Morir como hombre o vivir como monstruo
POR CARLOS DÍAZ ROMERO
“Nuestra razón está basada en los recuerdos. Si no podemos enfrentarlos, estaríamos negando a la razón misma. Aunque, ¿por qué no? No estamos atados contractualmente a la racionalidad, no hay cláusula de cordura.La locura es la salida de emergencia”.
Joker, The Killing Joke
Entre las pruebas de análisis psicológico más reconocidas está la de Rorschach: una serie de manchas de tinta, simétricas y ambiguas, tienen la función de analizar la personalidad de un paciente. Su esencia radica en la interpretación de las imágenes, las cuales, en sentido estricto, carecen de significado intencional.
Compleja y peligrosa por sí misma, la realidad es aún más confusa cuando aquello que se percibe es sólo una construcción mental e incluso resulta imposible diferenciar entre realidad o fantasía.
De esta complicación psicológica parte la trama del filme de suspenso “Shutter Island” (2010), de Martin Scorsese, basado en la novela homónima de Dennis Lehane, y protagonizada por Leonardo DiCaprio (Teddy Daniels), agente federal de los Estados Unidos, quien debe resolver la misteriosa desaparición de Rachel Solando (Emily Mortimer), una paciente psicótica recluida por el asesinato de sus tres hijos, a los que ahogó, y el vínculo con otro interno llamado Andrew Laeddis, personaje del que el público sólo conoce nombre y referencias.
Se ubica en 1954 y Daniels sospecha una conspiración para experimentar con los enfermos en la clínica Aschecliffe, ubicada en Shutter Island, para convertirlos en asesinos. Conforme la historia se desarrolla, comienza a intuir que las autoridades de la institución mental lo harán pasar por un demente más para silenciarlo y evitar que se descubra la verdad.
Esta cinta juega con las expectativas y prejuicios del espectador, pues la naturaleza siniestra del asilo hace creíbles todas las teorías del protagonista, y de manera opresivamente real transmite al público el miedo de ser declarado demente por una institución corrupta. Sin embargo, no todo es lo que parece en este hospital, y los constantes secretos, así como actividades sospechosas, resultan más complejas e involucran de raíz el origen de Teddy Daniels.
El clímax revela la paradoja que existe en la manera de enfrentar un trauma por parte de la mente: la fragilidad humana y la fractura con la realidad se transforman en un intrincado constructo de interpretaciones, suposición e inventos que dan sentido a la existencia de Teddy Daniels, así como a la trágica vida de Andrew Laeddis, quien ha sucumbido a los peligros del mundo y ha abandonado la cordura para refugiarse en un mundo inventado en su propia imaginación.
La película deja de forma concisa un cuestionamiento filosófico atemorizante: ¿Quién puede decir realmente que la vida que llevamos o creemos llevar diariamente no es una invención mental? Si nuestra propia psique, aquello que nos hace ser quienes somos, es capaz de construir una realidad completa para no lidiar con un trauma, ¿cómo podemos saber si verdaderamente vivimos día a día la vida que suponemos tener? O si, por el contrario, vivimos una fantasía fabricada con todo nuestro ser para no enfrentarnos a un trauma desastroso.
Esta colaboración se publicó noviembre de 2014, edición 139 del boletín informativo CINEADICTOS, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.