Entre la vida y la muerte IV

LOS MAGOS PERJUDICIALES Y SU RELACIÓN CON LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE

Para los pueblos nahuas, así como para el resto de las sociedades precolombinas, tanto la salud como la enfermedad eran asuntos de magos. Si bien existían magos como los titicih,[1] quienes se dedicaban a restablecer la salud de sus pacientes, utilizando métodos que hoy podríamos considerar propios de la medicina convencional, al mismo tiempo, se valían de conjuros, hechizos y demás artificios mágicos para lograr este fin.

También existían magos capaces de provocar la enfermedad y la muerte, el nombre más común con que se les conocía era el de tlatlacatecolo, que en español se traduce como “hombres búhos”.[2] No es de extrañar que a la figura del mago perjudicial se le haya relacionado con este animal pues, el tecolotl, “búho”, era considerado un mensajero de la muerte y de la mala fortuna en general: “Cuando un búho cornudo, gritaba en la orilla del techo se decía que uno moriría en batalla o su hijo moriría”.[3] Augurios como éste dan cuenta de la connotación negativa que tenía el tecolotl entre los nahuas, de hecho, según Hernando Ruiz de Alarcón, al indígena a quien se le manifestaba este augurio, generalmente asumía que era víctima de algún tlacatecolotl.[4]

Entrada Carlos, fig.1

Fig. 1. Tecolotl frente a Mictlantecuhtli que devora a una persona, Códice Laud, lámina 5.

Los tlacatecolotl vivían de realizar su magia maléfica, ya sea por encargo o como chantaje, puesto que en ocasiones aquéllos que enfermaban por causa de su acción acudían con ellos para que retiraran el maleficio a cambio de un alto pago, de alguno de sus bienes o de todo lo que poseyera el afectado.[5]

Los procedimientos mágicos mediante los cuales los tlatlacatecolo provocaban la enfermedad o la muerte eran variados. Es probable que para realizarlos se tomara en cuenta la fecha en que se hacían o, por lo menos, el día en que se iniciaban, puesto que algunos embrujos consistían en efectuar ceremonias que duraban varios días. En la información que se puede encontrar en la obra de fray Bernardino de Sahagún, se menciona que estos días eran los novenos de cada trecena.[6]

Entrada Carlos fig. 2

Fig. 2. Mictlantecuhtli con punzones de hueso en las manos y un hombre con cabeza de búho, Códice Laud, lámina 25.

Como ya he mencionado, tlatlacatecolo era el nombre más usado para referirse a los magos perjudiciales dentro del mundo nahua, mas no el único. En las fuentes se pueden encontrar una gran cantidad de apelativos que hacen referencia a esta clase de magos, algunos de ellos están relacionados con el tipo de embrujo que el mago realizaba o el procedimiento que utilizaba para realizar su embrujo. Alfredo López Austin, en su artículo “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl”, recoge algunos de estos nombres, al igual que explica en qué consisten los embrujos a los que se refieren los nombres de cada mago. Por ejemplo, el tepanmizuani cuyo nombre quiere decir “el que sangra sobre la gente”,  realizaba su embrujo sangrándose sobre la efigie de la persona o sobre la persona misma a la que quería dañar, ya que la sangre de este tlacalecotl dañaba y hacía perecer aquello que tocaba.[7]

El tetlepanquetzqui, cuyo nombre significa “El que prepara el fuego para la gente”, podía realizar su embrujo de dos formas, ambas buscaban la muerte de la persona al emular el ritual fúnebre. La primera, consistía en realizar una ceremonia en la que a una figura de madera adornada con papel mortuorio, le ofrecía alimentos funerarios durante cuatro días, al terminar incineraba la figura. Al día siguiente el tetlepanquetzqui debía alimentar a su víctima con lo preparado durante la ceremonia, como se menciona en los Primeros memoriales de Sahagún:

Se decía que aquél que colocaba a alguien en el fuego, encendía a las personas como cadáveres. Él adornaba piezas de madera con papel y con banderas de papel. En la noche, por cuatro noches, él hacía esto. Entonces la comida era preparada, con la que él les hacía ofrendas. También en la noche las quemaba… a quienes odiaba extremadamente, entonces los llamaba al amanecer, cuando era el alba. Entonces les daba sus ofrendas, aquéllas [las figuras] que él había ofrecido en la noche. Aquéllos con quienes él estaba enojado, aquéllos con quienes estaba molesto, las comían. Como decía: Ma iciuhca miquican “que mueran pronto”.[8]

La segunda manera era mucho más simple, únicamente consistía en cortar los cabellos de quien se quería matar para después quemarlos. De esta forma también se representaba la incineración de la víctima. [9]

Entrada Carlos, fig. 3

Fig. 3. Ritual funerario mexica, Códice florentino, Apéndice del Libro III, fol. 27v.

El nombre del siguiente tlacatecolotl no aparece en las fuentes. Alfredo López Austin lo llama caltechtlatlacuiloani, que significa “el que pinta las paredes de las casas”, puesto que el procedimiento mágico del cual toma su nombre consistía precisamente en pintar las paredes de la casa de su víctima para conseguir su muerte.[10] También podemos encontrar al “teyollocuani”,[11] que en español se traduce como “el que come los corazones de las personas”.  Según López Austin el nombre de este mago hace referencia a un embrujo que posiblemente afectaba las capacidades mentales sus víctimas.[12] El tecotzcuani que significa “el que come las pantorrillas de la gente”; su nombre me hace pensar que posiblemente realizaba un embrujo que producía algún tipo de malestar muscular.[13]

Los hechizos de los tlacatecolotl hasta ahora descritos son realizados de forma individual y contra individuos específicos. Pocas veces se mencionan en las fuentes, casos en los que se reúnen tlatlacatecolo en grupos considerables para efectuar algún embrujo, o que tomen acción contra un grupo o  una población, sin embargo, en los Primeros memoriales se menciona que sí tenían esta facultad; los magos maléficos podían perjudicar a ciudades enteras provocando catástrofes naturales o guerras que acabasen completamente con la ciudad y sus habitantes.[14]

Por su parte, Hernando Ruiz de Alarcón refiere, según sus informantes, que en el pueblo de Coyuca un grupo de tlatlacatecolo enterró alguna clase de ceniza o polvo en una ermita donde se reunían los pobladores de esa comunidad a rezar frecuentemente, esta acción ocasionó que se desatara una terrible epidemia que cobró la vida de la mayor parte de la población. Los tlatlacatecolo responsables de la epidemia fueron capturados, enjuiciados e interrogados; Ruiz de Alarcón indica que los magos confesaron haber recibido las cenizas que trajeron unos búhos que habían viajado desde muy lejos para entregárselas.[15]

Entrada Carlos fig. 4

Fig. 4. Códice florentino, la epidemia de viruela en Tenochtitlan, Libro XII, fol. 53v.

Como hemos visto a lo largo de estas páginas, en la cultura nahua la magia se encuentra en cada aspecto de la vida cotidiana, incluso en los que son negativos como la enfermedad y la muerte. Teniendo en cuenta esto, podemos entender la importancia del papel que jugaba el tlacatecolotl en la sociedad nahua, pues, bajo la lógica de sus creencias, los magos perjudiciales les proporcionaban una manera de explicar distintos eventos que los aquejaban, pues la intervención de estos magos afectaba de manera negativa el mundo que los rodeaba, su destino y su vida.

Carlos Aarón Morales Olvera

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano.

[1] Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.biblioteca.org.ar/zip22.asp?texto=89972 (consultado 04-06-2016), p. 24.

[2] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de cultura náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967. p. 87.

[3] Fray Bernardino de Sahagún, Primeros meroriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997, p. 183.

[4] Ruiz de Alarcón, Tratado de supersticiones…, op. cit., p. 29.

[5] Sahagún,  op. cit., p. 218.

[6] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, tomo I, México, Consejo nacional para la cultura y las artes, 2002, p. 345.

[7] López Austin, op. cit., p. 91.

[8] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 219.

[9] “Códice Carolino”, presentación de Ángel María Garibay K. en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 21.

[10] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 219.

[11] Ruiz de Alarcón, op. cit., p. 8.

[12] López Austin, op. cit., p. 92.

[13] Ibid.

[14] Ruiz de Alarcón, op. cit., p. 8.

[15] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 218.

 

OBRAS CONSULTADAS

«Códice Carolino», presentación de Ángel María Garibay K. en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p.11-59.

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 87-117.

Sahagún, fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, tomo I, México, Consejo nacional para la cultura y las artes, 2002, 694pp.

  • – Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997.

Ruiz de Alarcón, Hernando, Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.biblioteca.org.ar/zip22.asp?texto=89972 (consultado 04-06-2016), 134pp.

Entre la vida y la muerte III

REMEDIOS MÉDICOS EN EL MUNDO NAHUA

Resulta obvio decir que las enfermedades en la población precortesiana de la región central de México, disminuían la capacidad física de aquellos que las contraían, incluso, lógicamente, al grado de provocarles la muerte. En realidad lo anterior dista de ser exclusivo de un tiempo y un espacio determinados. Sin embargo, entre los antiguos nahuas, el que un miembro de la comunidad se encontrara enfermo, a veces tenía serias implicaciones a nivel social. Al no deslindar ningún padecimiento de este tipo de su cosmovisión eminentemente religiosa —que no se restringía sólo a este ámbito, sino a la concepción de todo fenómeno natural y toda acción humana—, creían que la ausencia de la salud podía ser una señal provocada por las divinidades,  lo que  indicaba que se había perdido la concordia entre la sociedad y el universo. Sin importar quién fuera el emisario del anuncio divino, la situación les advertía un desajuste que afectaba a la totalidad del pueblo, reclamando una deficiencia en la veneración y el agradecimiento hacia las fuerzas superiores.

             Ahora bien, las deidades no eran las únicas que podían suscitar alguna enfermedad. Otra fuente de origen se hallaba en una amplia variedad de tipos de magos que empleaban sus poderes para dañar a las personas, y que genéricamente eran identificados como los tlatlacatecolo.[1] Algunos de los mecanismos de agresión, frecuentemente empleados, consistían en­­ sangrar sobre aquél al que deseaban perjudicar, verlo fijamente o tocarlo con su mano.[2] Entre los móviles que estos brujos tenían para actuar obscuramente se encontraban: el  “asustar”[3] o el deshacerse de sus enemigos, pero también el apoderarse de los bienes de aquéllos a quienes enfermaban, pues estos últimos se veían en la necesidad de recurrir a la parte agresora buscando que revocara el maleficio a cambio de una fuerte retribución económica.[4]

           Por otro lado, no sobra apuntar que los indígenas entendían, al igual que hoy lo hacemos nosotros, que el deterioro físico humano es un rasgo inherente al concepto de la vida, por lo que incluyeron la existencia de una esfera etiológica ajena a las manifestaciones sobrehumanas, circunscrita por completo al curso natural de la vida. Aquí cabe mencionar algunos ejemplos: los golpes recibidos en riñas —según fray Toribio de Benavente “Motolinía”, no eran tan frecuentes pero cuando se daban hasta “allegaban a descalabrarse”—,[5] e igualmente el desgaste del cuerpo al emplearlo como herramienta de trabajo, las grietas y callos que se les producían en las plantas de los pies a los mercaderes por andar inmensos trayectos, ejemplifican esta última situación.[6]

Fig. 1. ESLAVA

Fig. 1. A los descalabrados se les lavaba con orines y se les exprimía una penca de maguey asada sobre la herida. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro X, fol. 113v.

              En el afán por evitar el camino que llevaba a morir por enfermedad, en Tenochtitlan, solían dirigirse a un guía que conociera la manera de sortear el sendero de la fatalidad y condujera por el de la recuperación, lo que incontables veces arrastraba a las personas cercanas al enfermo a pagar “cuanta hacienda” tuvieran disponible e incluso a quedar endeudadas.[7] Caso contrario se dio en la ciudad de Tlaxcala, donde solamente se iba al médico si éste se hallaba fácilmente y además el costo de sus servicios no era muy elevado, pues sus moradores tenían “mucha […] paciencia y sufrimiento […] en las enfermedades”.[8]

             Los procedimientos utilizados para sanar al paciente estaban basados en un par de vías generales de metodología médica: la magia y la -aproximada a lo que llamamos farmacología- experiencia empírica. El uso de una u otra, fundamentalmente dependía de cómo había germinado lo que se pretendía aliviar. Por ejemplo, los remedios requeridos contra las dolencias mandadas por entidades divinas, se constituían básicamente por actos rituales que perseguían la expiación. No obstante, las acciones que se emprendían con el fin de curar lo que  ocasionaban hechiceros siniestros y la vida misma, se llevaban a cabo para intentar una regeneración de la salud —en realidad, esto se manejaba de igual manera en cualquiera de los otros dos patrones etiológicos (magos malvados y causas naturales) de los que ya hemos hablado—. Uno de estos casos, donde las fórmulas mágicas y los conocimientos empíricos convivían armoniosamente, se presenciaba cuando se atendía un hueso roto;[9] si la fractura era del pie, se usaban, justo en la zona afectada, polvos de las raíces del acocotli y de la tuna, para después envolverse con un lienzo y entablillarse.[10] Al mismo tiempo, quien suministraba la curación pronunciaba una serie de conjuros.

Fig. 2 ESLAVA

Fig. 2. Médico ocupándose de un hueso quebrado. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro X, fol. 111r.

            De amplia relevancia fue el papel que jugó la adivinación para realizar el diagnóstico facultativo. Efectivamente, los sortilegios que utilizaban mujeres y hombres consagrados a las artes adivinatorias, tenían como objetivo el revelar cuál era el padecimiento y mostrar su naturaleza; en caso de que éste tuviera su punto de emanación en un ente divino, se definiría con precisión el nombre del ser supremo al que se debía de propiciar para revertir la dolencia. Además, predecir enfermedades venideras y prescribir las medidas precautorias correspondientes, así como informar si sobreviviría o no el paciente, formaban parte de esta actividad.[11] Un ejemplo muy ilustrativo de este trabajo, aparece en los testimonios acerca de los vaticinios que efectuaba “la que echaba maíz al suelo”:­­­­­­

Si enferma el hijo de alguna [mujer] luego hace conjuro, echa suertes acerca de él. Ponen ante ella al niñito los que lo traen en brazos. Entonces ella pone en una cazuela tapada granos de maíz. Luego derrama por el suelo los granos y al derramarlos caen unos por un lado y otros por otro. Luego dice a las gentes: -“morirá el niño porque los granos han caído por diversos lugares.” Pero si ha de sanar, caerán en anchas hileras los granos y los granos quedarán como en cuenta.[12]

Sobre este rito, Motolinía expuso en su Historia de los Indios de la Nueva España que: “Para saber si los enfermos eran de vida tomaban un puñado de maíz de lo más grueso que podían haber y echábanlo como quien echa unos dados y si algún grano quedaba enhiesto tenía por cierta la muerte del enfermo”.[13] Semejantes presagios ocurrían cuando se solicitaba la ayuda de “la que veía en el agua” o de “la que lee la suerte en cuerdecillas”. La primera de estas dos mujeres roía granos de maíz, los depositaba en una cazuela verde azulada con agua, después la tapaba y destapaba, y finalmente observaba si el niño, de acuerdo con la disposición de las semillas dentro del recipiente, sanaría o moriría. La segunda ataba unas cuerdas frente a un mortecino afectado y las estiraba con fuerza con el propósito de desatarlas; si lo lograba era porque el destino del doliente le había deparado la oportunidad de salvarse, si los nudos no se desbarataban fallecería.[14]

             Sin diferenciar si se trataban de revelaciones cósmicas o de fenómenos meramente biológicos, los indígenas combatieron las afecciones con un conocimiento profundo de la virtud curativa de la naturaleza que les rodeaba.[15] Una revisión de los registros hechos por los informantes de Sahagún, nos arroja una lista muy heterogénea de sustancias que servían en la elaboración de fármacos:[16]  polvo de mazorca de maíz, miel de abeja, chile espolvoreado, cola de tlacuache, raíz de nopal, maguey molido, trozos de lagartija y múltiples hierbas hervidas en pulque o en agua, eran tan sólo algunos de estos ingredientes de los que se disponían.

           Los secretos albergados por la exuberante flora conocida en el mundo nahua prehispánico fueron enseñados tradicionalmente por viejos sabios a sus jóvenes aprendices y, desde luego, la correcta producción de medicinas era un eje central de las lecciones, pues de ello, medularmente, dependió la supervivencia de la población. Además, también pudo ser costumbre que los no iniciados fabricaran remedios contra dolencias menores que usualmente contraían —entre otras razones porque había un recetario conocido popularmente que se heredaba generación tras generación, o bien, como ya sugerimos líneas arriba, porque el pago a un experto no podía ser siempre cubierto— pero, solamente los entendidos eran aptos para solucionar las más graves y más urgentes. Los documentos que sobre este tema poseemos muestran que el dominio en la materia, implicaba un verdadero entendimiento de los atributos terapéuticos de  las semillas, plantas y otros organismos por el estilo, para aplicarlos a determinados males y conocer cómo se suministrarían. Para dejar en claro la conciencia que se tenía en esto, baste un ejemplo que se halla en la Historia general de las cosas de Nueva España, acerca de la hierba nombrada tzatzayanalquiltic:

…las ramitas de esta hierba salen muchas sobre la tierra, tienen las hojas como la hierba que se llama tzayanalquílitl, tiene las hojas pequeñas y arpadillas, muy verdes; no tallecen. De la hierba no hay provecho. La raíz de esta hierba es una, y parece como cuentas que están ensartadas; de fuera son de color castaño claro, de dentro son blancas. Bébese molida y mezclada con agua; aprovecha a las mujeres que crían cuando se les aceda la leche, y bebida muchas veces purifica la leche; y también la dan a beber al niño que tiene cámaras [y] con ella se le quitan. También se maja, y el zumo que sacan de ella purifica la orina a los niños. Las que dan leche no han de comer aguacates porque causan cámaras a los niños que crían…[17]

Fig. 3 ESLAVA

Fig. 3. Preparación de medicamento. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 141r.

             Este ambiente natural del que hablamos se desarrolló de igual suerte en el campo de la valoración de la salud. Los paini o “mensajeros”, aprovechando las cortesías del entorno, consumían algunos de los elementos que éste poseía, como el peyote o el tabaco, para así emprender un viaje al supra mundo y tener un acercamiento con seres que les darían un mensaje para los enfermos; el contenido de la misiva era la respuesta a las dolencias que les abrumaban.[18] Sí, la utilización  de alucinógenos fue un recurso habitual en la estimación de los daños somáticos de los hombres, pero, aclaremos, también lo fueron otros agentes, como el perder una vasta cantidad de sangre, que permitían a los místicos alcanzar sitios arcanos con la intención de obtener mayor certeza en casos en los que se complicaba dar con el diagnóstico.

        Junto con los vegetales, los minerales se incluyeron en el combate por la sanidad. Sabemos de varias piedras que específicamente se consideraron de gran auxilio para atacar ciertos males y que procedían de lugares como Jalapa o Guatemala: la conocida como quiauhteocuitlatl, estimada, provechosa en quienes habían sido espantados por un rayo y quedaban “como desatinados y mudos”; la eztetl, para “restañar la sangre de las narices”, y la atlchipin “contra el calor interior demasiado”.[19] Además, tenemos noticia de que igualmente el reino animal fue un rico proveedor de propiedades medicinales, que éstas inclusive llegaron al grado de ser estimadas, en al menos un caso, por la facultad de curar la añoranza de los momentos que se pasaron con una persona amada, las tentaciones sexuales y la locura. La receta para superar esta terna de sufrimientos era la misma: comerse un tigre; se asaba o se cocía, probablemente era solo cuestión de gustos, o quizá la preparación del platillo se fijaba por la tribulación con la que se cargaba. En realidad la peor parte se la llevaban los locos; a ellos les daban un trozo de cuero, unos cuantos huesos y un pedazo de estiércol, “todo quemado y molido y mezclado con resina”, para que se sahumaran con él.[20]

          Se utilizaba materia orgánica e inorgánica, magia, conjuros… “lo que fuera”, para oponerse a espantos, tristezas, lujurias, demencias, diarreas, hemorragias, fracturas y más padecimientos. Los nahuas, por decirlo de alguna manera, no podían vivir sin estar sanos, y mucho menos sin alegrar a sus dioses; su sociedad subsistía gracias a esto. Las enfermedades constituyeron problemas de carácter físico, mental, emocional y espiritual. Restablecer y mantener la salud era cosa seria, se trataba no sólo de cuidar el cuerpo de un individuo sino de alimentar y conservar el orden de la vida en el universo.

Francisco Fernando Eslava Estrada, MEH-UAQ

Seminario Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

 

[1] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. VII, 1967, p. 88.

[2] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Editorial Porrúa, 11ª edición,  2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300), p. 879.

[3] López Austin, op. cit., p. 93.

[4] Ibid., p. 92.

[5] Citado por Pablo Escalante Gonzalbo en Historia de la vida cotidiana en México: Tomo I, Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, COLMEX-FCE, 2004, p. 211.

[6] Ibid., p. 241-242.

[7] Fray Toribio de Benavente, Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, estudio crítico, apéndices y notas de Edmundo O’Gorman, México, Editorial Porrúa, 8ª edición, 2007, (col. “Sepan cuantos…”, 129), p. 82.

[8] Ibid., p. 81.

[9] López Austin, op. cit., p. 110.

[10] Sahagún, op. cit., p. 577.

[11] López Austin, op. cit., p. 102.

[12] Sahagún, op. cit., p. 881.

[13] Motolinía, op. cit., p. 146.

[14] Sahagún, op. cit., p. 881-882.

[15] Como ejemplo véase el capítulo 4 de los Primeros memoriales de fray Bernardino de Sahagún.

[16] Véase el Libro Décimo, Capítulo XXVIII de la  Historia general de las cosas de Nueva España.

[17] Sahagún, op. cit., p. 655.

[18] López Austin, op. cit., p. 102.

[19] Sahagún, op. cit., p. 664-665.

[20] Ibid., p. 664.

 

OBRAS CONSULTADAS

Benavente, Motolinía, fray Toribio de, Historia de los indios de la Nueva España, estudio crítico, apéndices y notas de Edmundo O’Gorman, México, Editorial Porrúa, 8ª edición, 2007, (col. “Sepan cuantos…”, 129).

Escalante Gonzalbo, Pablo, Historia de la vida cotidiana en México: Tomo I, Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, COLMEX-FCE, 2004.

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. VII, 1967.

Sahagún, fray Bernardino de, Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de ThelmaD. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J.O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, University of Oklahoma Press.

  • – Códice florentino, 3 tomos (edición facsimilar elaborada por el Gobierno de la República Mexicana), México, Archivo General de la Nación-Casa Editorial Giunti Barbera, 1979.
  • – Historia general de las cosas de Nueva España, México, Editorial Porrúa, 11ª edición, 2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300).