POR NOVEL ALEJANDRO GONZÁLEZ OROZCO
El mensaje en la contestadora de Mendel (Tenoch Huerta), anunciando la inminente muerte de la abuela Rosa (Angelina Peláez) lo obliga a abandonar la zona de confort en que ha estado inmerso en los últimos años. Su vida transcurre entre un cómodo, pero solitario departamento, con perfecta vista panorámica de Manhattan, y su trabajo de investigación científica en un laboratorio de biología en la Universidad de Nueva York.
Mendel, con su estilo de vida, rompe estereotipos, al menos a los que como público de cine estamos acostumbrados a ver en las historias que, generalmente, retratan a los mexicanos en Estados Unidos. A diferencia de lo que deben enfrentar miles de connacionales, él no vive al día, es un profesionista cuyas extenuantes jornadas laborales no ocurren por obligación sino por pasión, no está forzado a compartir vivienda para aminorar gastos, se rodea de comodidades y, evidentemente, ha logrado el “sueño americano”.
El regreso a la tierra natal en Angangueo, Michoacán, pueblo minero y también uno de los principales territorios del santuario de la mariposa Monarca en México, revela el vínculo entre los orígenes de Mendel y su interés específico en los colores de estos diminutos insectos, en el incesante proceso de trasformación de huevos a oruga, luego crisálida y finalmente mariposa.
La llegada de Mendel a la casa familiar ocurre justo en el velorio de la abuela; no obstante el momento doloroso, como si de una avalancha se tratara, uno a uno los temas y conflictos familiares se hacen presentes, desde el anuncio de la boda de Brisa (Paulina Gaitán) la sobrina que reclama una nueva visita a mediano plazo para apadrinar la ceremonia, hasta los reclamos de Vicente (Gabino Rodríguez) el hermano mayor, amargado por su propio estilo de vida y los deberes o compromisos que el destacado científico, aparentemente, evadió.
Hijo de Monarcas (Alexis Gambis, México, 2020), es el filme en que se cuenta esta historia y fue presentado en la edición 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia, donde obtuvo criticas favorables, esencialmente por la manera en que está estructurado, a partir de capas o fragmentos que van revelando hechos con tintes artísticos, alejado del estilo común de contar este tipo de argumentos a partir de anécdotas.
Los espectadores, de la mano del protagonista, como si del álbum fotográfico familiar se tratase, página a página van dando paso a los recuerdos de Mendel, aquellos que lo marcaron. Descubren qué hay detrás de la tragedia familiar que ensombrece sus días en Angangueo; las razones de su dilema para seguir huyendo del pasado o enfrentar a sus monstruos; cargas y pesos que ha intentado esquivar, sin ser consciente que en ese proceso él mismo empieza a enfrentar una metamorfosis, tal como le ocurre a las Monarca. Mendel debe quebrar sus pedazos en el capullo, “licuarse” a sí mismo, con objeto de reconstruirse.
Hijo de Monarcas no es una película que busque atender solamente la cuestión de entretenimiento, en su guion filtra problemas actuales como la sobreexplotación de bosques que, supuestamente, están protegidos de la tala ilegal, contaminación del subsuelo con químicos, la importancia de la herencia cultural y las tradiciones a las que, por más preparado que se esté en términos académicos, se accede y respeta por pertenencia o reconocimiento de la riqueza espiritual que se inculca, desde el ámbito familiar, en los pueblos originarios de México.
En diversos momentos del filme se develan aspectos de la multiculturalidad, así como el vínculo del proceso migratorio entre la Monarca y muchos mexicanos que, al igual que las mariposas, suben y bajan miles de kilómetros, reencuentran el camino de sus orígenes, viven una constante transformación y tienen identidades híbridas.
Para Mendel, una y otra vez hay que llegar al cruce entre cultura y ciencia, a la dualidad de la erudición versus lo rituales, a eso que se tiende a describir como realismo mágico y que para muchos parece charlatanería.
En pueblos como Angangueo se tiene la firme creencia que las mariposas son los espíritus de los muertos que vuelven por un breve tiempo y, justamente en 2020, la llegada de estos insectos coincidió con el estreno de Hijo de Monarcas en el 18 Festival Internacional de Cine de Morelia.
No esta de más puntualizar que destinar tiempo para ver Hijo de Monarcas no significará una decepción, muy lejos está de ser una desafortunada película mexicana; por el contrario, sirve de ejemplo para confirmar que las costumbres y tradiciones de nuestro país pueden ser retratadas de forma muy digna. En este caso, de la mano de un director de origen franco-venezolano que nos ha observado con atención y precisión científica.
Vaya ejemplo para muchos realizadores mexicanos que parecen incapaces de dejar a un lado las historias “chistosas”, burdas, simples, además de repetitivas, pero taquilleras con las que han encasillado a muchas de las producciones del cine nacional en años recientes.
En pantalla se percibe el respeto e interés de Alexis Gambis por retratar aspectos de México que evidentemente le fascinan y la naturaleza fue generosa al regalarle escenas que solamente quien ha estado en territorio de la Monarca sabe que surgen en breves momentos, son efímeros y en este filme se tiene la oportunidad de disfrutarlos por instantes, como un regalo visual fugaz e irrepetible. Aquí no hay “toma dos”, aunque si ganas de verla al menos una segunda vez para disfrutar de la fotografía.