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Entre la vida y la muerte IV

LOS MAGOS PERJUDICIALES Y SU RELACIÓN CON LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE

Para los pueblos nahuas, así como para el resto de las sociedades precolombinas, tanto la salud como la enfermedad eran asuntos de magos. Si bien existían magos como los titicih,[1] quienes se dedicaban a restablecer la salud de sus pacientes, utilizando métodos que hoy podríamos considerar propios de la medicina convencional, al mismo tiempo, se valían de conjuros, hechizos y demás artificios mágicos para lograr este fin.

También existían magos capaces de provocar la enfermedad y la muerte, el nombre más común con que se les conocía era el de tlatlacatecolo, que en español se traduce como “hombres búhos”.[2] No es de extrañar que a la figura del mago perjudicial se le haya relacionado con este animal pues, el tecolotl, “búho”, era considerado un mensajero de la muerte y de la mala fortuna en general: “Cuando un búho cornudo, gritaba en la orilla del techo se decía que uno moriría en batalla o su hijo moriría”.[3] Augurios como éste dan cuenta de la connotación negativa que tenía el tecolotl entre los nahuas, de hecho, según Hernando Ruiz de Alarcón, al indígena a quien se le manifestaba este augurio, generalmente asumía que era víctima de algún tlacatecolotl.[4]

Entrada Carlos, fig.1

Fig. 1. Tecolotl frente a Mictlantecuhtli que devora a una persona, Códice Laud, lámina 5.

Los tlacatecolotl vivían de realizar su magia maléfica, ya sea por encargo o como chantaje, puesto que en ocasiones aquéllos que enfermaban por causa de su acción acudían con ellos para que retiraran el maleficio a cambio de un alto pago, de alguno de sus bienes o de todo lo que poseyera el afectado.[5]

Los procedimientos mágicos mediante los cuales los tlatlacatecolo provocaban la enfermedad o la muerte eran variados. Es probable que para realizarlos se tomara en cuenta la fecha en que se hacían o, por lo menos, el día en que se iniciaban, puesto que algunos embrujos consistían en efectuar ceremonias que duraban varios días. En la información que se puede encontrar en la obra de fray Bernardino de Sahagún, se menciona que estos días eran los novenos de cada trecena.[6]

Entrada Carlos fig. 2

Fig. 2. Mictlantecuhtli con punzones de hueso en las manos y un hombre con cabeza de búho, Códice Laud, lámina 25.

Como ya he mencionado, tlatlacatecolo era el nombre más usado para referirse a los magos perjudiciales dentro del mundo nahua, mas no el único. En las fuentes se pueden encontrar una gran cantidad de apelativos que hacen referencia a esta clase de magos, algunos de ellos están relacionados con el tipo de embrujo que el mago realizaba o el procedimiento que utilizaba para realizar su embrujo. Alfredo López Austin, en su artículo “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl”, recoge algunos de estos nombres, al igual que explica en qué consisten los embrujos a los que se refieren los nombres de cada mago. Por ejemplo, el tepanmizuani cuyo nombre quiere decir “el que sangra sobre la gente”,  realizaba su embrujo sangrándose sobre la efigie de la persona o sobre la persona misma a la que quería dañar, ya que la sangre de este tlacalecotl dañaba y hacía perecer aquello que tocaba.[7]

El tetlepanquetzqui, cuyo nombre significa “El que prepara el fuego para la gente”, podía realizar su embrujo de dos formas, ambas buscaban la muerte de la persona al emular el ritual fúnebre. La primera, consistía en realizar una ceremonia en la que a una figura de madera adornada con papel mortuorio, le ofrecía alimentos funerarios durante cuatro días, al terminar incineraba la figura. Al día siguiente el tetlepanquetzqui debía alimentar a su víctima con lo preparado durante la ceremonia, como se menciona en los Primeros memoriales de Sahagún:

Se decía que aquél que colocaba a alguien en el fuego, encendía a las personas como cadáveres. Él adornaba piezas de madera con papel y con banderas de papel. En la noche, por cuatro noches, él hacía esto. Entonces la comida era preparada, con la que él les hacía ofrendas. También en la noche las quemaba… a quienes odiaba extremadamente, entonces los llamaba al amanecer, cuando era el alba. Entonces les daba sus ofrendas, aquéllas [las figuras] que él había ofrecido en la noche. Aquéllos con quienes él estaba enojado, aquéllos con quienes estaba molesto, las comían. Como decía: Ma iciuhca miquican “que mueran pronto”.[8]

La segunda manera era mucho más simple, únicamente consistía en cortar los cabellos de quien se quería matar para después quemarlos. De esta forma también se representaba la incineración de la víctima. [9]

Entrada Carlos, fig. 3

Fig. 3. Ritual funerario mexica, Códice florentino, Apéndice del Libro III, fol. 27v.

El nombre del siguiente tlacatecolotl no aparece en las fuentes. Alfredo López Austin lo llama caltechtlatlacuiloani, que significa “el que pinta las paredes de las casas”, puesto que el procedimiento mágico del cual toma su nombre consistía precisamente en pintar las paredes de la casa de su víctima para conseguir su muerte.[10] También podemos encontrar al “teyollocuani”,[11] que en español se traduce como “el que come los corazones de las personas”.  Según López Austin el nombre de este mago hace referencia a un embrujo que posiblemente afectaba las capacidades mentales sus víctimas.[12] El tecotzcuani que significa “el que come las pantorrillas de la gente”; su nombre me hace pensar que posiblemente realizaba un embrujo que producía algún tipo de malestar muscular.[13]

Los hechizos de los tlacatecolotl hasta ahora descritos son realizados de forma individual y contra individuos específicos. Pocas veces se mencionan en las fuentes, casos en los que se reúnen tlatlacatecolo en grupos considerables para efectuar algún embrujo, o que tomen acción contra un grupo o  una población, sin embargo, en los Primeros memoriales se menciona que sí tenían esta facultad; los magos maléficos podían perjudicar a ciudades enteras provocando catástrofes naturales o guerras que acabasen completamente con la ciudad y sus habitantes.[14]

Por su parte, Hernando Ruiz de Alarcón refiere, según sus informantes, que en el pueblo de Coyuca un grupo de tlatlacatecolo enterró alguna clase de ceniza o polvo en una ermita donde se reunían los pobladores de esa comunidad a rezar frecuentemente, esta acción ocasionó que se desatara una terrible epidemia que cobró la vida de la mayor parte de la población. Los tlatlacatecolo responsables de la epidemia fueron capturados, enjuiciados e interrogados; Ruiz de Alarcón indica que los magos confesaron haber recibido las cenizas que trajeron unos búhos que habían viajado desde muy lejos para entregárselas.[15]

Entrada Carlos fig. 4

Fig. 4. Códice florentino, la epidemia de viruela en Tenochtitlan, Libro XII, fol. 53v.

Como hemos visto a lo largo de estas páginas, en la cultura nahua la magia se encuentra en cada aspecto de la vida cotidiana, incluso en los que son negativos como la enfermedad y la muerte. Teniendo en cuenta esto, podemos entender la importancia del papel que jugaba el tlacatecolotl en la sociedad nahua, pues, bajo la lógica de sus creencias, los magos perjudiciales les proporcionaban una manera de explicar distintos eventos que los aquejaban, pues la intervención de estos magos afectaba de manera negativa el mundo que los rodeaba, su destino y su vida.

Carlos Aarón Morales Olvera

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano.

[1] Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.biblioteca.org.ar/zip22.asp?texto=89972 (consultado 04-06-2016), p. 24.

[2] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de cultura náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967. p. 87.

[3] Fray Bernardino de Sahagún, Primeros meroriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997, p. 183.

[4] Ruiz de Alarcón, Tratado de supersticiones…, op. cit., p. 29.

[5] Sahagún,  op. cit., p. 218.

[6] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, tomo I, México, Consejo nacional para la cultura y las artes, 2002, p. 345.

[7] López Austin, op. cit., p. 91.

[8] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 219.

[9] “Códice Carolino”, presentación de Ángel María Garibay K. en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 21.

[10] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 219.

[11] Ruiz de Alarcón, op. cit., p. 8.

[12] López Austin, op. cit., p. 92.

[13] Ibid.

[14] Ruiz de Alarcón, op. cit., p. 8.

[15] Sahagún, Primeros memoriales, op. cit., p. 218.

 

OBRAS CONSULTADAS

“Códice Carolino”, presentación de Ángel María Garibay K. en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p.11-59.

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 87-117.

Sahagún, fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, tomo I, México, Consejo nacional para la cultura y las artes, 2002, 694pp.

  • – Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997.

Ruiz de Alarcón, Hernando, Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.biblioteca.org.ar/zip22.asp?texto=89972 (consultado 04-06-2016), 134pp.

Entre la vida y la muerte II

LOS MÉDICOS DEL MUNDO NAHUA

Parece poco probable la existencia de un grupo humano en el cual no hayan existido ciertos individuos que se ocuparan de los males que afectaban a sus integrantes, esto es, aquellos que cumplían funciones de médicos, curanderos, herbolarios o brujos. Entre los grupos nahuas esos individuos tenían muy diversas denominaciones, así como muy variadas eran las causas que originaban esos males y enfermedades. Aunque algo era ineludible, detrás de cualquier trastorno, mal o enfermedad de algún hombre, directa o indirectamente estaba la intervención de los dioses o de sus asistentes y auxiliares, según sus creencias.

Como fue expuesto en la entrega sobre el origen y causas de las enfermedades, los nahuas además daban mucha importancia a la magia y las personas que la practicaban, como también a la presencia de una entidad anímica en todas las cosas que los rodeaban: rocas, corrientes y depósitos de agua, animales, plantas, alimentos, hierbas y aún en las medicinas. Por eso, los médicos debían estar preparados para diagnosticar el origen de las enfermedades y realizar los procedimientos adecuados a cada caso, para vencerlas y así ayudar al enfermo.

Dada esa pluralidad de origen, hubo médicos nahuas que actuaron con conocimientos, procedimientos y medicinas empíricas, entendiéndose por empírico el conocimiento que es producto del repetido contacto con la realidad en un tema específico y la asimilación de su resultado como experiencia. Otros actuaron sobre algunas enfermedades sólo por procedimientos mágicos dado que entendían que el origen era resultado de prácticas de magos o hechiceros. Unos más, si no la mayoría, utilizaban plegarias a los dioses o conjuros, dando como resultado que todo acto médico podía ser una mezcla de conocimiento empírico, magia y religión. Al respecto Alfredo López Austin ofrece una clasificación en cuatro grupos de acuerdo con la diferente participación de estos componentes:

los dedicados al descubrimiento y curación de los males que tenían por origen una influencia sobrenatural y que usaban, -claro está-procedimientos mágicos; los que curaban por medios empíricos, independientemente de la posibilidad de auxiliarse de oraciones; los que ligaban estrechamente ambos medios, y los que pretendían curar sólo por medios mágicos.[1]

Las denominaciones más generales de los médicos en la lengua náhuatl son: ticitl[2] con plural titicih y la de tepahtiaini, esta última, una forma derivada del verbo pahtia con el significado de curar, medicar, dar una medicina, restaurar. El verbo a su vez deriva de la palabra pahtli, que denota hierba medicinal o de forma general, medicina.

En el ticitl se hallaban integrados los aspectos clínicos de la actividad médica como la entendemos hoy, con las actividades que actualmente clasificaríamos como quirúrgicas. Había una tendencia a que cierto grupo de actividades (y no todas) fuera realizado por un grupo de individuos y otras por diferentes grupos de médicos. El hecho, como veremos más adelante, de tener cada tipo de médico una denominación propia en el lenguaje, remarca la tendencia a la especialización.

Algo importante que se señala en numerosas fuentes es que los titicih podían ser hombres o mujeres y que los hombres atendían hombres y las mujeres atendían mujeres; sin embargo, Alfredo López Austin apunta que en algunos casos, como en el de la sangría, el ticitl (tezoani) siempre era un hombre. En este acto, el médico, antes del procedimiento en sí, realizaba un dibujo sobre el brazo, el cual cumplía con una función mágica. Para tratar una disentería, el actuante también hacía un dibujo en la cabeza en forma de serpiente y debía ser hombre si el paciente era mujer y debía ser mujer, si por el contrario, el paciente era un hombre.[3]

En cuanto a la formación de los titicih, Francisco Javier Clavijero, el historiador jesuita novohispano, refiere que la formación médica era de manera empírica, en un esquema de maestro-aprendiz; generalmente el aprendizaje era de padre a hijo.[4] Este dato apoya el hecho de que se diera la especialización, pues el aprendiz se formaba en la misma línea de conocimiento y actuación de su maestro. Otro hecho que se deriva de esto es que los titicih siempre fueran de edad media a avanzada. Este rasgo estaba impuesto por el método de aprendizaje, a diferencia de lo que sucedería si se hiciera en una escuela con varios maestros y múltiples experiencias. Es claro que la formación en el Calmecatl estaba centrada en artes, religión y estrategia militar, pero en las fuentes no constatamos de forma definida que en ellos se enseñaran aspectos de medicina y si esto existió, estaría destinado a la formación de sacerdotes que realizaban actos de curación asociados con la deidad a la cual atendían.

Los actos médicos de alguna manera estaban pautados y, desde el punto de vista social, tipificados en el bien conocido esquema que los clasifica en ‘buenos y malos médicos’ de acuerdo con los informantes de Sahagún, que aparece en el capítulo ‘De los vicios y virtudes’ del Libro X del Códice florentino:

El buen medico es entendido buen conocedor delas propiedades de yervas, piedras arboles, e rayzes, experimentado en las curas. El que también tiene por officio saber concertar los huesos, purgar, sangrar, y sajar, y dar puntos al fin librar dela muerte.

El mal medico, es burlador y por ser in abil, en lugar de sanar empeora a los enfermos con el brevaje, que les da. y aun a las vezes vsa echizerias, o supersticiones por dar dentender que haze buenas curas.[5]

Este esquema sugiere la influencia del pensamiento europeo de los frailes entrevistadores y seguramente del formato preestablecido para las preguntas.

Médicos que actuaban principalmente por métodos empíricos (aunque éstos podían estar matizados con plegarias o algún conjuro).

Tepahtiani: Era el médico, curandero o herbolario cuya modalidad principal y el arsenal terapéutico consistían en el uso de hierbas medicinales y también pahtli (medicina preparada) que podía contener componentes minerales e incluso de origen animal, aunque esto último era menos frecuente. El conocimiento era el derivado de una constante observación y la práctica con plantas para tratar enfermedades, acumulado por generaciones y trasmitido por tradición oral. Cabe señalar, que el uso de las plantas al parecer estaba basado en la creencia de que aquellas alojaban algún tipo de elemento mágico, que era el que actuaba y no porque poseyera algún componente físico con una propiedad utilitaria.

FIG 1, ENTRADA DAVID

Fig. 1. Recolectores de pahtli, hierbas medicinales y tratamientos.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 172r.

Esta acción no se limitaba al procedimiento de tipo empírico, sino que podía estar acompañada de una plegaria a alguno de los dioses o por algún conjuro mágico.

Tlamatqui ticitl o Temixihuitiani: Era quien atendía no a una enferma, sino a la que albergaba en su vientre a otro ser quien debía llegar por buen camino a este mundo. Atendía a la mujer varias veces antes del parto; en la oscuridad del temazcalli palpaba a la relajada madre para verificar que el niño estaba en una buena posición. El temazcalli era como una creación a escala del vientre materno: oscuro, cálido y en cuyo interior se podía sentir el latido de nuestro corazón.

FIG. 2, ENTRADA DAVID

Fig. 2. Tlamatquiticitl, partera.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. II, Libro VI, fol. 130v.

La ticitl sabía que estaba bajo el influjo de Tocih, “Nuestra abuela” o quizá hasta que era observada por ella, “la diosa de los baños de vapor”. Llegado el momento del parto, se encargaba del procedimiento médico, recibía al niño, cortaba el cordón y procuraba los primeros cuidados al recién nacido. Como era de esperarse, su actuación médica estaba acompañada de rezos a la diosa Tocih y súplicas a Tlazolteotl, otra de sus advocaciones y su patrona.

Ticitl que atendía fracturas de huesos: En este caso puede hacerse patente el acto manual como médico, por el cual palpaba, traccionaba para alinear el hueso con el eje del miembro, hacía compresión. Luego aplicaba una pasta de raíz de acocohtli y nohpalli (nopal); encima colocaba un material para acolchar, formado por plumas y una tela y sobre todo eso, cuatro huapaltontli (tablillas), para hacer una especie de férula con objeto de inmovilizarlo.[6] Pero no podía faltar una acción mágica, al colocar las tablillas, el ticitl iba recitando fórmulas como aquella que menciona a las codornices que atacan los fragmentos que se producen cuando Quetzalcoatl viaja al inframundo para obtener los huesos de los hombres de otros “soles”; cae y aquellos se rompen.

Texoxotlaticitl, cirujano; literalmente “el médico que hace incisiones a la gente”: Con respecto a los cirujanos, Francisco Javier Clavijero señalaba: “Por lo que mira a la cirugía de los mexicanos, los mismos conquistadores deponen de su prontitud y felicidad en curar las heridas”.[7]

Los cirujanos daban puntadas a las heridas, utilizando como material de sutura cabellos limpios, luego sobre la herida colocaban bálsamos, piciyetl (tabaco) o la hierba itzontecpahtli; en sitios muy sensibles, como labios o nariz, las cubrían con miel y sal o con savia del agave.[8]

FIG. 3 ENTRADA DAVID

Fig. 3 Ticitl que atiende mordedura de una víbora.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 80v.

Había titicih que trataban el pterigion (la carnosidad de los ojos). Para eso, hacían una incisión en la membrana conjuntiva y luego traccionaban la zona de aspecto carnoso y engrosado, utilizando una espina; al final, aplicaban leche de mujer con una hierba llamada chichicaquilitl.[9] Los abscesos y panadizos los trataban aplicando tempranamente una mezcla de tenextli (cal) y piciyetl (tabaco), para conseguir que ‘maduraran’; luego hacían una incisión en cruz y drenaban el pus; lavaban con orina y después aplicaban ocotzol (resina de pino, trementina).[10] También practicaban entre muchas otras cirugías, la xipinehuayotequiliztli, nombre muy descriptivo para la circuncisión, literalmente “corte de la piel del pene”.

Hubo un ticitl que se especializaba en curar el emponzoñamiento del colotl (alacrán): Comprendía un procedimiento empírico consistente en aplicar presión alrededor de la parte afectada para que no se dispersara el veneno hacia la circulación, además de colocar el piciyetl (tabaco). Este caso está fuertemente matizado con un componente mágico, un conjuro en que se entonan las palabras que describen la situación de un personaje mítico (Yapan) quien se hallaba en penitencia y abstinencia, pero termina seducido por la diosa Xochiquetzal; como castigo es decapitado y convertido en alacrán. Además el conjuro es recreado con movimientos y actuación de lo narrado en el mito.[11]

Titicih que en su acto médico se valían con preferencia o exclusivamente de procedimientos mágicos.

Antes de dar sólo algunos ejemplos, es necesario recalcar que según la manera como entendían su mundo, su entorno y su propio cuerpo, los nahuas se sentían en cada momento vulnerables a la acción de algunos dioses caprichosos y vengativos, a las entidades mágicas de la naturaleza, a la magia de hechiceros y a innumerables fuerzas que podían afectar sus propias entidades anímicas. En el cuerpo, de arriba hacia abajo, estas entidades estaban ubicadas así: El tonalli estaba alojado en la cabeza y era interpretado como una irradiación o calor que entraba al niño al momento de su nacimiento; el teyolia se ubicaba en el corazón y debió de entenderse como algo líquido; por último, el ihiyotl, estaba en la parte inferior, la cual se describe como un aliento, frío y fétido. La acción de una fuerza externa, natural, accidental o inducida podía dañar directamente, generar un desequilibrio o hacer perder el tonalli, alterar el teyolia y el ihiyotl, o producir un desbalance entre ellas con consecuencias dañinas variables, hasta el grado sumo de la muerte.

A este respecto, existían titicih que tenían como función atender algunas de estas situaciones, casi siempre en niños. Especialmente el mal llamado “susto”, dado por una brusca e intensa impresión que ocasionaba la pérdida del tonalli. Brevemente mencionaremos algunos de estos médicos señalados por Alfredo López Austin:[12] el tetonalmacani, literalmente “el que da el tonalli a la gente”, quien pedía al Sol la restitución del tonalli y lo completaba dibujando una raya en la frente con la hierba “tlacopahtli” y el tetonaltiqui, quien realizaba una acción similar.

Otros titicih que decididamente cumplían actos dentro del margen de la magia son el tetlacuicuiliqui, “el que saca algo de la gente”, quien usaba la planta iztauhyatl (estafiate) la cual masticaba y luego la aplicaba a la parte enferma y después hacía ver al paciente que estaba sacando materiales (papel, madera, piedras) de la zona afectada. Otro era el techichinani, “el que chupa a alguien”; previamente también masticaba el iztauhyatl y luego lo aplicaba con la boca a la zona enferma, chupaba y extraía sangre, pus o materiales extraños.[13]

El ticitl cumplía una importantísima función dentro de su comunidad, ya que al curar a un enfermo reforzaba elementos fundamentales del entramado social: ya fueran macehualtin (hombres comunes), guerreros o incluso nobles dirigentes. Sin embargo, era un marcador de la sociedad nahua el que el bien y el renombre personal estuviesen siempre supeditados al comunal y colectivo. Así, pocas veces se encuentra su historia atiborrada de imágenes personales.

No obstante, sería injusto aquí no hacer mención, aunque de manera muy breve, de un personaje que quizá no por su búsqueda e interés, sino por su genuino saber, trabajo y perseverancia, logró pasar a la historia como un gran ticitl del siglo XVI, se trata de Martín de La Cruz, nacido en el barrio de Santiago en Tlatelolco, con aparente ascendencia noble, de entrada edad. Ejerció como médico en su localidad, atendió niños en el Colegio de Santa Cruz y, por algunas circunstancias de la vida que le relacionaron con el Virrey de la época, Don Antonio de Mendoza, fue encargado en 1552 de elaborar un compendio de enfermedades y sus tratamientos, el cual sería enviado como regalo al rey. Una vez completado, fue traducido al latín por Juan Badiano de Xochimilco, lo que hoy conocemos como Libellus de medicinalibus indorum herbis o Códice La Cruz-Badiano.

Para finalizar diremos que el ticitl era, en el fondo, un humano como cualquier otro, que caminaba en la senda entre la vida y la muerte, dos instantes en un mismo proceso, contrarios, pero no excluyentes.

Dr. David Saúl Astros Matamoros

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7,1967, p. 107,108.

[2] El significado de ésta y todas las 35 palabras en náhuatl que aparecen en este documento, puede ser verificado y ampliado en el Gran Diccionario Náhuatl. En línea: www.gdn.unam/mx (consultado 20-06-16).

[3] López Austin, op. cit., p.110.

[4] Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, 4ª edición, México, Porrúa, 1974, Libro VII, p. 207.

[5] Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, edición facsimilar, México, Gobierno de la República-Archivo General de la Nación, 1979, Libro X, fol. 20r.

[6] Ibid., fol. 111v, 112r.

[7] Clavijero, op. cit., Libro VII, p. 264.

[8] Sahagún, op. cit., fol. 101r.

[9] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, t. II, México, CONACULTA, 2000, Libro X, p. 639.

[10] Ibid, p. 637.

[11] Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark: /59851/bmcdn423 (consultado 21-06-16).

[12] López Austin, op. cit., p. 108.

[13] Ibid., p. 110.

FUENTES DE CONSULTA

Clavijero, Francisco Javier, Historia Antigua de México, 4ª edición, México, Porrúa, 1974.

Gran Diccionario Náhuatl. En línea: www.gdn.unam/mx

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 87-117.

Ruiz de Alarcón, Hernando, Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España, notas, comentarios y un estudio de Francisco del Paso y Troncoso. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcdn423 (consultado 20-06-16).

Sahagún, fray Bernardino de, Códice florentino, 3 tomos, copia facsimilar de los manuscritos 218, 219 y 220 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea-Laurenziana, México, Gobierno de la República Mexicana-Archivo General de la Nación, 1979.

– Historia General de las Cosas de Nueva España, 3 tomos, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, CONACULTA, 2000.

Viesca Treviño, Carlos, Historia de la Medicina en México. En línea: http://www.facmed.unam.mx/sms/temas/2010/09-sep-2k10.pdf (consultado 21-06-16).

  • – …Y Martín de La Cruz, autor del Códice de la Cruz Badiano, era un médico tlatelolca de carne y hueso. En línea: www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn25/474.pdf (consultado 24-06-16).

Entre la vida y la muerte I

 ORÍGENES Y CAUSAS DE LA ENFERMEDAD EN EL MUNDO NAHUA

Los conceptos de enfermedad y sus remedios, dentro de una sociedad eminentemente mítica como la nahua, están asociados con su cosmovisión y sólo se explican en su relación con ella y todos los elementos que la conforman; es decir, la visión que estos pueblos tienen del espacio, tiempo, universo, religión, naturaleza, vida y muerte está intrínsecamente ligada con su interpretación acerca del origen de los padecimientos, ya que éstos se explican sólo dentro de la propia idea que tienen de todo lo que los rodea.

Dentro del cosmos, cada fenómeno natural, astronómico, orgánico o inorgánico y hasta el propio pensamiento que los explicaba, conforma, por sí y en sí, diversos microcosmos que, al igual que el universo (macrocosmos al que pertenecen todos los fenómenos naturales y humanos), deben estar en equilibrio no sólo consigo mismos sino con el todo que lo rodea.[1] Cuando se rompe esta armonía se producen los cataclismos naturales, el fin de un Sol y de una Era o las sequías y epidemias que amenazan a la sociedad o las enfermedades que desequilibran al cuerpo humano, microcosmos que pertenece y está en contacto y comunicación constante con las fuerzas universales.

La enfermedad es, por lo tanto, para la consciencia indígena, una ruptura de la armonía entre las diversas partes que componen el cuerpo del hombre junto con la acción de poderosos agentes que viven y se manifiestan en cada fenómeno natural y humano.[2] En el pensamiento mítico, propio de las sociedades prehispánicas, los orígenes de las enfermedades se atribuyen a las fuerzas que residen en la humanidad misma, en cada fenómeno natural y en la acción de las deidades y de ciertos hombres que, desde su nacimiento, están marcados con la señal ominosa de la hechicería o magia.

Entre las causas de las enfermedades, que se pueden deducir de las fuentes de origen indígena, los especialistas están de acuerdo en señalar como la primera, y probablemente la más importante en la consciencia indígena, la acción de los dioses como respuesta a ciertas conductas humanas, como la falta de devoción, infringir las reglas de los rituales, no agradecer los bienes que las divinidades otorgan, no ofrendar ni hacer sacrificios, ni cumplir con el ayuno ni con la continencia sexual, etc. Un dios en especial es el causante de las epidemias que azotan a los pueblos, Titlacahuan, manifestación de Tezcatlipoca, el que, por castigo o simplemente por su veleidoso capricho,[3] envía “pestes” que diezman a las poblaciones, como narran los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún en una oración dirigida a este dios:

¡Oh, señor, que habéis tenido por bien de desampararnos en estos días […] Porque las aflicciones grandes y muchas de vuestra indignación nos han anegado y sumido, bien así como piedras y lanzas y saetas que has descendido sobre los tristes que vivimos en este mundo. Y esto es la gran pestilencia con que somos afligidos y casi destruidos.[4]

Es significativo que Alfredo López Austin mencione que “todo quedaba bajo la voluntad de Titlacahuan, Tezcatlipoca”, dominaba lo existente,  los dioses, los hombres, el destino, el “azar”, todo quedaba bajo su “poder absoluto de arbitrio, caprichoso, totalizador”.[5] A pesar de ello, y de que Sahagún afirma que “entendía en el regimiento del mundo, y que él solo daba las prosperidades y riquezas, y que él solo las quitaba cuando se le antojaba”,[6] otras deidades también participaban como entidades productoras de enfermedades. Pueblan las páginas de las fuentes novohispanas de origen indígena referencias sobre las relaciones de ciertas enfermedades o grupos de ellas con determinadas divinidades. La simple relación de dioses y padecimientos ocuparía un espacio muy largo, por lo que sólo señalaremos algunos ejemplos, como el de Xipe Totec que es considerado el generador de las “viruelas”, las “postemas que se hacen en el cuerpo”, la sarna y todas las enfermedades de los ojos;[7] los Tlaloques quienes mandan la gota, el “tullimiento”, el “envaramiento del pescuezo”, el “encogimiento de algún miembro” y el “pararse yerto”;[8] las Cihuapipiltin, culpables en su mentalidad de mandar las enfermedades a los niños, como la “perlesía”;[9] Macuilxochitl, a quien Sahagún también identifica como Xochipilli, quien castiga a los hombres con “enfermedades de las partes secretas, como son almorranas, pudredumbre del miembro secreto, deviesosy incordios”.[10]

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Fig. 1. Enfermedad de las almorranas, fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, libro X, fol. 109r.

Relacionadas directamente con los seres sobrenaturales, se hallaban, según Viesca Treviño, las enfermedades producidas por el  desencadenamiento de un sinnúmero de fuerzas de variadas dimensiones, pero siempre diferentes a las de la gente común y corriente. A esto debe sumarse la creencia de que todo lo que existe en el universo está animado, es decir, posee por lo menos un ánima, un espíritu, que le es esencial para su existencia y el cual se expresa tanto en la definición y el buen curso de sus funciones como en la manifestación de deseos y en la ejecución de acciones a distancia. Este fenómeno cultural es conocido como animismo.[11] Un ejemplo de este tipo de enfermedades, a decir del autor, es el llamado temauhtiliztli, “susto”, a las que se podrían agregar las enfermedades del teyolía,[12] según López Austin, asociadas “con las ‘fiebres acuáticas’, y éstas a su vez, con la posesión de seres acuáticos”.[13] Relacionadas con éstas se encuentran los afamados “aires” y el “mal de ojo”, que producen una serie de desequilibrios psicológicos en los individuos, causando hasta la muerte.

origenes I, fig 2

Fig. 2. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. I, libro V, fol. 11v.

Los fenómenos astronómicos como fuerzas animistas son también un claro ejemplo de la mentalidad nahua sobre el origen de las enfermedades. En los Primeros memoriales de Sahagún se narran las consecuencias del eclipse de Luna en la salud:[14]

Las mujeres embarazadas estaban muy temerosas. Decían, se decía que ellas podían convertirse en ratones y los niños nacidos durante un eclipse de luna estarían sin nariz o sin labio. Y las cabezas de los bebés eran afeitadas cada mes; si no eran afeitadas, caían enfermos.

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Fig. 3. Eclipses de Luna y de Sol, fray Bernardino de Sahagún, Primeros memoriales, fol. 282r.

La enfermedad, como producto de estos desequilibrios de origen divino, ya se encontraba anunciada desde el día del nacimiento de cualquier individuo. En efecto, a través del tonalamatl, los tonalpouhque podían predecir el destino de los hombres, en el cual jugaba un papel muy importante la cuestión de la salud. En los Primeros memoriales se hallan descripciones notables sobre la determinación del estado físico de los recién nacidos. Por ejemplo en la trecena que comenzaba con el signo uno flor:

Era un [signo de día] adverso, pero se decía que podía ser algo bueno. El que nacía en él que era un hombre noble se convertía en un cantor; él era feliz. Y el que era un hombre noble que era devoto a [su signo de día], vivía felizmente cuando cantaba. Pero para el que no era devoto a él, quien lo despreciaba, el signo de día se enojaba con él. O la lepra se asentaba en él, o se volvía ciego, o la ingle era trastornada. Lo mismo le pasaba a uno si era plebeyo, él también se convertía en un cantor. Y si una mujer noble nacía en [este signo], se convertía en una gran bordadora, pero si ella lo desdeñaba, lo mismo le  podría suceder a ella. El signo de día se enojaba con ella. Lo mismo le sucedía a ella como se contó arriba. [Ella sería afectada por] todo tipo de enfermedades, y se convertiría en una muchacha de placer. [15]

orígenes I, fig. 4

Fig. 4. Tezcatlipoca como Señor de los días y patrono de los temamacpalitotique, Códice Fejérváry-Mayer, p. 44.

Lo mismo ocurría en la trecenas uno muerte[16] y uno mono.[17] Se debe recordar que los signos del tonalpohualli  no determinaban por sí el destino de los hombres, ya que los días tenían un dios patrono que los regía, por lo que los dioses también por este medio actuaban sobre la salud y la ventura de los nahuas. Este calendario determinaba también un tipo especial de seres humanos, los que nacían bajo el signo 13 cipactli, “Trece Monstruo Cocodrilo”:

El que nacía entonces, que era un hombre noble era lo que llamaban un hechicero, un hombre malvado. Y un plebeyo era lo que llamaban uno diabólico; lanza hechizos; atormentaba a la gente. Su hogar estaba en ninguna parte; era uno que no tenía nada que comer; andaba desnudo. Del mismo modo, un hombre noble vivía en miseria; igualmente una mujer noble era miserable, al igual que un plebeyo. De esto se decía que así era su signo del día en el que había nacido.[18]

Los llamados nahualli, como entidades “adversas”, que causan daño a la sociedad, eran también conocidos bajo el nombre de tlacatecolo, “hombres búho”, tenían el poder de transformación que la primera palabra enuncia, y podían producir enfermedades. Las obras de Hernando Ruiz de Alarcón y de Jacinto de la Serna[19] pueden interpretarse como compendios que integran una serie vastísima de conjuros y “hechicerías” que popularmente se achacaban a estos “nigromantes”. De la Serna afirma que el “vocablo mexicano Nahualli se forma y tiene su significación del verbo Nahualtia, que es esconderse encubriéndose, ó disfraçándose, ó arreboçandose; y assi Nahualli sera aquel, que por la aplicación, que el Padre le hizo recién nacido de dedicarlo [a un animal] cuyo nombre le pusieron al cuarto dia; se sujeta á el tanto, que se encubre y disfraza debajo de su figura”.[20]

Ejemplos de las acciones nocivas de dichos “brujos” abundan en estas obras, baste un ejemplo que expone de la Serna para comprender el papel que en las enfermedades jugaban estos hombres. Narra que fray Andrés Ximénez

refiere, auer hallado fuera de los Nahualles los Teyolocuanes, y los Tlachihuianes, que son los que obran con hechizos contra el coraçon, y vida de los hombres; y refiere auer[se…] probado contra vnos indios, que auian puesto vnas cenizas un palmo debajo de tierra en vuna hermita, donde rezaban de ordinario […] y que desto se les auia seguido enfermedades tan agudas, y nosiuas, que auian muerto muchos, y muy breuemente.[21]

Relacionado con el nahualismo se encuentra otra causa de enfermedades que consiste (al tomar otra acepción de este término, aún vigente en algunas comunidades) en la asociación del recién nacido con un animal; en algunos padecimientos se creía que el nahual sufría esa misma enfermedad, su remedio, por lo tanto, dependía de la suerte que se tuviera para hallar al animal y curarlo.

Por otro lado, López Austin señala atinadamente que los factores fríos y calientes, como fluidos que se encuentran en todo el cosmos, también son característicos del cuerpo humano y ocupan diversas partes de éste, el desequilibrio que puede causar el predominio de uno u otro produce también enfermedades; esto explica por qué hoy todavía en ciertas familias tradicionales se señalen la existencia de alimentos calientes o fríos, que ciertas enfermedades se remitan a cualquiera de estos fluidos, que desequilibran la armonía de cada cuerpo o son dominantes dependiendo del fenómeno natural, sexo, edad u origen de cada persona.[22]

Finalmente, aunque todavía se podrían señalar más causas de las enfermedades, no se debe olvidar que una serie de estos padecimientos fueron considerados en el pensamiento nahua como originados por la propia naturaleza: plantas y animales ponzoñosos o elementos inorgánicos, accidentes, agresiones de otros seres y hasta por actividades sociales insanas, como el adulterio o el exceso de actividad sexual en la juventud.

Se ha realizado un acercamiento al origen de las enfermedades en el mundo nahua, pero aún quedan algunas causas de las mismas en el tintero ya que el espacio es reducido, por lo que es necesario dejar que en los siguientes ensayos se muestren algunas más, y se ahonde en sus consecuencias, así como en los remedios que conocieron y utilizaron del ámbito natural, probablemente mejor que ningún otro pueblo de la época.

Julio César Morán Álvarez

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Es interesante señalar la coincidencia de esta posición con la que señala Alfredo López Austin, Textos de medicina náhuatl,  México, UNAM, 1984, p. 13. “Otro enfoque […] es el que intenta encontrar en las fuentes una unidad de ideas rectoras, revalorando los nexos de los procesos practicoempíricos, religiosos, mágicos y teóricos, para comprender como un todo el complejo cultural de la medicina prehispánica”, y que defienden, entre otros, Gonzalo Aguirre Beltrán, Fernando Martínez Cortés y Germán Solominos D’Ardois.

[2] Carlos Viesca Treviño afirma en consonancia con lo expuesto que: “La enfermedad, dentro de este sistema de pensamiento, es el producto de una inmensa variedad de condiciones que pueden modificar las condiciones del cuerpo humano, ya en su estructura, ya en su función, ya en su correspondencia con los otros seres, rompiendo su más o menos precario equilibrio”, Medicina del México Antiguo, p. 15. En línea: http://www.facmed.unam.mx/sms/ temas/2010/09_sep_2k10.pdf (consultado 22-06-16). López Austin, por su parte, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, t. I, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2012, p. 300-301, sobre esta relación enfermedad-equilibrio, dice: “La polaridad equilibrio-desequilibrio afectaba distintos ámbitos: los naturales, los sociales y los divinos. El hombre, individuo de la especie en la que se conjugaban de manera armónica las fuerzas del cosmos, debía mantener el equilibrio para desenvolverse en el mundo en forma tal que su existencia y la de sus semejantes no se vieran lesionadas”.

[3] Por eso Tezcatlipoca recibe los títulos de monenequi, que significa, según Miguel León-Portilla, “El arbitrario” en “Oraciones a Tezcatlipoca en las pestilencias, hambrunas y guerras” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH,2006, vol. 37, 53-83. p. 75; Henry B. Nicholson lo llama moyocoyatzin, “dios caprichoso”, “Los principales dioses mesoamericanos” en Esplendor del México Antiguo, tomo I, 8ª edición, México, Editorial del Valle de México, 1992, p. 175; fray Juan de Torquemada, señala que Tezcatlipoca es “el que hace cuanto quiere, porque no tenía resistencia, ni contradicción su voluntad”, Monarquía indiana, t. III, México, UNAM-IIH, 1976, p. 71; Guilhem Olivier lo llama también tlanenequi, que significa: “él es envidioso, caprichoso, tiránico”, Tezcatlipoca. Burlas y Metamorfosis de un dios azteca, México, FCE, 2004, p. 41.

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España,  t. II, México, Conaculta, 2002, p. 477.

[5] López Austin, Cuerpo humano…, op. cit.,  t. I, p. 402.

[6] Sahagún, op. cit., t. I, p. 71.

[7] Ibid., t. I, p. 99.

[8] Ibid., p. 107.

[9] Ibid.,  p. 79.

[10] Ibid., p. 90.

[11] Viezca, op. cit.,  p. 21.

[12] Por razones de espacio sólo se hace mención del teyolia, una de las tres entidades anímicas, junto con el tonalli y el ihiyotl que poseen todos los seres humanos, los cuales producen el equilibrio y, por ende, la salud de los individuos, y cuyas perturbaciones afectan a los hombres. Son muy conocidas las enfermedades causadas por la pérdida del tonalli, véase López Austin, Cuerpo humano…, op. cit., t. I, p. 262.

[13] Ibid., p. 256. Cita también a fray Alonso de Molina para señalar la existencia de enfermedades como “tener vagidos o enfermedad que cubre al corazón” y la “gota coral [que] se refieren a una invasión de tinieblas, y éstas producían epilepsia según la creencia de los antiguos nahuas”, nota 144.

[14] Metztlicuallo: literalmente, “la luna es comida”, significando un eclipse lunar, una frase paralela a esto para el eclipse solar (ver nota 2 de este párrafo).

[15] Ibid., p. 167. El subrayado es mío.

[16] Ibid., p. 168-169.

[17] Ibid., p. 172.

[18] Ibid., p. 163.

[19] Hernando Ruiz de Alarcón, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España” en El alma encantada. Anales del Museo Nacional de México, México, Instituto Nacional Indigenista-FCE, 1987 y Jacinto de la Serna, Tratado de idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicería y otras costumbres gentilicias de las razas aborígenes de México, 2ª edición, notas de Francisco del Paso y Troncoso, México, Museo Nacional-Fuente Cultural, 1953.

[20] De la Serna, op. cit., versículo 80.

[21] Ibid., versículo 86.

[22] López Austin, Cuerpo humano…, op. cit., t. I, p. 284 y ss.

OBRAS CONSULTADAS

“EL TONALÁMATL DE LOS POCHTECAS (CÓDICE FEJÉRVÁRY-MAYER)” en Arqueología Mexicana, Edición Especial, México, Editorial Raíces-INAH, vol. 18, febrero de 2005.

LEÓN-PORTILLA, MIGUEL,“Oraciones a Tezcatlipoca en las pestilencias, hambrunas y guerras” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, 2006, vol. 37, p. 53-83.

LÓPEZ AUSTIN, ALFREDO, Textos de medicina náhuatl,  México, UNAM, 1984.

– Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, t. I, México, UNAM-IIA, 2012.

VIESCA TREVIÑO, CARLOSMedicina del México Antiguo. En línea:http://www.facmed.unam.mx/sms/temas/2010/09_sep_2k10.pdf

NICHOLSON, HENRY B., “Los principales dioses mesoamericanos en Esplendor del México Antiguo, t. I, 8ª edición, México, Editorial del Valle de México, 1992, p. 161-178.

OLIVIER, GUILHEM, Burlas y Metamorfosis de un dios azteca, México, FCE, 2004.

RUIZ DE ALARCÓN, HERNANDO, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España” en El alma encantada. Anales del Museo Nacional de México, México, Instituto Nacional Indigenista-FCE, 1987.

SAHAGÚN, FRAY BERNARDINO DE, Historia general de las cosas de Nueva España,  3 tomos, México, Conaculta, 2002.

– Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de   Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997.

– Primeros memoriales, edición facsimilar, fotografiado por Ferdinard Anders, Madrid-Oklahoma, University of Oklahoma Press-Patrimonio Nacional and the Real Academia de la Historia, 1993.

– Códice florentino, 3 tomos, edición facsimilar elaborada por el Gobierno de la República Mexicana, México, Archivo General de la Nación-Casa Editorial Giunti Barbera, 1979.

SERNA, JACINTO DE LA, Tratado de las supersticiones, idolatrías, hechicerías, ritos, y otras costumbres gentílicas de las razas aborígenes de México en Biblioteca Virtual Universal. En línea: http://www.biblioteca.org.ar/libros/89613.pdf

TORQUEMADA, FRAY JUAN DE, Monarquía Indiana. De los veinte y un libros rituales y Monarquía Indiana, con el origen de los indios occidentales, de sus poblazones, descubrimiento, conquista, conversión y otras cosas maravillosas de la mesma tierra, 7 vols., México, UNAM-IIH.

Entre la vida y la muerte: la medicina nahua prehispánica

I n t r o d u c c i ó n

Entre los fenómenos que más han polarizado las interpretaciones de los estudiosos del mundo mesoamericano en general y nahua en particular, se halla, sin la menor duda, el problema de las enfermedades y sus tratamientos médicos. En el pensamiento de estos pueblos, la relación dialéctica que asumen ambos factores sólo puede ser perceptible si se comprende dentro de su compleja cosmovisión, pues, únicamente a partir de ella es factible poder relacionar la magia y la religión con el desarrollo empírico que alcanzaron en el conocimiento de la naturaleza.

En una sociedad donde el pensamiento mítico lo envuelve todo, donde los elementos naturales y los fenómenos sociales se comprenden sólo bajo esta perspectiva, mito y realidad se confunden y fusionan, presentando una compleja red cuya interpretación sólo es válida si nos acercamos a los hombres que crearon esa visión única de su mundo. Es por eso que ante el problema de la enfermedad, los indígenas respondieron con las herramientas que su desarrollo y herencia cultural les permitieron, me refiero a la religión, al mito y a la magia, que envueltas en un profundo conocimiento de las propiedades curativas de plantas, animales y elementos inorgánicos, fusionados en interpretaciones sobrenaturales, alcanzaron adelantos extraordinarios[1] en la curación de los trastornos físicos y mentales que les aquejaban.

Es necesario advertir que los avances de la medicina y del conocimiento de las enfermedades que las culturas nahuas lograron no son, desde nuestra perspectiva, ni la panacea que hoy ciertos sectores indigenistas enarbolan[2] ni el pasaje cruel que acelera el trance entre la vida y la muerte, como pareciera señalar irónicamente Jacques Soustelle: “El mexicano que había logrado sobrevivir a la guerra, a la enfermedad (y a los médicos) y que llegaba” a ser anciano, “podía disfrutar durante sus últimos años de una vida apacible y llena de honores”.[3]

Lejos estamos en el Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano de emitir juicios de valor sobre los hechos históricos; nuestro objetivo es tratar de comprender al “otro”, al indígena en su contexto, a través de las huellas que nos dejó su pensamiento y acción. Debo señalar que es indispensable para lograr este objetivo, acercarnos a las obras de fray Bernardino de Sahagún,[4] del doctor Francisco Hernández,[5] del indígena Martín de la Cruz,[6] así como de Hernando Ruiz de Alarcón,[7] y Jacinto de la Serna[8] que conforman un rico repertorio de conocimientos sobre las enfermedades, tratamientos y significados dela medicina nahua, que actúa, en términos generales, para vencer el desequilibrio del cuerpo humano en relación con las diferentes fuerzas cosmológicas, es decir la enfermedad.[9]

Los términos ticitl, “médico”, cocolitztli o ixcocoliztli, “enfermedad”, según Francisco Javier Clavijero y Alonso de Molina, respectivamente,[10] ixpatli, enfermedad y hasta los de nahualli, “brujo, hechicero, nigromántico” y, según Alfredo López Austin: “ser que puede transformarse en otro [que] puede separarse de su ihíyotl mismo”,[11] tlacatecolotl, “hombre búho” y algunos más, mucho más especializados, formarán parte del lenguaje de los ensayos que ponemos a su consideración y cuya temática versa alrededor de las causas y orígenes de las enfermedades, los médicos, la medicina (herbolaria) y los nahuales malos.

Julio César Morán Álvarez

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Considero “extraordinario” el hecho que sin conocer las propiedades químicas de los componentes de los elementos naturales que utilizaron para enfrentarse a las enfermedades, hayan logrado avances en este campo que ni en las culturas occidentales se habían logrado.

[2] Ante esta polarización Alfredo López Austin señala que “los juicios acerca de los logros de la medicina indígena han sido por lo regular […] tremendamente exagerados. O se afirma la existencia de curas milagrosas, de hierbas con propiedades extraordinarias, o se niega a los indígenas la capacidad intelectual suficiente para haber obtenido un elemental conocimiento de los efectos de los simples [sic] sobre el organismo”, Textos de medicina náhuatl, México, UNAM, 1984, p. 12.

[3] Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas, México, FCE, 1980, p. 197.

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J.O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman,Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997. Traducción del inglés al español por parte del Seminario Permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del Siglo XVI novohispano; Códice florentino, 3 tomos, edición facsimilar elaborada por el Gobierno de la República Mexicana, México, Archivo General de la Nación-Casa Editorial Giunti Barbera, 1979, y la Historia general de las cosas de Nueva España, 3 tomos, México, Conaculta, 2002.

[5] Francisco Hernández, Obras completas, 6 tomos, México, UNAM, 1984.

[6] Martín de la Cruz, Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, traducción de Juan Badiano, facsímil, México, FCE, 1991.

[7] Hernando Ruiz de Alarcón, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España” en El alma encantada. Anales del Museo Nacional de México, México, Instituto Nacional Indigenista-FCE, 1987.

[8] Jacinto de la Serna, Tratado de idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicería y otras costumbres gentilicias de las razas aborígenes de México, 2ª edición, notas de Francisco del Paso y Troncoso, México, Museo Nacional-Fuente Cultural, 1953.

[9] Véase Carlos Viesca Treviño, Medicina del México Antiguo. En línea: http://www.facmed.unam.mx/sms/ temas/2010/09_sep_2k10.pdf (consultado 22-06-16).

[10] Ambas definiciones pueden consultarse en Gran diccionario náhuatl. En línea: http://www.gdn.unam.mx, (consultado 22-06-16).

[11]  Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas,  t. I, México, UNAM, 1984, p. 294.