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Rituales de sacrificio II

El sacrificio mexica: los elementos sagrados del ritual

El valor intrínseco del sacrificio radicaba en que era concebido como un medio de comunicación con los dioses, una especie de puente que unía lo sacro y lo profano. Entre hombres y dioses existe una relación de dependencia mutua, los primeros necesitan de los favores de las divinidades y, de igual manera, los dioses necesitan nutrirse de la sangre y corazones humanos para mantener los ciclos universales. El hombre, al ser creado por los dioses estaba en deuda con ellos y obligado a sustentarlos a cambio de los mantenimientos generados por la tierra y madurados por el Sol.[1] Las ofrendas para los númenes eran aquellas sustancias emanadas de los cuerpos de los seres terrenales, y según su cosmovisión, los dioses preferían la sangre, la cual era obtenida de dos formas: en el primer caso, el autosacrificio,  por medio de un ritual en el que el oferente se infringía daño en el cuerpo, con el fin de otorgar el líquido vital. Esto se llevaba a cabo con diversos instrumentos como punzones de hueso, púas de maguey, navajillas de obsidiana, cuerdas, pajillas, etc.

El segundo, en el que profundizaremos a continuación, radicaba en ofrecer la vida, preferentemente la sangre y corazón de una persona o animal, pues se creía que la muerte violenta causaba la liberación de las entidades anímicas, siendo el tonalli y el teyolia, contenidos en la cabeza y el corazón respectivamente, los elementos devorados por los númenes.[2] Dentro de la cosmovisión mexica las víctimas sacrificiales tienen distintas denominaciones, tales como: los pagos, las imágenes, los lechos de los dioses y los dueños de piel.[3]

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Posible representación del desprendimiento de las entidades anímicas durante la muerte.                                         Detalle inferior de la lámina 27v del Códice Laud.

Los pagos (nextlahualtin), eran aquéllos que estaban destinados a corresponder los beneficios de los dioses, su función era calmar las ansias de la tierra y del inframundo, con ellos se disminuiría el hambre y las desgracias.

Las imágenes (ixiptla) servían como personificaciones de los dioses en las festividades, eran una representación terrestre de los mismos, para su elección se tomaban en cuenta las características corporales de las víctimas y además su habilidad en actividades como el baile y la música. Cabe mencionar que en algunas ceremonias los ixiptla no eran sacrificados.

Los lechos de los dioses (pepechtin) iban junto a los ixiptla durante las ceremonias y ritos, eran sacrificados antes o después de éstos y servían como sus acompañantes en el más allá.

Los dueños de piel (xipeme), eran aquéllos a los que se les despojaba de su piel, para que ésta fuera vestida por un ixiptla en la ceremonia.

Para comprender mejor el acto sacrificial habremos de analizar varios elementos: los actores, integrados por el sacrificador, el sacrificante y la víctima; el lugar, los instrumentos. El sacrificador.- Se trata del único capacitado para llevar a cabo el ritual de privación de la vida, su función se determinaba como mediador entre la  divinidad y el sacrificante. Según Yolotl González, era un papel exclusivo de los sacerdotes y gobernantes, pues sólo ellos podían aguantar la carga generada al matar,[4] aunque en ninguna de las fiestas del xiuhpohualli el gobernante aparece como sacrificador, esto se puede reforzar teniendo en cuenta que el que realizaba el sacrificio debía tener los conocimientos necesarios para realizar los rituales sobre las penitencias, abstinencias y mortificaciones de la ceremonia y en muchas ocasiones tenían que portar los atavíos específicos vinculados al numen honrado.[5] El sacrificador podía ser ayudado por otras personas, como los que inmovilizaban a la víctima durante la extracción del corazón o aquéllos que bajaban los cadáveres de los templos, entre otros.

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   Extracción de corazón realizada por un sacerdote en la cima del Templo Mayor.                                         Códice Magliabechiano, f. 70r. Tomada de Ross Hassig,                                                                                “El sacrificio y las guerras floridas”, p. 46.

El sacrificante.- Era la persona o comunidad que ofrecía a la víctima, sobre ellos recaían los beneficios del sacrificio o sufrían los efectos de éste. En la sociedad mexica, las formas comunes en que se obtenían víctimas para el sacrificio eran la guerra, el comercio, el tributo y la compra, a partir de ello se buscaba retribuir los beneficios que los dioses les habían entregado y ganar su favor, así como también obtener estatus, poder y privilegios.

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Guerreros con sus cautivos tomados por los cabellos. Códice Mendocino, f.65r. Tomada de                           Ross Hassig, “El sacrificio y las guerras floridas”, p. 50.

La víctima.- Este personaje constituía el eje del rito, con su muerte se creaba el vínculo entre lo sacro y lo profano. Dentro del sacrificio las víctimas generalmente no pertenecían a la comunidad,[6] en la mayoría de los casos se trataba de personajes masculinos que comúnmente eran guerreros capturados.[7] Sin embargo, los sacrificados podían ser tanto hombres como mujeres, niños y jóvenes, quienes debían cumplir con ciertas características físicas o ser diestros en algunas habilidades dependiendo del ritual.

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              Sacrificio de un niño en el mes de alcahualo. Primeros memoriales, f. 2r.                                             Tomada de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján,                                                                   “El sacrificio humano entre los mexicas”, p. 28.

El lugar.- Era el sitio en el que el sacrificio se llevaba a cabo, especialmente en los templos y sus patios, la característica principal que debían tener éstos era la de ser sagrados, pues en ellos se lograba la comunicación con la deidad. En dichos espacios casi siempre había una imagen antropomorfa o simbólica de la divinidad. Sin embargo, había lugares sacros que correspondían a accidentes naturales y que eran especialmente particulares, como los nacimientos y remolinos de agua, cúspides de cerros y cuevas, así como otros sitios que previamente se habían consagrado[8] como los cruces de caminos.

Los instrumentos.- Al igual que el lugar, los instrumentos utilizados para la inmolación debían ser sagrados, éstos podían ser aquellos que se usaban directamente para realizar el sacrificio y otros con una función distinta dentro del ritual.[9] Los primeros son cuchillos, hachas, navajillas prismáticas y lascas; entre los segundos encontramos elementos arquitectónicos y escultóricos, como el techcatl, el temalacatl, el cuauhxicalli y otros objetos como la collera de madera o bien cartílago rostral de pez sierra, además de vasijas, incensarios y diferentes recipientes de cerámica.

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Extracción de corazón de la víctima sobre un téchcatl, el sacerdote usa un pedernal y es         ayudado por otros sacerdotes. Historia de las Indias de Nueva España, cap. LXXXI.                        Tomada de Ross Hassig, “El sacrificio y las guerras floridas”, p. 47.

Cada uno de estos elementos era de trascendental importancia en la realización del acto sacrificial, el éxito de la ceremonia dependía enteramente de ellos, puesto que su carga simbólica estaba fundamentada en el mito. El sacrificio era entonces la re-creación del suceso que en el tiempo primigenio instituyó dicha práctica, como generadora del orden del universo y también de la propia humanidad. 

Alfredo Molina Iyáñez

Seminario Crónicas y fuentes de origen indígena del S-XVI novohispano.

[1] Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, “El sacrificio humano entre los mexicas” en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces, vol. XVII, núm. 103, mayo-junio, 2010, p. 30.

[2] Ximena María Chávez Balderas, Sacrificio humano y tratamientos mortuorios en el Templo Mayor de Tenochtitlan, Tesis para obtener el grado de maestra en antropología, México, UNAM, 2012, p. 37.

[3]Ibid., p. 42. Chávez se basa en la obra de Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología para construir esta clasificación.

[4] Yolotl González Torres, El sacrificio humano entre los mexicas, México, FCE, 2a edición, 1994, p. 189.

[5] Chávez, op. cit., p. 40.

[6]Aunque la mayoría de las víctimas sacrificadas eran alóctonas, el carácter autóctono del sacrificio también existía; un ejemplo se observa en la veintena atlcahualo, en la cual se sacrificaban niños adornados con plumas y flores en las cumbres de los montes, en donde se les extraía el corazón. Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, Alfredo López Austin y Josefina García Quintana (eds.), México, Conaculta, vol. II, 2000, (col. Cien de México), p. 135.

[7] La mayor parte de los cautivos destinados al sacrificio se obtenían en las guerras floridas (xochiyaóyotl), “batallas arregladas casi simuladas, cuya finalidad era conseguir víctimas para el sacrificio” ver Ross Hassig, “El sacrificio y las guerras floridas” en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces, vol. XI, núm. 63, septiembre-octubre, 2003, p. 48.

[8] González Torres, op. cit., p. 163

[9] Chávez, op. cit., p. 47.

Fuentes consultadas:

-Baudez, Claude-François, El dolor redentor. El autosacrificio prehispánico, México, UNAM, 2013.

-Chávez Balderas, Ximena María, Sacrificio humano y tratamientos mortuorios en el Templo Mayor de Tenochtitlan, Tesis para obtener el grado de maestra en antropología, México, UNAM, 2012.

-González Torres, Yolotl, El sacrificio humano entre los mexicas, México, FCE, 2012.

-Hassig, Ross, “El sacrificio y las guerras floridas”en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces, vol. XI, núm. 63, septiembre-octubre, 2003, p. 46-51.

-Krickeberg, Walter, Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas, México, FCE, 1971.

-López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, “El sacrificio humano entre los mexicas” en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces, vol. XVII, núm. 103, mayo-junio, 2010, p. 24-37.

-Sahagún, fray Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España, vol. II, Alfredo López Austin y Josefina García Quintana (eds.), México, Conaculta, 2000, (col. Cien de México).