POR DAVID GÓMEZ SECUNDINO
Nunca pertenecería a ningún
club que tuviera como
miembro a alguien como yo.
Annie Hall (1977)
Woody Allen y el psicoanálisis son pareja inseparable desde hace décadas, aunque difícilmente amigos. Por fortuna para el director de cine son funcionales. Allen ve en el diván una muleta, no un lastre; es el paliativo para la enfermedad de toda su vida; anhedonia (incapacidad para sentir placer haga lo que haga, sea quien sea, esté donde esté).
Infancia es destino
A
llan Stewart Konigsberg nació el 1 de diciembre de 1935 en Brooklyn, Nueva York. De origen judío, pasó una infancia triste con padres disfuncionales y autoritarios. Se encerraba en su habitación y perfeccionaba trucos de magia; aprendió a tocar el clarinete y disfrutar del jazz. Destacó en los deportes y se aficionó al beisbol.
Acudió a un colegio hebreo durante ocho años, al cual definiría más tarde como: “una escuela para profesores con problemas emocionales”. El perspicaz pupilo odiaba estudiar, pues solía decir: “me gustaría que me enseñen a leer y a escribir y que, después, me dejen en paz”.
Leer historietas cómicas; escribir para divertirse. Destacar en la clase de redacción fue su mayor logro académico. Después llegaron los chistes. Los descubrió en el Flatbush Theatre del 2207 de Church Avenue en Brooklyn. Espectáculos de vaudeville, comediantes y películas lo iniciaron en ese mundo, al que entraría cuando un periódico publicó su chiste: “Woody Allen says he ate at a restaurant that had O.P.S. prices – over people’s salaries.” (Woody Allen dice que comía en un restaurante que tenía precios por arriba de los salarios de los trabajadores). Así nació el personaje público Woody Allen, un seudónimo para esquivar la atención de sus amigos.
A los 15 años de edad era un flamante escritor de rutinas cómicas. Trabajaba para David Alber, un agente de prensa que revendía su ingenio a comediantes consagrados menos avispados y con más billetera. El material era bueno, la voz se corrió y a los 17 años Allen trabajaba para la NBC como guionista. Todos los grandes compraban ideas del nuevo y más joven guionista de Tonight Show.
En la NBC Allen ganaba de ensueño. A los 22 años de edad le pagaban 500 dólares semanales. En 1962, cuatro veces más, 2 mil dólares a la semana. Y ahí en la cima de la retribución económica, lo dejó todo y se lanzó a lo incierto. El mejor escritor cómico de esa época dejaba su trabajo y se convertía en un humorista de bares insignificantes por 50 dólares semanales. Quizás porque deseaba ser alguien más. (Leer más…)