POR LETICIA URBINA ORDUÑA
Cada vez que uno de los cineastas de nacionalidad mexicana más consolidados en Hollywood –Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro– obtienen una nominación o algún premio, surge un orgullo nacionalista que daña, más que beneficia, la magnitud de sus logros.
Por supuesto que es válido alegrarse por el triunfo de los compatriotas, pero también es injusto pretender que su cine es mexicano. Ese supuesto los achica.
Seguramente algunos lectores estarán a punto de saltar de su asiento ante tal afirmación, que no pretende demeritar la propia nacionalidad; tampoco se busca sostener la versión que los trata de enmarcar en el cine estadounidense.
La falta de oportunidades empujó la migración de los dos primeros, mientras que Guilermo del Toro vive en Los Ángeles, no por gusto, sino tras el secuestro de su padre en 1998. Sobre este cineasta en particular y ante sus 13 nominaciones al Oscar se centra el presente artículo.
No puede decirse que el cine de un mexicano hecho en los Estados Unidos es cine chicano, pues ésta es una comunidad con particularidades históricas y culturales gestadas en el siglo XIX que se asume como una tercera nación respecto a las dos de origen. ¿Qué es entonces el cine de Guillermo del Toro?, para responderlo, hay que recordar algunos aspectos de su filmografía.
Desde que dirigía los capítulos de la serie televisiva La hora marcada (1988), dejaba ver ya la clase de temas y personajes que le interesaban, que conformarían un estilo muy personal de hacer cine: lo oscuro, lo monstruoso, lo fantástico.
Antes había estrenado dos cortos de horror: Doña Lupe (1986) –la historia de una casera a la que no le gusta lo que hacen sus inquilinos y decide tomar medidas– y Geometría (1987), cuyo protagonista pacta con el demonio a causa de sus pésimas calificaciones en esa disciplina. Cabe subrayar que cuando filmó el primero contaba apenas con 22 años.
De ahí en adelante desarrollaría una serie de personajes cuyas características son fantásticas y, al mismo tiempo, tremendamente humanas: por ejemplo Cronos (1993) representa la esperanza de una vida eterna, pero aderezada con elementos vampíricos y la obsesión del director por los objetos antiguos, a través del insecto mecánico hallado por el anticuario. Hay una referencia a la época de los conquistadores españoles, pues se supone que el objeto fue creado en el siglo XVI.
En Hellboy (2004) la referencia a un hecho histórico real está dada por la Segunda Guerra Mundial, cuando transcurre la trama, cuya mezcla de ciencia ficción y magia cuestiona la ambición fascista; El espinazo del diablo (2001) se sitúa en la Guerra Civil Española, al igual que El laberinto del fauno (2006).
En La forma del agua (2017), el contexto está dado por la Guerra Fría e involucra a las potencias de la época. Es ya muy claro que además de su innegable vocación por lo fantástico, Guillermo del Toro se ha anclado a la realidad social y política: en esta cinta critica racismo, la discriminación, el miedo a lo diferente.
Sin embargo, sus temas y preocupaciones no se centran en ningún país en particular, de hecho poco o nada tocan lo mexicano.
Hay quienes afirman que el cine del realizador tapatío es estadounidense, y si bien la mayoría de sus películas han sido hechas allá, tampoco puede aseverarse eso.
Los asuntos que le interesan tienen más que ver con la naturaleza humana que con un país u otro. Son los monstruos cotidianos –el empresario capaz de asesinar por alargar su vida, el militar franquista torturador, el despreciable científico racista– cuyo papel de seres normales queda cuestionado al confrontarse con sus seres fantásticos, muchas veces más sensibles que los humanos.
El cine de Guillermo del Toro es, por lo tanto, un cine universal; tratar de encasillarlo en una nacionalidad implica achicar su obra, reducir sus dimensiones, ponerle límites a una imaginación que parece inagotable. Reconocer su universalidad implica en cambio señalar el trabajo de este director como una aportación al cine mundial.
Esta colaboración se publicó de manera impresa en abril de 2018, edición 170 del boletín informativo CINEADICTOS, de la Coordinación de Difusión Cultural de la FES Acatlán.