POR ELISA GUADALUPE CUEVAS LANDERO *
Comparto mis comentarios sobre La otra (Roberto Gavaldón, 1946) por la temática que contiene, pero sobre todo porque para mí su proyección es una especie de paseo nostálgico por la Ciudad de México, misma que vivimos algunos siendo niños; cuando subir al transporte público, a los taxis o a los automóviles —que aparecen en este filme y seguían siendo muy parecidos en los años 60, cuando yo fui niña— era para trasladarnos de compras o de simple paseo por el Centro Histórico.
En aquellos años íbamos a ver el alumbrado al Zócalo o a la Alameda Central; ésa era una salida forzosa para los pequeños de entonces; peculiar se dirá hoy, pero absolutamente nostálgico por lo que ya no es: ni el alumbrado, ni los Reyes Magos, ni la cantidad de gente —sobre todo esto—, ni el tránsito, por supuesto; pasamos de una hermosa ciudad a una gigantesca urbe, en la que perdieron sentido los paseos tal cual eran, así como la fisonomía que tenía la ciudad y que únicamente las películas filmadas en exteriores nos permiten recuperar a través de diversas secuencias.
De La otra —clasificada como un clásico del cine negro mexicano— nace pues este escrito en el que me propongo resaltar algunas de sus características. Es una película recientemente digitalizada por la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, “la digitalización de esta película se realizó a partir de la copia en nitrato de 35 mm, perteneciente a la colección de la filmoteca de la UNAM. El proceso de digitalización, corrección de color, sonido y la reparación de daño por ruptura [hecho] en 88 fotogramas”.1
Roberto Gavaldón produjo La otra y fue un realizador sobresaliente de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano. En 1947 recibió el Ariel por Mejor Guion adaptado por La otra y a lo largo de su carrea obtuvo otros premios Ariel en las categorías de Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guion Adaptado.
Roberto Gavaldón dirigió, entre otras populares y aclamadas películas, Macario, primera cinta mexicana nominada en los premios Oscar por Mejor Película Extranjera, en 1960. También fue merecedor de la medalla a Mejor Filme Hispanoamericano otorgado por el Círculo de Escritores Cinematográficos de España.
Un año después, en 1961, realizó Rosa blanca que le valió la censura del gobierno por abordar el tema de la nacionalización del petróleo (su estreno se llevó a cabo hasta 1972). Fue de los actores, productores, guionistas y realizadores más importantes de las décadas de los años 40 a los 60. Trabajó con los mejores histriones de su momento.
Respecto a la obra de Roberto Gavaldón hay otra bella producción de nombre La diosa arrodillada, de 1947, basada en un cuento de Ladislao Fodor, con una adaptación de José Revueltas y que tuvo como perfecto complemento la soberbia actuación de María Félix. Así que estamos ante un destacado director que se hizo acompañar en La otra, por Günther Gerzso, en la escenografía, por Alex Phillips, en la fotografía, por José Revueltas, en la adaptación de la obra escrita de Rian James, así como por la doble actuación de Dolores del Río, quien pone la cereza al pastel con su magnífica actuación.
La película tiene un argumento aparentemente llano: el asesinato y suplantación de una hermana rica por la otra que es pobre —estigma social, entre riqueza y pobreza, con el que solía jugarse mucho en el cine mexicano, especialmente durante los años 40 y 50; recuérdese Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1947), Ustedes los ricos (Ismael Rodríguez, 1948) y Un rincón cerca del cielo (Rogelio A. González, 1952), por señalar sólo tres ejemplos de ello—.
Aunque en La otra las diferencias de clase no sean antagónicas en el sentido cuantitativo de la riqueza, pues no hay una lucha entre propietarios de grandes capitales y los que no lo son; las diferencias radican en vistosas joyas, vestuario, un auto, una casa lujosa, alguna cuenta en el banco y una hermana “felizmente casada” rodeada de “sirvientes”. Es en realidad el odio, los celos y la envidia, los que hacen que la hermana pobre María Méndez se sienta acomplejada frente a la riqueza de la hermana casada, Magdalena Montes de Oca. Estigma social sobre las “malas mujeres”, sean pobres o ricas.
Asesinar, la pobre a la rica y, después de cometido el acto, hacerse pasar por la muerta suplantándola, lo explica el hecho de que eran gemelas idénticas y, gracias a lo cual, María pasa a ocupar el sitio que ambicionada al heredar inexorablemente no sólo el dinero y los bienes de su hermana rica, sino también al amante (Víctor Junco, con el papel de Fernando), pero sobre todo, hereda la consecuencia de un crimen que no cometió: ser encarcelada debido a la muerte del marido de Magdalena —al cual María amaba en secreto—, pero que su hermana y la pareja de ésta asesinaron. Este hombre, llamado Roberto González (Agustín Irusta), tuvo el mal tino de no elegir a María, que sí lo amaba y, casó con Magdalena, quien acabó por asesinarlo en complicidad con un hombre al que sí amaba y con quien mantenía una relación secreta (Fernando). María, finalmente, padece la cárcel no por el crimen que cometió -el asesinato de su hermana-, sino por el que no cometió: el de su cuñado.
Aquí encontramos dos ideas centrales que, en mi opinión, funcionan a manera de metáforas o parábolas. Una, que puede ser planteada así: se lleva a la pantalla la versión femenina de la lucha a muerte de Caín y Abel; en la cual, sin lugar a dudas, los celos también son el motivo del asesinato.
El odio entre las hermanas es similar al que surgió entre Caín y Abel debido a la preferencia, en este caso no de Dios, sino de un hombre, por una mujer, a la cual consideró digna de su amor y no a la otra. María y Magdalena son el arquetipo de la confrontación entre hermanas por el amor hacia un mismo hombre, quien, al elegir a una de ellas, suscita tal nivel de celos y odio en la mujer desdeñada, que solamente el asesinato los puede hacer amainar; aunque produzca otro tipo de polvaredas emocionales en quien ejecuta el crimen.
Ir a la cárcel por un crimen que jamás habría podido cometer el personaje de María y no por el certera-mente ejecutado, el de su hermana Magdalena, es una paradoja que el filme bosqueja de forma clara e interesante. Es plantear que toda energía negativa siempre regresa multiplicada para hacer pagar con creces a quien es capaz de generar tal torbellino de oscuridad a través del asesinato.
Los sentimientos más negros que pueda alguien producir por celos, llegan a los extremos planteados en esta película. Y al igual que en el caso de Caín y Abel, hay un elegido, a quien no le va tan bien, pero que, al no elegido, le va peor, al pretender cobrar lo que en derecho aparentemente le corresponde; en la historia de Caín y Abel, el reconocimiento; en el de María y Magdalena, el dinero, el auto, las joyas, la casa, el marido…, cosas sobrevaloradas por quien no las tiene y cree que le corresponden (María). Situación que lleva, en ambos casos, a caer bajo el dominio alienante de los celos, la envidia y también por la necesidad de reconocimiento.
Tal oscuridad, de los sentimientos humanos más profundos están muy bien representados en la penumbra, en la parcialmente iluminada escenografía realizada por el gran artista Günther Gerzso; la oportuna y precisa fotografía de Alex Phillips, que capta tales sentimientos en imágenes de primeros planos, las zonas de semioscuridad y a través del vestuario, especialmente el de María, que en todo momento es realizado en una gradación de tonos oscuros.
A estos aspectos ayuda, sin duda, que la película sea en blanco y negro; pero la maestría de Günther Gerzso es notable porque a pesar de que el filme es monocromático (y vaya que la pintura del maestro, siempre fue de un policromo brioso), la película tiene haces de luz que iluminan la gran pantalla a través de la sonrisa de Magdalena y, por ejemplo, de María, cuando suplanta a Magdalena, en la escena de los invitados a casa o el vestuario del amante, así como la luz que refleja el blanco barandal de la escalera, que parece de mármol, y que vetean al filme con algunos instantes de luz que coinciden con aparentes chispazos de felicidad de los desventurados personajes.
Está presente otra metáfora o parábola que tiene que ver con los nombres del personaje central y el título de la película, así como con la oscuridad religiosa en la que se funden los nombres de Caín y Abel. El juego del productor, de tener a la misma actriz con ambos papeles (por cierto, técnicamente muy bien empatadas cuando aparecen a cuadro juntas) y, con tales nombres, nos lleva a percibir en María Magdalena, a la mujer del Nuevo Testamento. Nos remite a pensar en María de Magdala, la adúltera que fue salvada por Jesús, y parece querer significar que en realidad es una sola persona, con sentimientos ambivalentes y con un solo nombre emblemático.
Ser María Magdalena en plena década de los años 40 representando un rol como el de estas dos hermanas, que se odian, pero que más allá del dinero, las diferentes casas, las joyas y los bienes materiales, son dos personalidades de una sola mujer que juega con los dos roles para mostrar que, en apariencia son diferentes pero, en realidad, son idénticas en su proceder: ambas son capaces de matar a quien odian. Se ensalza el estigma de la mujer “mala” desde cualquiera de sus ángulos sociales y económicos (rica, pobre, educada o no) y es, finalmente, la María –Magdalena–, a quien se retrata de alguna manera en este ya clásico filme mexicano.
1. Ver nota en la propia película a través de YouTube, Cine en línea, del 13 de abril de 2020. [Vista el 20 de mayo de 2021].
* Socióloga de profesión con maestría y doctorado en Ciencia Política. Profesora investigadora de la FES Acatlán, UNAM, en el área de Teoría Social en la Unidad de Investigación Multidisciplinaria. Distiguida con el Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz 2021.