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Entre la vida y la muerte II

LOS MÉDICOS DEL MUNDO NAHUA

Parece poco probable la existencia de un grupo humano en el cual no hayan existido ciertos individuos que se ocuparan de los males que afectaban a sus integrantes, esto es, aquellos que cumplían funciones de médicos, curanderos, herbolarios o brujos. Entre los grupos nahuas esos individuos tenían muy diversas denominaciones, así como muy variadas eran las causas que originaban esos males y enfermedades. Aunque algo era ineludible, detrás de cualquier trastorno, mal o enfermedad de algún hombre, directa o indirectamente estaba la intervención de los dioses o de sus asistentes y auxiliares, según sus creencias.

Como fue expuesto en la entrega sobre el origen y causas de las enfermedades, los nahuas además daban mucha importancia a la magia y las personas que la practicaban, como también a la presencia de una entidad anímica en todas las cosas que los rodeaban: rocas, corrientes y depósitos de agua, animales, plantas, alimentos, hierbas y aún en las medicinas. Por eso, los médicos debían estar preparados para diagnosticar el origen de las enfermedades y realizar los procedimientos adecuados a cada caso, para vencerlas y así ayudar al enfermo.

Dada esa pluralidad de origen, hubo médicos nahuas que actuaron con conocimientos, procedimientos y medicinas empíricas, entendiéndose por empírico el conocimiento que es producto del repetido contacto con la realidad en un tema específico y la asimilación de su resultado como experiencia. Otros actuaron sobre algunas enfermedades sólo por procedimientos mágicos dado que entendían que el origen era resultado de prácticas de magos o hechiceros. Unos más, si no la mayoría, utilizaban plegarias a los dioses o conjuros, dando como resultado que todo acto médico podía ser una mezcla de conocimiento empírico, magia y religión. Al respecto Alfredo López Austin ofrece una clasificación en cuatro grupos de acuerdo con la diferente participación de estos componentes:

los dedicados al descubrimiento y curación de los males que tenían por origen una influencia sobrenatural y que usaban, -claro está-procedimientos mágicos; los que curaban por medios empíricos, independientemente de la posibilidad de auxiliarse de oraciones; los que ligaban estrechamente ambos medios, y los que pretendían curar sólo por medios mágicos.[1]

Las denominaciones más generales de los médicos en la lengua náhuatl son: ticitl[2] con plural titicih y la de tepahtiaini, esta última, una forma derivada del verbo pahtia con el significado de curar, medicar, dar una medicina, restaurar. El verbo a su vez deriva de la palabra pahtli, que denota hierba medicinal o de forma general, medicina.

En el ticitl se hallaban integrados los aspectos clínicos de la actividad médica como la entendemos hoy, con las actividades que actualmente clasificaríamos como quirúrgicas. Había una tendencia a que cierto grupo de actividades (y no todas) fuera realizado por un grupo de individuos y otras por diferentes grupos de médicos. El hecho, como veremos más adelante, de tener cada tipo de médico una denominación propia en el lenguaje, remarca la tendencia a la especialización.

Algo importante que se señala en numerosas fuentes es que los titicih podían ser hombres o mujeres y que los hombres atendían hombres y las mujeres atendían mujeres; sin embargo, Alfredo López Austin apunta que en algunos casos, como en el de la sangría, el ticitl (tezoani) siempre era un hombre. En este acto, el médico, antes del procedimiento en sí, realizaba un dibujo sobre el brazo, el cual cumplía con una función mágica. Para tratar una disentería, el actuante también hacía un dibujo en la cabeza en forma de serpiente y debía ser hombre si el paciente era mujer y debía ser mujer, si por el contrario, el paciente era un hombre.[3]

En cuanto a la formación de los titicih, Francisco Javier Clavijero, el historiador jesuita novohispano, refiere que la formación médica era de manera empírica, en un esquema de maestro-aprendiz; generalmente el aprendizaje era de padre a hijo.[4] Este dato apoya el hecho de que se diera la especialización, pues el aprendiz se formaba en la misma línea de conocimiento y actuación de su maestro. Otro hecho que se deriva de esto es que los titicih siempre fueran de edad media a avanzada. Este rasgo estaba impuesto por el método de aprendizaje, a diferencia de lo que sucedería si se hiciera en una escuela con varios maestros y múltiples experiencias. Es claro que la formación en el Calmecatl estaba centrada en artes, religión y estrategia militar, pero en las fuentes no constatamos de forma definida que en ellos se enseñaran aspectos de medicina y si esto existió, estaría destinado a la formación de sacerdotes que realizaban actos de curación asociados con la deidad a la cual atendían.

Los actos médicos de alguna manera estaban pautados y, desde el punto de vista social, tipificados en el bien conocido esquema que los clasifica en ‘buenos y malos médicos’ de acuerdo con los informantes de Sahagún, que aparece en el capítulo ‘De los vicios y virtudes’ del Libro X del Códice florentino:

El buen medico es entendido buen conocedor delas propiedades de yervas, piedras arboles, e rayzes, experimentado en las curas. El que también tiene por officio saber concertar los huesos, purgar, sangrar, y sajar, y dar puntos al fin librar dela muerte.

El mal medico, es burlador y por ser in abil, en lugar de sanar empeora a los enfermos con el brevaje, que les da. y aun a las vezes vsa echizerias, o supersticiones por dar dentender que haze buenas curas.[5]

Este esquema sugiere la influencia del pensamiento europeo de los frailes entrevistadores y seguramente del formato preestablecido para las preguntas.

Médicos que actuaban principalmente por métodos empíricos (aunque éstos podían estar matizados con plegarias o algún conjuro).

Tepahtiani: Era el médico, curandero o herbolario cuya modalidad principal y el arsenal terapéutico consistían en el uso de hierbas medicinales y también pahtli (medicina preparada) que podía contener componentes minerales e incluso de origen animal, aunque esto último era menos frecuente. El conocimiento era el derivado de una constante observación y la práctica con plantas para tratar enfermedades, acumulado por generaciones y trasmitido por tradición oral. Cabe señalar, que el uso de las plantas al parecer estaba basado en la creencia de que aquellas alojaban algún tipo de elemento mágico, que era el que actuaba y no porque poseyera algún componente físico con una propiedad utilitaria.

FIG 1, ENTRADA DAVID

Fig. 1. Recolectores de pahtli, hierbas medicinales y tratamientos.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 172r.

Esta acción no se limitaba al procedimiento de tipo empírico, sino que podía estar acompañada de una plegaria a alguno de los dioses o por algún conjuro mágico.

Tlamatqui ticitl o Temixihuitiani: Era quien atendía no a una enferma, sino a la que albergaba en su vientre a otro ser quien debía llegar por buen camino a este mundo. Atendía a la mujer varias veces antes del parto; en la oscuridad del temazcalli palpaba a la relajada madre para verificar que el niño estaba en una buena posición. El temazcalli era como una creación a escala del vientre materno: oscuro, cálido y en cuyo interior se podía sentir el latido de nuestro corazón.

FIG. 2, ENTRADA DAVID

Fig. 2. Tlamatquiticitl, partera.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. II, Libro VI, fol. 130v.

La ticitl sabía que estaba bajo el influjo de Tocih, “Nuestra abuela” o quizá hasta que era observada por ella, “la diosa de los baños de vapor”. Llegado el momento del parto, se encargaba del procedimiento médico, recibía al niño, cortaba el cordón y procuraba los primeros cuidados al recién nacido. Como era de esperarse, su actuación médica estaba acompañada de rezos a la diosa Tocih y súplicas a Tlazolteotl, otra de sus advocaciones y su patrona.

Ticitl que atendía fracturas de huesos: En este caso puede hacerse patente el acto manual como médico, por el cual palpaba, traccionaba para alinear el hueso con el eje del miembro, hacía compresión. Luego aplicaba una pasta de raíz de acocohtli y nohpalli (nopal); encima colocaba un material para acolchar, formado por plumas y una tela y sobre todo eso, cuatro huapaltontli (tablillas), para hacer una especie de férula con objeto de inmovilizarlo.[6] Pero no podía faltar una acción mágica, al colocar las tablillas, el ticitl iba recitando fórmulas como aquella que menciona a las codornices que atacan los fragmentos que se producen cuando Quetzalcoatl viaja al inframundo para obtener los huesos de los hombres de otros “soles”; cae y aquellos se rompen.

Texoxotlaticitl, cirujano; literalmente “el médico que hace incisiones a la gente”: Con respecto a los cirujanos, Francisco Javier Clavijero señalaba: “Por lo que mira a la cirugía de los mexicanos, los mismos conquistadores deponen de su prontitud y felicidad en curar las heridas”.[7]

Los cirujanos daban puntadas a las heridas, utilizando como material de sutura cabellos limpios, luego sobre la herida colocaban bálsamos, piciyetl (tabaco) o la hierba itzontecpahtli; en sitios muy sensibles, como labios o nariz, las cubrían con miel y sal o con savia del agave.[8]

FIG. 3 ENTRADA DAVID

Fig. 3 Ticitl que atiende mordedura de una víbora.

Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 80v.

Había titicih que trataban el pterigion (la carnosidad de los ojos). Para eso, hacían una incisión en la membrana conjuntiva y luego traccionaban la zona de aspecto carnoso y engrosado, utilizando una espina; al final, aplicaban leche de mujer con una hierba llamada chichicaquilitl.[9] Los abscesos y panadizos los trataban aplicando tempranamente una mezcla de tenextli (cal) y piciyetl (tabaco), para conseguir que ‘maduraran’; luego hacían una incisión en cruz y drenaban el pus; lavaban con orina y después aplicaban ocotzol (resina de pino, trementina).[10] También practicaban entre muchas otras cirugías, la xipinehuayotequiliztli, nombre muy descriptivo para la circuncisión, literalmente “corte de la piel del pene”.

Hubo un ticitl que se especializaba en curar el emponzoñamiento del colotl (alacrán): Comprendía un procedimiento empírico consistente en aplicar presión alrededor de la parte afectada para que no se dispersara el veneno hacia la circulación, además de colocar el piciyetl (tabaco). Este caso está fuertemente matizado con un componente mágico, un conjuro en que se entonan las palabras que describen la situación de un personaje mítico (Yapan) quien se hallaba en penitencia y abstinencia, pero termina seducido por la diosa Xochiquetzal; como castigo es decapitado y convertido en alacrán. Además el conjuro es recreado con movimientos y actuación de lo narrado en el mito.[11]

Titicih que en su acto médico se valían con preferencia o exclusivamente de procedimientos mágicos.

Antes de dar sólo algunos ejemplos, es necesario recalcar que según la manera como entendían su mundo, su entorno y su propio cuerpo, los nahuas se sentían en cada momento vulnerables a la acción de algunos dioses caprichosos y vengativos, a las entidades mágicas de la naturaleza, a la magia de hechiceros y a innumerables fuerzas que podían afectar sus propias entidades anímicas. En el cuerpo, de arriba hacia abajo, estas entidades estaban ubicadas así: El tonalli estaba alojado en la cabeza y era interpretado como una irradiación o calor que entraba al niño al momento de su nacimiento; el teyolia se ubicaba en el corazón y debió de entenderse como algo líquido; por último, el ihiyotl, estaba en la parte inferior, la cual se describe como un aliento, frío y fétido. La acción de una fuerza externa, natural, accidental o inducida podía dañar directamente, generar un desequilibrio o hacer perder el tonalli, alterar el teyolia y el ihiyotl, o producir un desbalance entre ellas con consecuencias dañinas variables, hasta el grado sumo de la muerte.

A este respecto, existían titicih que tenían como función atender algunas de estas situaciones, casi siempre en niños. Especialmente el mal llamado “susto”, dado por una brusca e intensa impresión que ocasionaba la pérdida del tonalli. Brevemente mencionaremos algunos de estos médicos señalados por Alfredo López Austin:[12] el tetonalmacani, literalmente “el que da el tonalli a la gente”, quien pedía al Sol la restitución del tonalli y lo completaba dibujando una raya en la frente con la hierba “tlacopahtli” y el tetonaltiqui, quien realizaba una acción similar.

Otros titicih que decididamente cumplían actos dentro del margen de la magia son el tetlacuicuiliqui, “el que saca algo de la gente”, quien usaba la planta iztauhyatl (estafiate) la cual masticaba y luego la aplicaba a la parte enferma y después hacía ver al paciente que estaba sacando materiales (papel, madera, piedras) de la zona afectada. Otro era el techichinani, “el que chupa a alguien”; previamente también masticaba el iztauhyatl y luego lo aplicaba con la boca a la zona enferma, chupaba y extraía sangre, pus o materiales extraños.[13]

El ticitl cumplía una importantísima función dentro de su comunidad, ya que al curar a un enfermo reforzaba elementos fundamentales del entramado social: ya fueran macehualtin (hombres comunes), guerreros o incluso nobles dirigentes. Sin embargo, era un marcador de la sociedad nahua el que el bien y el renombre personal estuviesen siempre supeditados al comunal y colectivo. Así, pocas veces se encuentra su historia atiborrada de imágenes personales.

No obstante, sería injusto aquí no hacer mención, aunque de manera muy breve, de un personaje que quizá no por su búsqueda e interés, sino por su genuino saber, trabajo y perseverancia, logró pasar a la historia como un gran ticitl del siglo XVI, se trata de Martín de La Cruz, nacido en el barrio de Santiago en Tlatelolco, con aparente ascendencia noble, de entrada edad. Ejerció como médico en su localidad, atendió niños en el Colegio de Santa Cruz y, por algunas circunstancias de la vida que le relacionaron con el Virrey de la época, Don Antonio de Mendoza, fue encargado en 1552 de elaborar un compendio de enfermedades y sus tratamientos, el cual sería enviado como regalo al rey. Una vez completado, fue traducido al latín por Juan Badiano de Xochimilco, lo que hoy conocemos como Libellus de medicinalibus indorum herbis o Códice La Cruz-Badiano.

Para finalizar diremos que el ticitl era, en el fondo, un humano como cualquier otro, que caminaba en la senda entre la vida y la muerte, dos instantes en un mismo proceso, contrarios, pero no excluyentes.

Dr. David Saúl Astros Matamoros

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7,1967, p. 107,108.

[2] El significado de ésta y todas las 35 palabras en náhuatl que aparecen en este documento, puede ser verificado y ampliado en el Gran Diccionario Náhuatl. En línea: www.gdn.unam/mx (consultado 20-06-16).

[3] López Austin, op. cit., p.110.

[4] Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, 4ª edición, México, Porrúa, 1974, Libro VII, p. 207.

[5] Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, edición facsimilar, México, Gobierno de la República-Archivo General de la Nación, 1979, Libro X, fol. 20r.

[6] Ibid., fol. 111v, 112r.

[7] Clavijero, op. cit., Libro VII, p. 264.

[8] Sahagún, op. cit., fol. 101r.

[9] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, t. II, México, CONACULTA, 2000, Libro X, p. 639.

[10] Ibid, p. 637.

[11] Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark: /59851/bmcdn423 (consultado 21-06-16).

[12] López Austin, op. cit., p. 108.

[13] Ibid., p. 110.

FUENTES DE CONSULTA

Clavijero, Francisco Javier, Historia Antigua de México, 4ª edición, México, Porrúa, 1974.

Gran Diccionario Náhuatl. En línea: www.gdn.unam/mx

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 7, 1967, p. 87-117.

Ruiz de Alarcón, Hernando, Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España, notas, comentarios y un estudio de Francisco del Paso y Troncoso. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcdn423 (consultado 20-06-16).

Sahagún, fray Bernardino de, Códice florentino, 3 tomos, copia facsimilar de los manuscritos 218, 219 y 220 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea-Laurenziana, México, Gobierno de la República Mexicana-Archivo General de la Nación, 1979.

– Historia General de las Cosas de Nueva España, 3 tomos, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, CONACULTA, 2000.

Viesca Treviño, Carlos, Historia de la Medicina en México. En línea: http://www.facmed.unam.mx/sms/temas/2010/09-sep-2k10.pdf (consultado 21-06-16).

  • – …Y Martín de La Cruz, autor del Códice de la Cruz Badiano, era un médico tlatelolca de carne y hueso. En línea: www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn25/474.pdf (consultado 24-06-16).

Entre la vida y la muerte: la medicina nahua prehispánica

I n t r o d u c c i ó n

Entre los fenómenos que más han polarizado las interpretaciones de los estudiosos del mundo mesoamericano en general y nahua en particular, se halla, sin la menor duda, el problema de las enfermedades y sus tratamientos médicos. En el pensamiento de estos pueblos, la relación dialéctica que asumen ambos factores sólo puede ser perceptible si se comprende dentro de su compleja cosmovisión, pues, únicamente a partir de ella es factible poder relacionar la magia y la religión con el desarrollo empírico que alcanzaron en el conocimiento de la naturaleza.

En una sociedad donde el pensamiento mítico lo envuelve todo, donde los elementos naturales y los fenómenos sociales se comprenden sólo bajo esta perspectiva, mito y realidad se confunden y fusionan, presentando una compleja red cuya interpretación sólo es válida si nos acercamos a los hombres que crearon esa visión única de su mundo. Es por eso que ante el problema de la enfermedad, los indígenas respondieron con las herramientas que su desarrollo y herencia cultural les permitieron, me refiero a la religión, al mito y a la magia, que envueltas en un profundo conocimiento de las propiedades curativas de plantas, animales y elementos inorgánicos, fusionados en interpretaciones sobrenaturales, alcanzaron adelantos extraordinarios[1] en la curación de los trastornos físicos y mentales que les aquejaban.

Es necesario advertir que los avances de la medicina y del conocimiento de las enfermedades que las culturas nahuas lograron no son, desde nuestra perspectiva, ni la panacea que hoy ciertos sectores indigenistas enarbolan[2] ni el pasaje cruel que acelera el trance entre la vida y la muerte, como pareciera señalar irónicamente Jacques Soustelle: “El mexicano que había logrado sobrevivir a la guerra, a la enfermedad (y a los médicos) y que llegaba” a ser anciano, “podía disfrutar durante sus últimos años de una vida apacible y llena de honores”.[3]

Lejos estamos en el Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano de emitir juicios de valor sobre los hechos históricos; nuestro objetivo es tratar de comprender al “otro”, al indígena en su contexto, a través de las huellas que nos dejó su pensamiento y acción. Debo señalar que es indispensable para lograr este objetivo, acercarnos a las obras de fray Bernardino de Sahagún,[4] del doctor Francisco Hernández,[5] del indígena Martín de la Cruz,[6] así como de Hernando Ruiz de Alarcón,[7] y Jacinto de la Serna[8] que conforman un rico repertorio de conocimientos sobre las enfermedades, tratamientos y significados dela medicina nahua, que actúa, en términos generales, para vencer el desequilibrio del cuerpo humano en relación con las diferentes fuerzas cosmológicas, es decir la enfermedad.[9]

Los términos ticitl, “médico”, cocolitztli o ixcocoliztli, “enfermedad”, según Francisco Javier Clavijero y Alonso de Molina, respectivamente,[10] ixpatli, enfermedad y hasta los de nahualli, “brujo, hechicero, nigromántico” y, según Alfredo López Austin: “ser que puede transformarse en otro [que] puede separarse de su ihíyotl mismo”,[11] tlacatecolotl, “hombre búho” y algunos más, mucho más especializados, formarán parte del lenguaje de los ensayos que ponemos a su consideración y cuya temática versa alrededor de las causas y orígenes de las enfermedades, los médicos, la medicina (herbolaria) y los nahuales malos.

Julio César Morán Álvarez

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Considero “extraordinario” el hecho que sin conocer las propiedades químicas de los componentes de los elementos naturales que utilizaron para enfrentarse a las enfermedades, hayan logrado avances en este campo que ni en las culturas occidentales se habían logrado.

[2] Ante esta polarización Alfredo López Austin señala que “los juicios acerca de los logros de la medicina indígena han sido por lo regular […] tremendamente exagerados. O se afirma la existencia de curas milagrosas, de hierbas con propiedades extraordinarias, o se niega a los indígenas la capacidad intelectual suficiente para haber obtenido un elemental conocimiento de los efectos de los simples [sic] sobre el organismo”, Textos de medicina náhuatl, México, UNAM, 1984, p. 12.

[3] Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas, México, FCE, 1980, p. 197.

[4] Fray Bernardino de Sahagún, Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J.O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman,Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1997. Traducción del inglés al español por parte del Seminario Permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del Siglo XVI novohispano; Códice florentino, 3 tomos, edición facsimilar elaborada por el Gobierno de la República Mexicana, México, Archivo General de la Nación-Casa Editorial Giunti Barbera, 1979, y la Historia general de las cosas de Nueva España, 3 tomos, México, Conaculta, 2002.

[5] Francisco Hernández, Obras completas, 6 tomos, México, UNAM, 1984.

[6] Martín de la Cruz, Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, traducción de Juan Badiano, facsímil, México, FCE, 1991.

[7] Hernando Ruiz de Alarcón, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España” en El alma encantada. Anales del Museo Nacional de México, México, Instituto Nacional Indigenista-FCE, 1987.

[8] Jacinto de la Serna, Tratado de idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicería y otras costumbres gentilicias de las razas aborígenes de México, 2ª edición, notas de Francisco del Paso y Troncoso, México, Museo Nacional-Fuente Cultural, 1953.

[9] Véase Carlos Viesca Treviño, Medicina del México Antiguo. En línea: http://www.facmed.unam.mx/sms/ temas/2010/09_sep_2k10.pdf (consultado 22-06-16).

[10] Ambas definiciones pueden consultarse en Gran diccionario náhuatl. En línea: http://www.gdn.unam.mx, (consultado 22-06-16).

[11]  Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas,  t. I, México, UNAM, 1984, p. 294.