De sacrificios, fantasmas y apariciones: el miedo en la cultura nahua II

Las apariciones y fenómenos nocturnos del mundo nahua

Aline Gallegos Méndez

Julio Adrian Pérez Rivas

La noche posee características misteriosas para la percepción del hombre, puesto que, en ese período de tiempo, el entorno en que se desarrolla la vida es muy distinto al del día; los animales nocturnos son otros, las actividades humanas son pocas y diferentes a las del día, la sensibilidad ante los fenómenos que ocurren es más fuerte, lo que produce temor ante  situaciones desconocidas o de peligro. En este sentido, podemos comprender que las explicaciones fantásticas que se producen en la imaginación de los hombres son el primer intento por explicar qué y por qué ocurren ciertos fenómenos durante la noche.

     Dentro de las sociedades nahuas, así como también ocurrió en muchos otros pueblos primigenios, surgió esta necesidad de comprender y explicar el medio en que se desarrollaban, de manera que pudieran organizar de forma eficiente su vida comunal. La noche era un fenómeno que, aunque ocurría diariamente, representaba una serie de misterios, conllevaba diversos peligros y se le relacionaba con aspectos de mal augurio. En este contexto, durante la noche ocurría una serie acontecimientos que en primera instancia resultaban ininteligibles para el hombre nahua, por lo que le producían miedo, reacción humana propia del instinto.

      Las sociedades prehispánicas, cuyo pensamiento era mítico, no explicaban los hechos de la vida y los fenómenos de la naturaleza de manera científica, su lógica se articulaba en forma diferente. Comprendían y asimilaban su entorno a partir de un sistema de creencias construido a través del tiempo, basado en la experiencia, que reproducía y representaba las diversas tradiciones y costumbres: su cosmovisión. Al respecto, Alfredo López-Austin menciona:

En efecto, todos construimos la cosmovisión. Lo hacemos constantemente, en los más diversos ámbitos de nuestras acciones y reflexiones. Nuestra colaboración es en buena parte racional; pero, paradójicamente, no somos conscientes de ella. Al externar nuestras ideas, al recibir las de nuestros semejantes, participamos en un proceso milenario de selección, abstracción y sistematización del pensamiento. En cada uno de nuestros diálogos  elegimos vías lógicas de comunicación y formulamos, también lógicamente, nuestros juicios, opiniones, propuestas y argumentos. Los diálogos, inmensamente multiplicados en la colectividad, contrastados, depurados por la lógica, se van incrustando en el gran sistema que llamamos cosmovisión, y el producto va cargado de la historia que nos transforma cada día.[1]

      El temor a lo desconocido es uno de los más arraigados en la naturaleza humana. Cuando el hombre de las sociedades nahuas se hallaba frente a un fenómeno nocturno que no podía explicar de manera inmediata, originaba una primera respuesta basada en el miedo, es decir, irracional en primera instancia. Actualmente, también sabemos que el miedo produce otros efectos biológicos y psicológicos en el hombre, y que esta experiencia, relacionada también con diversos factores sociales,  puede resultar desagradable.

      Para el hombre prehispánico este miedo durante las noches se produce por la presencia o influencia de alguna fuerza superior ajena al mundo común, propia de los dioses o entes divinos. La experiencia de estos fenómenos puede difundirse entre las sociedades a través de la tradición oral, por lo que se generan ciertas explicaciones y creencias sobre el hecho. Así,  a través de las fuentes novohispanas, conocemos diversos augurios que se tenían en torno a estas manifestaciones que ocurrían en la noche.

      En la religión nahua, las deidades eran seres que actuaban sobre la vida de los hombres y tenían la cualidad  de ocupar,  aún con sólo una  parte de su esencia, lugares, momentos y tiempos diferentes para influir de esta forma en  la vida humana:

La posibilidad de los dioses de estar simultáneamente en varios lugares se explica por una de las características que los mesoamericanos atribuían a la sustancia divina: podía dividirse y distribuirse en el cosmos […] La sustancia divina mantenía los vínculos entre sus partes a pesar de la división y estas podían reintegrarse a su origen.[2]

A través de los elementos del medio natural, las deidades dejaban sentir su fuerza sobre la vida cotidiana del hombre por medio de los fenómenos nocturnos, asimismo, los dioses buscaban elementos con los que tuviesen mayor afinidad para manifestarse a través de ellos. Absolutamente toda creación del mundo material tenía procedencia divina, pues adquiere esta característica de divinidad en el llamado “tiempo mítico”, en los albores de su nacimiento. Así,  cuando el hombre nahua presenciaba un encuentro con algún animal, entidad sobrenatural, sonido o situación, lo entendía como la fuerza del dios actuando durante la noche:

las criaturas deben sus particularidades esenciales y sus regularidades específicas a las diversas características “originales” de cada uno de los dioses […] cada dios actúa de una manera peculiar ante determinadas circunstancias.[3]

      Además, los dioses tenían la capacidad de transformarse o de poseer nahuales, por lo que sus manifestaciones en diversos contextos sociales se podían multiplicar. Es por esto que, si se encontraba de noche a un ente o animal específico, se pensaba que era el mismo dios que había cambiado de forma y tomaban augurios sobre su aparición.

Creian en aves nocturnas, especialmente en el buho, y en los mochuelos y lechuzas y otras semejantes aves. Sobre la casa que se asentaban y cantaban, decian era señal que presto habia de morir alguno de ella. Tambien tenian los mismos agüeros en encuentros de culebras y alacranes, y de otras muchas sabandijas que andan rastreando por la tierra, y entre ellas de cierto escarabajo que llaman pinauiztli.[4]

Estos animales “rastreros”, junto con las lechuzas y búhos, mencionados por fray Gerónimo de Mendieta, están fuertemente asociados con el inframundo y con el dios que resguarda este lugar, Mictlantecuhtli. Por su parte, fray Toribio de Benavente, “Motolonía”, comenta que “creían en mil agüeros y señales, ansí como en aves nocturnas, e principalmente tenían mucho agüero en el búho, al cual llaman tecolutcatl”.[5]

      El mal agüero que producía el búho, es uno de los más comunes en las fuentes, también uno de los más terribles, pues sentenciaba la muerte de quien se hallaba enfermo. En diversas láminas del Códice Borgia se puede confirmar que el búho o tecolote no sólo está asociado con Mictlantecuhtli, sino que se trata de uno de sus nahuales más representativos. Es por esto que para el hombre de la sociedad nahua, hallar de noche a esta ave no era una casualidad, y su canto se creía que no era cosa natural, sino que tanto lo uno como lo otro eran manifestaciones de la presencia del dios del inframundo que dictaba un funesto hado próximo a cumplirse.

       La mayoría de los augurios, apariciones o sucesos nocturnos tienen una connotación negativa y ésta puede ser de tal magnitud que afecta no sólo al individuo que lo presenció sino también a algún integrante de su familia, sobre todo si se hallaba convaleciente. A continuación se muestran diversos ejemplos de los fenómenos nocturnos y de las causas que los generan y las principales deidades con quienes se asocian.

Sobre las apariciones de la noche

En una sociedad como la prehispánica, cuya mitología era fundamento primordial de su religión y que a través de ésta se explicaban gran parte de las cosas que sucedían en la vida de los hombres, es comprensible que seres fantásticos, monstruosos, con propiedades mágicas y que podían afectar la vida de los seres humanos, poblasen por la noche los caminos, los valles, montes y montañas.

       La relación entre el día y la noche para los mesoamericanos se ligaba en términos de lucha constante, de opuestos complementarios, por lo que este vínculo entre la luz y la obscuridad también se articulaba en términos de vida y muerte. La asociación de la obscuridad y la muerte con la noche nos permite explicar, en cierto modo, por qué los relatos que se vinculan con la noche están cargados de elementos negativos como el miedo, el temor y los malos presagios, aunque en algunas ocasiones el agüero del fenómeno podría favorecer al afectado, siempre que fuera un “hombre valiente”. Fray Bernardino de Sahagún registró muchos de estos eventos relacionados con el ámbito nocturno, así como los agüeros que se relacionan con sus apariciones fantásticas:

En los tiempos pasados antes que viniesen los españoles a esta tierra, los naturales de ella tenían muchos agüeros por donde adivinaban las cosas futuras. El primer agüero de éstos es que, cuando alguno oía en las montañas bramar alguna fiera, o algún sonido hacía zumbido en los montes o en los valles, luego tomaba mal agüero, diciendo que significaba algún infortunio o desastre que le había de venir en breve o que había de morir en la guerra o de enfermedad, o que algún desastre o infortunio habría de venir, de que le habían de hacer esclavo a él o alguno de sus hijos o que alguna desventura había de venir por él o por su casa. Habiendo oído este mal agüero, luego iba a buscar a aquellos que sabían declarar estos agüeros, a los cuales llamaban tonalpouhque, y este agorero o adivino consolaba y esforzaba a este.[6]  

Como podemos ver en la cita anterior, el carácter mítico de las explicaciones del suceso y de su agüero se vincula directamente con las creencias religiosas, por lo que es necesaria la intervención de un hombre con posibilidad de comunicarse con los dioses, de esta manera la figura del hechicero o brujo, además del sacerdote, funciona como una especie de intermediario para poder sanar este tipo de enfermedad espiritual: el espanto.

      Por su parte, mencionaremos brevemente y manera muy general las apariciones nocturnas relacionadas con Tezcatlipoca, ya que la próxima entrada de esta serie de publicaciones tratará específicamente sobre dicho tema. Podemos comentarles, como un pequeño adelanto, que estas apariciones en todos los casos presagiaban un mal destino, sus agüeros estaban relacionados con la muerte, esclavitud, pérdida de la libertad, enfermedad, un futuro incierto pero desfavorable o la presencia muy próxima de algún peligro. Sin embargo, también se menciona que se podía cambiar, y que el destino podría ser favorable dependiendo de quién se encontrase con la aparición, por lo que la valentía (relacionada con la guerra) era una virtud capaz de vencer a los propios “fantasmas”.

      En relación con los caminos, conocemos, a través de los mitos, que eran lugares propicios para encontrarse con elementos fantásticos y que debido a su ubicación y condiciones naturales producían temor en los caminantes o viajeros. La encrucijada es uno de los elementos con connotaciones sobrenaturales más mencionado y representado. Al respecto Patrick Johansson menciona:

todas las culturas del mundo han presentido la importancia simbólica de las encrucijadas, y en los horizontes más distintos se edificaron altares, templos, obeliscos en la convergencia de ejes cardinales o en las encrucijadas. En el México precolombino, el descenso en la dimensión sustancial del inframundo se situaba en los cruces de ejes cardinales o de caminos donde merodeaban por las noches, las temibles Cihuateteteo.

     Así como las Cihuateteo, mujeres muertas en el primer parto y convertidas en diosas, que asustaban a la gente en los caminos por las noches, había otras apariciones en los senderos, tales como lobos, coyotes, búhos y lechuzas, que se creía provocaban malos agüeros. Aunque el búho por sí solo producía temor a la gente, se pensaba que un ser monstruoso habitaba las tierras, cuya apariencia era una mezcla entre el hombre y este animal, poseía ambas naturalezas: el tlacatecolotl. Gerónimo de Mendieta lo describe de esta manera:

Lo que los indios en su infidelidad tenian por demonio, no era ninguno de estos (aunque tan fieros y mal agestados, que realmente lo eran), sino á una fantasma ó cosa espantosa que á tiempos espantaba á algunos, que á razon seria el mismo demonio; y á esta fantasma llamaban ellos Tlacatecolotl, que quiere decir “persona de buho ó hombre que tiene gesto á parecer de búho”, la cual diccion componen de tlacatl que es “persona” y tecolotl que quiere decir “búho” porque como el buho les parecia de mala catadura, y aun de oir su triste canto se atemorizaban de noche, y hoy dia muchos de ellos se atemorizan y lo tienen por mal agüero, á esta causa aplicaban su nombre á aquella temerosa fantasma que á veces aparecia á algunos y los espantaba; y no ha dejado de aparecer y espantar á algunos indios despues de cristianos en aquella forma y en otras muchas.[7]

 

A manera de conclusión…

Sin duda, podemos decir que en la cosmovisión mesoamericana y  particularmente en la de los pueblos nahuas, los sucesos nocturnos, asociados con elementos míticos, se explican por medio de un complejo proceso de asimilación que realiza el hombre sobre la naturaleza que lo rodea, y que no corresponde al que hoy proporciona el razonamiento lógico. Dicho proceso está inscrito en  ciertos parámetros propios de su sistema de creencias, producto de una construcción ideológica cotidiana que cambia junto con la sociedad que la genera.

      El peso ideológico que este tipo de manifestaciones tenía en las sociedades nahuas es fundamental, prueba de ello es que en el magnífico compendio de fray Bernardino de Sahagún encontramos todo un libro dedicado a las apariciones y agüeros de la cultura nahua, pero también hallamos disperso este tipo de descripciones en toda la obra del franciscano, e incluso en otros textos novohispanos, como los de “Motolinía”, Mendieta o fray Diego Durán, donde los fenómenos nocturnos también pueblan sus páginas.

    Así pues, podemos concluir que en esta sociedad mítica las explicaciones de los sucesos nocturnos, en primera instancia incomprensibles, se componen primero de una reacción instintiva, después de una asociación general con un elemento bien conocido y funcional, como lo es un divinidad, y por último de la asociación de las capacidades o poderes que dicha deidad tiene sobre diferentes situaciones con la vida o muerte del hombre.

      Los ejemplos anteriores son el marco general que se conoce sobre las creencias de la época, sobre los seres fantásticos y fenómenos que producían miedo entre los mesoamericanos. Como hemos mencionado, las explicaciones de los hechos que nos producen miedo varían considerablemente según la cosmovisión de una sociedad y el tipo de pensamiento que se desarrolla dentro de la misma, por esta razón, lo que pareciera a nuestros ojos superstición basada en el mito, en su justo valor es la explicación del entorno físico en que vivieron los hombres de los pueblos nahuas, por lo que no podemos descalificar sus explicaciones anteponiendo las nuestras, ya que son el resultado de un proceso de pensamiento racional, pero fundamentado en aspectos distintos a nuestra y otras épocas.

 Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

[1] Alfredo López Austin, “Los mexicas ante el cosmos” en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces-INAH, vol. 16, núm. 91, mayo-julio de 2008, p. 26.

[2] Alfredo López-Austin, Tamoanchan y Tlalocan, México, FCE, 1995, p. 22.

[3] Ibid., p. 24

[4] Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, México, 1980, p.123.

[5] Fray Toribio de Benavente “Motolinía”, El libro perdido Ensayo de reconstrucción de la obra histórica extraviada de Fray Toribio, dirección de Edmundo O’Gorman, México, CONACULTA, 1989, p. 254.

[6] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, 11ª edición, México, Porrúa, 2006, p. 261.

[7] Mendieta, op. cit., p. 123.

Obras consultadas

Benavente, fray Toribio de, El libro perdido. Ensayo de reconstrucción de la obra histórica extraviada de Fray Toribio, dirección de Edmundo O’Gorman, México, CONACULTA, 1989.

Heyden, Doris, “Tezcatlipoca en el mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. 19, 1989, pp. 83-93. En línea http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/ nahuatl/pdf/ecn19/304.pdf (consultado 13/03/2017).

López-Austin, Alfredo, “Los mexicas ante el cosmos” en Arqueología Mexicana, México, Editorial Raíces-INAH, vol. 16, núm. 91, mayo-julio 2008.

Tamoanchan y Tlalocan, México, FCE, 1995.

Mendieta, fray Gerónimo de, Historia Eclesiástica Indiana, México, 1980.

Sahagún, fray Bernardino de, Historia General de las Cosas de Nueva España, 11ª edición, México, Porrúa, 2006.

—  Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de Thelma D. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J. O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, University of Oklahoma Press, 1997. Traducción del inglés al español por parte del Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano.