• Graduado a los 65 años, demuestra que nunca es tarde para hacer realidad los sueños
A los 65 años de edad, Nicasio Morales Rivera no solo concluyó la licenciatura en Derecho: defendió con argumentos de vida su derecho a no rendirse. Desde la colonia Olivar del Conde, en la alcaldía Álvaro Obregón, hasta la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, en Naucalpan, el universitario hizo literal y simbólico viaje que le tomó casi cuatro años, trayectos de hasta dos horas y media, amén de inquebrantable convicción.
“Estoy conmovido, feliz y también un poco triste, porque dejo algo que amo profundamente: mi Universidad”, confiesa con emocionada voz. Aún sin toga ni birrete, sabe que su paso por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ya dejó honda huella: la suya.
Particular historia no comenzó como la de muchos compañeros. En los años 80 del siglo pasado, cuando soñaba con ser abogado, las condiciones no jugaron a favor. “Mis circunstancias eran muy adversas”, dice sin dramatismo. Por décadas aplazó el anhelo, hasta que su hijo Ángel Humberto, quien también está graduado en Derecho, lo retó con las mismas palabras que él mismo había pronunciado años atrás: “Papá, yo creo más en ti que tú en ti”.
Desafío que lo llevó a terminar primero el bachillerato y luego, impulsado por una profesora que lo motivó a “no conformarse con el certificado”, decidió ingresar a la FES Acatlán por pase reglamentado. Corría el año 2020 y, aunque el mundo atravesaba la pandemia sanitaria de la COVID-19, Morales Rivera inició otra travesía más desafiante: reinventarse como estudiante universitario, a los 60 años.
“Me aferré. Fui muy perseverante y me entregué al 100 por ciento a la carrera”, afirma. Sin faltar a clases, soportó cansados trayectos, desconocidas tecnologías, curiosas miradas de compañeros mucho más jóvenes. Lo motivaba una poderosa idea: “la FES Acatlán me dio el impulso y la energía para presentarme cada día. Le arranqué a la Universidad lo más hermoso de mi existencia; me abrió su corazón para lograrlo”.
Como buen jurista en formación, enfrentó retos con claridad y principios. Aprendió no solo de teoría jurídica, sino de la vida: “No tenía noción de lo que era verdaderamente vivir hasta que llegué aquí. Conocí a grandes profesores, sabios y humanos, que me dieron el impulso para cambiar aspectos de mi vida que creí inamovibles”, relató acompañado por su esposa y su hijo, a quienes le dedicó dicho logro personal.
Cuando escuchó su nombre en la ceremonia de entrega de diplomas a egresados de Derecho, en el Teatro Javier Barros Sierra del plantel, volvió a sentarse, colocó el puño de la mano derecha en la frente, tomándose algunos minutos para llorar por la emoción de la meta alcanzada: con los ojos rasados que empañaron los anteojos, festejaba porque acababa de ganarle el juicio al destino que pronto puso a prueba sus capacidades de abogado.
A los estudiantes que alguna vez pensaron en desertar, les lanza alegato sólido: “no tiren la toalla. Desafíense a sí mismos. El esfuerzo rinde frutos. Sean cumplidos y no estudien por ambición de dinero o prestigio, sino por convicción. La verdadera satisfacción viene de aplicar bien las leyes”.
Ahora que ha concluido la licenciatura, Nicasio Morales no piensa detenerse. La siguiente meta: estudiar política criminal en la Facultad de Derecho de Ciudad Universitaria, más cercana a casa. No lo hace por títulos, dice, sino para ser ejemplo para sus hijos y seguir aprendiendo: “estoy cansado, pero no tengo intención de descansar. Quiero titularme bien, dar lo mejor de mí y que otros también aprendan de mí”.
Mientras tanto, guarda con cariño cada palabra, cada clase y cada paso que dio hacia ese sueño postergado. Como si llevara consigo alguna especie de jurisprudencia emocional que demuestra que nunca es tarde para impartirse justicia a sí mismo.