Vicios, castigos y desechos III

Adulterio, embriaguez y robo: acciones sancionadas en la vida cotidiana nahua

Para poder hablar de la sociedad nahua, o por lo menos de la que se refleja en las obras tanto de frailes como de indígenas adoctrinados, necesitamos tomar en consideración que ésta fue el resultado de un largo proceso de intercambio cultural, de redes de comercio, de invasiones y de migraciones que conformaron, en conjunto, y por lo menos desde el periodo Clásico, con el esplendor de Teotihuacan, varias de las características sociales y costumbres de ese pueblo, que hoy podemos estudiar, al adentrarnos en las obras de autores como fray Bernardino de Sahagún y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, por citar a algunos.

Costumbres que pueden ir desde el uso y aprovechamiento de la miel, el tabaco o el pulque, o características sociales como los rituales de autosacrificio, son algunos de los aspectos que fueron documentados sobre la vida de las sociedades del Posclásico.[1] Estas tradiciones, así como otros rasgos sociales, culturales y hasta religiosos, fueron heredados o influenciados por la cultura teotihuacana en las sociedades del Posclásico.[2]

A diferencia de la sociedad nahua, las fuentes en las que podemos hallar información de esta influencia, son principalmente arqueológicas, por lo que no resulta aventurado afirmar la existencia de esta fuerte herencia. Como prueba de esto, podemos observar, por mencionar un ejemplo, la influencia de la arquitectura teotihuacana en el Templo Mayor de Tenochtitlan.

 

Leyes estrictas, procesos complejos.

De este modo, la conformación de las sociedades del Posclásico se logró a través de un largo proceso de intercambio y herencia cultural. El hecho de que Teotihuacan haya mantenido, como cultura, un largo tiempo de vida y una importante influencia en los pueblos posteriores que conformaron el mundo mesoamericano, es indicador, entre otras cosas, de que probablemente se trató de mantener un orden social general, mismo que produjo sociedades altamente estrictas y organizadas, como la mexica, cuyo cumplimiento estricto de las leyes mantenía estables los aspectos morales y éticos; el escarmiento público, por ejemplo, era una de las penas que se realizaban al transgredir estas reglas.

Si bien no se puede dar por hecho que la preocupación por la disciplina sea una herencia directa de aquellos pueblos de estirpe teotihuacana, que conservaron su cultura tras la caída de la urbe, me ha parecido interesante la postura que defiende Wigberto Jiménez Moreno en su artículo “Los portadores de la cultura teotihuacana”,[3] en el cual expone, precisamente, la influencia que se desprendió de esta cultura. Sin embargo, podemos afirmar con seguridad que en la sociedad nahua existió un gran interés por la disciplina, por mantener un estricto orden y penalizar, en consecuencia, con rigor los delitos. Para lograrlo y dar cumplimiento a sus leyes, se construyó un sistema judicial complejo encargado de vigilar la conducta, de castigar, cuando fuese necesario, y de atender los casos donde se acusaba o se enjuiciaba a una persona. Estos procesos —que actualmente podemos llamar administrativos, penales y judiciales— requerían, como veremos más adelante, de un estricto compromiso, un voto de lealtad, de honestidad, pero sobre todo, de responsabilidad por parte de los jueces.[4]

Los achcacauhtin eran los encargados de aplicar las sentencias determinadas en los juicios, aunque podían también fungir como “jueces” que atendían, con detenimiento, los casos para proceder a solucionarlos; Jacques Soustelle, en La vida cotidiana de los Aztecas en vísperas de la Conquista, detalla que estos hombres eran “jueces que trabajaban desde el amanecer hasta dos horas antes de que se pusiera el sol y que sólo interrumpían sus actividades para tomar una comida ligera y descansar una breve siesta y que en caso de corrupción se hacían merecedores de la pena de muerte”.[5]

La opinión del especialista francés refleja el compromiso y voto de honestidad del que hablé anteriormente, y que, por obvias razones, debía ser el elemento característico de un achcacauhtin. Por otro lado, el “tribunal” que atendía los casos estaba conformado por doce jueces que se reunían de manera formal en Texcoco, con la presencia del gobernante para atender los casos de mayor intensidad.[6] En la ciudad de México-Tenochtitlan, existieron 20 juzgados, además del ubicado en el tianguez de Tlatelolco.

Nappualtlatolli, “la palabra de los ochenta días”,[7] era nombre que recibía la “audiencia” donde se trataban los casos que no habían sido juzgados durante ese tiempo. Ésta se llevaba a cabo cada cuatro “meses” del calendario nahua, es decir, cada 80 días, ahí se resolvían los procesos inconclusos, ya que se tenían que juzgar dentro de ese periodo sin la posibilidad de excederse por más tiempo. En Tenochtitlan esta “Audiencia” era presidida por el Cihuacoatl, y en se ‘liquidaban’ […] desde el amanecer hasta la noche todos los negocios pendientes, así políticos con judiciales.[8]

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Fig 1. Imagen de los jueces, sus posturas y castigos. Códice florentino, Libro VIII, fol. 26r. En la imagen se lee: “I: En este lugar donde llamavan tlacxitlan: los juezes no diferian los pleitos de la gente popular, sino procuraban de determinar los presto, ni recibian coechos, ni favorecian al culpado, sino hazian la justicia derechamente”. Paleografía del autor.

 

La aplicación de la ley

La ley que mantenía el orden entre los macehualtin, “plebeyos”, y los pipiltin, “nobles”, tendió a “dividirse” —por usar un término análogo— en dos, por una parte, la ley oficial y por la otra, la supervisada y aplicada por la comunidad, mientras que las leyes generales —o bien, las “oficiales”— eran dictadas por el tlatoani. Pablo Escalante Gonzalbo refiere que “el orden de estas comunidades parece haber oscilado siempre entre la autogestión y el cumplimiento de ciertas reglas y obligaciones impuestas por el orden político central”,[9] es decir, por un lado estaban estas las leyes generales centrales y por el otro, una jurisdicción comunitaria.

Ya que la vida en los “barrios” era bastante dinámica y organizada, resultaba inconveniente que las autoridades oficiales se entrometieran en sus asuntos, por esta razón éstos sólo transitaban por los lugares concurridos, públicos, no se metían a fondo entre las calles de los calpulli. Para esta ley “menor” de los barrios, existió el código Tlatocayotl.[10] De esta forma, Escalante señala que no era difícil que las propias comunidades trataran de proteger a sus miembros de la acción severa del gobierno central. Sin embargo, hay que recalcar que las penas impuestas por la propia comunidad iban desde el aislamiento, la burla, el señalamiento público y la discriminación con frases como tlani xiquipilhuilax que significa “por abajo se arrastra el costal” o tlatolli itaqual, “las palabras son su comida”,[11] hasta la expulsión o la muerte.

A pesar de esta variable en cuanto a la aplicación de la ley, no hay que dejar de lado la cuestión sobre la rigidez de la misma y su ejecución. Ya sea en cuestiones generales o en la jurisdicción comunitaria, pues si se llegaba a hacer justicia por mano propia, la pena era la muerte, ya que se entendía como una burla a la autoridad del soberano.[12] Aunque los castigos podían ser impartidos por la comunidad, si a falta o el asunto era de mayor impacto, las autoridades oficiales tenían el derecho de entrometerse. Una última característica de ambas formas de ejecutar la ley era que los jueces exigían testimonios y evidencias sólidas sobre la persona y delito, de manera que, si no se presentaba esto en el juicio, no se castigaba.[13]

Jacques Soustelle sostiene la idea de que existía una relación entre la jerarquía y la dimensión del castigo.[14] Aunque la misma falta la cometiera un macehual o un pilli, el castigo sería mayor para el pilli, pues su postura social alta le obligaba a ser más reservado.

Esto ejemplifica también la importancia en la sociedad nahua de evitar cometer acciones erróneas, ya que, como mencioné, la jerarquía del individuo era importante y de cierta forma lo marcaba, por lo tanto, debía, entre más alta fuera su posición en la sociedad, comportarse de acuerdo con los preceptos morales impuestos por el Estado. Pero, evidentemente, también los macehualtin debían evitar cometer malas acciones, pues el mantener una buena imagen ante la familia y cumplir con la moral comunitaria, era de suma importancia, ya que estaba de por medio la imagen todo el barrio. Prueba de lo anterior es el hecho de que uno de los castigos más severos se aplicaba a aquéllos que alteraban el orden público, por ejemplo, una pelea o un pleito en algún lugar concurrido como el mercado o alguna plaza.[15]

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Fig. 2. Escena de pleito, Códice florentino, Libro VI, fol. 190v.

 

La manera de castigar…

Robo

Entre las acciones más penadas dentro de la sociedad nahua se encuentran el homicidio, el adulterio, la embriaguez y el robo. Para estas faltas, el castigo casi siempre era la muerte; se llevaba a cabo de distintas formas, con ello se perseguía realzar el elemento ejemplificativo, a través del escarmiento público. Por citar un caso, es muy conocido el hecho de que una vez ejecutados los acusados, eran desmembrados y las partes de sus cuerpos se hacían recorrer entre las calles.[16]

En cuanto se comenzaba a poner el Sol, sonaba el “toque de queda”, más o menos a las seis de la tarde y éste indicaba que toda la actividad de la ciudad debía de parar y los puestos debían ser recogidos. Esto le servía al gobierno como una manera fácil de controlar las actividades.[17] De esta forma, los guardias podían identificar más fácilmente las acciones erróneas que se llegaban a cometer, como el robo. El mercado contaba con guardias y jueces que vigilaban que todo estuviera tranquilo; además, las calles eran recorridas por guardias que detenían a quién atraparan en acciones indebidas. Sin embargo, destacan los temacpalitotique, que eran ladrones que utilizaban alguna droga en forma de polvo, que una vez dormidas y paralizadas las víctimas, violaban a las mujeres y saqueaban los bienes.[18]

En cuanto a las penas, fray Bartolomé de las Casas describe la manera en la que se trataba a los ladrones:

Los ladrones eran muy castigados y perseguidos. El que cometía hurto notable, mayormente si era cosa de los templos o de la casa del señor, o si para hurtar escalaba o rompía casa, por la primera vez lo hacían esclavo y a la segunda lo ahorcaban. El ladrón que hurtaba en la plaza o mercado cosa de precio, así como ropa o algún tejuelo de oro, o por frecuentación de hurtos pequeños en el mercado (porque había tan sotiles ladrones algunos, que en levantándose la vendedora o volviendo la cabeza, le apañaban de lo que tenía), luego le ahorcaban por la circunstancia del lugar, porque tenían por gran delicto el que se cometía en el mercado, por el mal ejemplo que a toda la comunidad se daba.[19]

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 Fig. 3. Temacpalitotique drogan a las víctimas y después huyen con los bienes. Códice florentino, Libro IV, fol. 60v.

 

Adulterio

Era una de las acciones más castigadas dentro de la sociedad mexica, la pena se ejecutaba de igual manera para la adúltera como para el hombre con el que sostenía estas relaciones ilícitas. El marido no podía tomar la justicia por sí mismo, pero en caso de que así fuere, se le castigaba también con la muerte.[20]

Dentro de la pena por adulterio, se debe resaltar que no había distinción entre pipiltin o macehualtin.[21] Actualmente, la discusión al respecto gira en torno a que la poligamia de cierta forma estaba permitida entre los pipiltin, mientras que los macehualtin, debían apegarse a la monogamia. A pesar de esto, de entre las mujeres del pilli, sólo una era la más importante.

El castigo para el adulterio era la pena de muerte, se mataba a los que lo cometían. Bartolomé de las Casas describe que previo a la ejecución de los adúlteros: “tomándolos en el delicto o había violenta sospecha, prendíalos, y si no confesaban dábanles tormentos, y confesando, condenábanlos a muerte”.[22] Además, el fraile también describe claramente la manera en que se ejecutaba a los adúlteros:

Unas veces los mataban atando los pies y manos y tendidos en tierra, y con una gran piedra redonda y pesada les daban en las sienes de tal manera que a pocos golpes les echaban los sesos fuera. A otros achocaban con unos garrotes o porras de palo de encina para ello hechizos. Otros tiempos quemaban el adúltero y a ella ahorcaban.[23]

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Fig. 4 Lapidación y ahorcamiento. Códice florentino, Libro IV, fol. 30v.

Embriaguez

Para el caso de la embriaguez tenemos dos posturas diferentes. La primera es que el octli o pulque, estaba prohibido a toda la comunidad, pues sólo se permitía ingerirlo a las personas ancianas; sin embargo, como más adelante expondré, había una serie de pautas y condiciones donde la ingesta de pulque estaba permitida, siempre y cuando no se excediera el consumo, pues de ser así, el castigo se llevaría a cabo.

Algunas de estas condiciones son referidas por fray Bartolomé de las Casas,[24] donde explica que, de alguna manera, es cierto que los ancianos contaban con autorización de los jueces y las autoridades para beber el líquido embriagante, esto porque les servía de “menester como remedio para la sangre, que se les iba enfriando, para que pudiesen escalentar y dormir”.[25] Pero no eran los únicos a los que se les permitía beber, de hecho los médicos lo utilizaban para darlo de beber a las madres en sus primeros días de parto, les daban una “taza”, por salud y no por vicio.

Otro caso es el de las bodas, donde los varones tenían permitido beber dos o tres tazas solamente, o bien, los jornaleros y trabajadores también tenían derecho a beber un poco, “para templar el frío y sufrir mejor el trabajo”.[26] En general la ingesta de pulque estaba prohibida si se hacía públicamente, no importando la jerarquía social de quien lo bebiera. Pero en la mayoría de las celebraciones y en muchos de los rituales era permitido consumir el octli. Un ejemplo que prueba esta aseveración se puede hallar en la fiesta de pillahuano, donde hasta a los niños pequeños se les hacía consumir esta bebida.

A pesar de la excepciones donde se podía beber el pulque, existieron casos de embriaguez, de exceso, pues de otra manera no tendríamos el dato de cómo se les castigaba. Para esta falta, la pena máxima no era la muerte; la embriaguez no representaba una falta tan grave como el robo o el adulterio:

La pena que se daba a los que se emborrachaban o de haber bebido mucho se comenzaba a embeodar y dan voces o cantaban, era llevallos al mercado, fuese hombre o fuese mujer, y públicamente los tresquilaban, que no es menos afrenta entre ellos que entre nosotros dar unos cient azotes por las calles acostumbradas, y luego le iban a derrocar la casa, dando a entender que la persona que se embeoda, perdiendo el juicio de razón voluntariamente, no es digna de tener casa en el pueblo ni contarse por uno de los vecinos.[27]

Ivan Cortés López

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen ind{igena del S-XVI novohispano

 

[1]Pablo Escalante Gonzalbo, “La vida urbana en el periodo clásico mesoamericano. Teotihuacan hacia el año 600 d.C.” en Pilar Gonzalbo Aizpuru (Dir.), Historia de la vida cotidiana en México, t. I, México, El colegio de México-FCE, 2004, p. 65.
[2] Ibid.
[3] Wigberto Jiménez Moreno, “Los portadores de la cultura teotihuacana” en Historia mexicana, México, El Colegio de México, vol. 24, 1974, p. 1-12.
[4] Códice florentino, “De la manera de las casa reales” en Libro VIII. De los reyes y señores y de la manera que tenían en sus elecciones, y en el gobierno de sus reinos, fol. 26.
[5]  Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los Aztecas en vísperas de la conquista, 2ª edición, México, FCE, 1970, p. 147.
[6] Ibid., p. 149.
[7] Ibid., p. 148.
[8] Ibid.
[9]  Escalante, op. cit., p. 203.
[10] Ibid., p. 217.
[11] Ibid.
[12] Fray Bartolomé de las Casas, Los indios de México y Nueva España (antología), 6ª edición, México, prólogo, apéndice y notas de Edmundo O´Gorman, Porrúa (col. “sepan cuantos…”, 57), 1987, p. 131.
[13] Soustelle, op. cit., p. 186.
[14] Ibid., p. 148.
[15]  Las Casas, op. cit., p. 133.
[16]  Escalante, op. cit., p. 210.
[17] Ibid., p. 213.
[18] Escalante, op. cit., p. 222.
[19]  Las Casas, op. cit., p. 133.
[20] Ibid., p. 131.
[21] Soustelle, op. cit., p. 186.
[22] Bartolomé, op. cit., p. 132.
[23] Ibid., p. 131.
[24] Ibid., p. 134.
[25] Ibid.
[26] Ibid., p. 135.
[27] Ibid.
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Fuentes consultadas

  • Durán, fray Diego, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, 2t, México, Porrúa, 2006, 339 p.
  • Escalante Gonzalbo, Pablo, Historia de la vida cotidiana en México, t. I. Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, El colegio de México-FCE, 2004, 542
  • Jiménez Moreno, Wigberto, “Los portadores de la cultura teotihuacana” en Historia mexicana, México, El Colegio de México, vol. 24, 1974, p. 1-12.
  • Las Casas, fray Bartolomé de, Los indios de México y Nueva España (antología), 6ª edición, México, Porrúa (col. “sepan cuantos…”, 57), 1987, 225 p.
  • Molina, fray Alonso de,Vocabulario en lengua castellana mexicana y mexicana castellana, México, Porrúa, 2014, 162 p.
  • Sahagún, fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, 11ª edición, México, Porrúa (col. “sepan cuantos…”, 300), 2006, 1061 p.
  • Soustelle, Jacques, La vida cotidiana de los Aztecas en vísperas de la conquista, 2ª edición, México, FCE, 1970, 283 p.