angelitos negros” (Joselito Rodríguez, 1948), un melodrama sobre el racismo en el que interpretó a una niña negra, para lo cual tuvieron que pintarla.
Ella misma haría una secuela llamada “Píntame angelitos blancos” (Joselito Rodríguez, 1954). De ahí en adelante hizo otras 10 películas, entre ellas “Opio -La droga maldita-(Ramón Peón, 1949); “El ángel caído” (Juan José Ortega, 1949); “Dinero maldito” (Fernando A. Rivero, 1949); “Cuando los hijos odian” (Joselito Rodríguez, 1950); “¡…Y murió por nosotros!” (Joselito Rodríguez, 1951); “Huracán Ramírez” (Joselito Rodríguez, 1953), hasta cumplir 13 años de edad, cuando prácticamente su auge acabó. Filmaría esporádicamente de 1954 a 1973, pero no más con interpretaciones que quedaran en la mente del público.
Ana Graham pertenece a una generación posterior, fue actriz desde muy pequeña e hizo sus primeras películas a finales de los años 60. Su madre hacía Stand Up y la llevaba consigo, por lo que el arte escénico era para ella lo más natural del mundo.
Siendo casi bebé apareció en “La muñeca perversa” (Rafael Baledón, 1969) y más tarde haría “El rey de los gorilas” (René Cardona Jr., 1977) y “El hombre de los hongos” (Roberto Gavaldón, 1980), para la que se presentó a un casting.
En “El hombre de los hongos” tenía que pasear a una pantera como si fuera un perrito: ni ella tenía conciencia del peligro ni los protocolos de la época cuidaban demasiado la seguridad de sus actores, aunque fueran niños.
Su madre se casó por segunda vez y su padrastro decidió retirarla del cine; sin embargo su carrera no terminó ahí, pues de adulta filmó “Cuentos de hadas para dormir cocodrilos” (Ignacio Ortiz Cruz, 2000) y “Mezcal” (Ignacio Ortiz, 2005), aunque es mucho más reconocida por su desempeño en el ámbito teatral, con el que ha llevado sus propuestas escénicas a Nueva York con éxito.
Ana Patricia Rojo es hija del fallecido actor mexicano Gustavo Rojo y de Carmen Stein, quien fuera Miss Perú. Nació en 1974 y comenzó a actuar cuando contaba apenas cinco años de edad, en la cinta “Los reyes del palenque” (Miguel M. Delgado, 1979).
Tras muchos trabajos para la televisión, particularmente telenovelas, protagonizó una de las más logradas películas de terror del cine mexicano “Veneno para las hadas” (Carlos Enrique Taboada, 1984), en la que interpreta a Verónica, una imaginativa muchachita que ejerce un dominio psicológico tan grande sobre su mejor amiga que la situación se sale de control. En ese momento la actriz contaba con tan sólo 10 años de edad.
Su coprotagonista fue Elsa María Gutiérrez, que interpretó a la niña rica e impresionable que creía en las historias de brujería que, con una inocente maldad infantil, le platicaba su amiga Verónica, quien disfrutaba atemorizarla.
Curiosamente a Elsa María ya no se le vio más en el cine, mientras Ana Patricia Rojo continuó su carrera, tal vez impulsada por el hecho de pertenecer a una familia artística. A los títulos ya mencionados se suma una decena de filmes.
Otra película de terror que tuvo a una actriz infantil fue “El libro de piedra” (Carlos Enrique Taboada, 1969) en el que Lucy Buj era la protagonista. Con la actuación protagónica de Marga López, relata la historia de una niña cuya atípica conducta es atribuida a su amistad con una estatua de piedra que está en el jardín. Este filme se convirtió en un clásico del cine mexicano.
Sin embargo esa no era su primera participación cinematográfica: en 1968 filmó María Isabel (Federico Curiel) con Silvia Pinal, y en 1969 Las aventuras de Juliancito (Alberto Mariscal).
Su brevísima carrera duró apenas tres años, en los que actuó en ocho películas, entre ellas una secuela de la primera, llamada “El amor de María Isabel” (Federico Curiel, 1968) y La hermana trinquete (René Cardona Jr.,1970), ambas con Silvia Pinal y José Suárez, además de “Primera Comunión” con David Reynoso, Julián Bravo y Gloria Marín (Alberto mariscal, 1969) y “Jóvenes de la Zona Rosa” (Alfredo Zacarías, 1970). Lucy Buj no volvió más a los estudios de filmación.
A Edith González se le conoce actualmente por sus telenovelas; empezó su carrera histriónica desde muy niña aunque sus primeros trabajos fueron para el teatro y la televisión.
Nacida en 1964, participó en la ya citada “El rey de los gorilas” (René Cardona Jr., 1977) a los 12 años, pero para entonces llevaba ya la mitad de su vida en la pantalla chica, pues había hecho varias telenovelas y una serie “Los Miserables” de Víctor Hugo, en una versión mexicana de calidad poco frecuente.
Apareció en “Cyclone” (René Cardona Jr. 1978) y pasó a la adolescencia sin que su carrera se viera afectada, como sí sucedió con otras niñas actrices.
Con los años, el estilo del nuevo cine mexicano, aunado a las leyes de protección a la infancia, en particular en el ámbito laboral, han hecho cada vez menos usual el trabajo cinematográfico con menores de edad, pero es un hecho que muchas de aquellas estrellas infantiles, algunas apagadas apenas pasada su niñez, y otras que pudieron ver su brillo madurar, dejaron una huella en la historia cinematográfica nacional.
Esta colaboración se publicó de manera impresa en noviembre de 2017, edición 168 del boletín informativo CINEADICTOS, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.