Entre la vida y la muerte III

REMEDIOS MÉDICOS EN EL MUNDO NAHUA

Resulta obvio decir que las enfermedades en la población precortesiana de la región central de México, disminuían la capacidad física de aquellos que las contraían, incluso, lógicamente, al grado de provocarles la muerte. En realidad lo anterior dista de ser exclusivo de un tiempo y un espacio determinados. Sin embargo, entre los antiguos nahuas, el que un miembro de la comunidad se encontrara enfermo, a veces tenía serias implicaciones a nivel social. Al no deslindar ningún padecimiento de este tipo de su cosmovisión eminentemente religiosa —que no se restringía sólo a este ámbito, sino a la concepción de todo fenómeno natural y toda acción humana—, creían que la ausencia de la salud podía ser una señal provocada por las divinidades,  lo que  indicaba que se había perdido la concordia entre la sociedad y el universo. Sin importar quién fuera el emisario del anuncio divino, la situación les advertía un desajuste que afectaba a la totalidad del pueblo, reclamando una deficiencia en la veneración y el agradecimiento hacia las fuerzas superiores.

             Ahora bien, las deidades no eran las únicas que podían suscitar alguna enfermedad. Otra fuente de origen se hallaba en una amplia variedad de tipos de magos que empleaban sus poderes para dañar a las personas, y que genéricamente eran identificados como los tlatlacatecolo.[1] Algunos de los mecanismos de agresión, frecuentemente empleados, consistían en­­ sangrar sobre aquél al que deseaban perjudicar, verlo fijamente o tocarlo con su mano.[2] Entre los móviles que estos brujos tenían para actuar obscuramente se encontraban: el  “asustar”[3] o el deshacerse de sus enemigos, pero también el apoderarse de los bienes de aquéllos a quienes enfermaban, pues estos últimos se veían en la necesidad de recurrir a la parte agresora buscando que revocara el maleficio a cambio de una fuerte retribución económica.[4]

           Por otro lado, no sobra apuntar que los indígenas entendían, al igual que hoy lo hacemos nosotros, que el deterioro físico humano es un rasgo inherente al concepto de la vida, por lo que incluyeron la existencia de una esfera etiológica ajena a las manifestaciones sobrehumanas, circunscrita por completo al curso natural de la vida. Aquí cabe mencionar algunos ejemplos: los golpes recibidos en riñas —según fray Toribio de Benavente “Motolinía”, no eran tan frecuentes pero cuando se daban hasta “allegaban a descalabrarse”—,[5] e igualmente el desgaste del cuerpo al emplearlo como herramienta de trabajo, las grietas y callos que se les producían en las plantas de los pies a los mercaderes por andar inmensos trayectos, ejemplifican esta última situación.[6]

Fig. 1. ESLAVA

Fig. 1. A los descalabrados se les lavaba con orines y se les exprimía una penca de maguey asada sobre la herida. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro X, fol. 113v.

              En el afán por evitar el camino que llevaba a morir por enfermedad, en Tenochtitlan, solían dirigirse a un guía que conociera la manera de sortear el sendero de la fatalidad y condujera por el de la recuperación, lo que incontables veces arrastraba a las personas cercanas al enfermo a pagar “cuanta hacienda” tuvieran disponible e incluso a quedar endeudadas.[7] Caso contrario se dio en la ciudad de Tlaxcala, donde solamente se iba al médico si éste se hallaba fácilmente y además el costo de sus servicios no era muy elevado, pues sus moradores tenían “mucha […] paciencia y sufrimiento […] en las enfermedades”.[8]

             Los procedimientos utilizados para sanar al paciente estaban basados en un par de vías generales de metodología médica: la magia y la -aproximada a lo que llamamos farmacología- experiencia empírica. El uso de una u otra, fundamentalmente dependía de cómo había germinado lo que se pretendía aliviar. Por ejemplo, los remedios requeridos contra las dolencias mandadas por entidades divinas, se constituían básicamente por actos rituales que perseguían la expiación. No obstante, las acciones que se emprendían con el fin de curar lo que  ocasionaban hechiceros siniestros y la vida misma, se llevaban a cabo para intentar una regeneración de la salud —en realidad, esto se manejaba de igual manera en cualquiera de los otros dos patrones etiológicos (magos malvados y causas naturales) de los que ya hemos hablado—. Uno de estos casos, donde las fórmulas mágicas y los conocimientos empíricos convivían armoniosamente, se presenciaba cuando se atendía un hueso roto;[9] si la fractura era del pie, se usaban, justo en la zona afectada, polvos de las raíces del acocotli y de la tuna, para después envolverse con un lienzo y entablillarse.[10] Al mismo tiempo, quien suministraba la curación pronunciaba una serie de conjuros.

Fig. 2 ESLAVA

Fig. 2. Médico ocupándose de un hueso quebrado. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro X, fol. 111r.

            De amplia relevancia fue el papel que jugó la adivinación para realizar el diagnóstico facultativo. Efectivamente, los sortilegios que utilizaban mujeres y hombres consagrados a las artes adivinatorias, tenían como objetivo el revelar cuál era el padecimiento y mostrar su naturaleza; en caso de que éste tuviera su punto de emanación en un ente divino, se definiría con precisión el nombre del ser supremo al que se debía de propiciar para revertir la dolencia. Además, predecir enfermedades venideras y prescribir las medidas precautorias correspondientes, así como informar si sobreviviría o no el paciente, formaban parte de esta actividad.[11] Un ejemplo muy ilustrativo de este trabajo, aparece en los testimonios acerca de los vaticinios que efectuaba “la que echaba maíz al suelo”:­­­­­­

Si enferma el hijo de alguna [mujer] luego hace conjuro, echa suertes acerca de él. Ponen ante ella al niñito los que lo traen en brazos. Entonces ella pone en una cazuela tapada granos de maíz. Luego derrama por el suelo los granos y al derramarlos caen unos por un lado y otros por otro. Luego dice a las gentes: -“morirá el niño porque los granos han caído por diversos lugares.” Pero si ha de sanar, caerán en anchas hileras los granos y los granos quedarán como en cuenta.[12]

Sobre este rito, Motolinía expuso en su Historia de los Indios de la Nueva España que: “Para saber si los enfermos eran de vida tomaban un puñado de maíz de lo más grueso que podían haber y echábanlo como quien echa unos dados y si algún grano quedaba enhiesto tenía por cierta la muerte del enfermo”.[13] Semejantes presagios ocurrían cuando se solicitaba la ayuda de “la que veía en el agua” o de “la que lee la suerte en cuerdecillas”. La primera de estas dos mujeres roía granos de maíz, los depositaba en una cazuela verde azulada con agua, después la tapaba y destapaba, y finalmente observaba si el niño, de acuerdo con la disposición de las semillas dentro del recipiente, sanaría o moriría. La segunda ataba unas cuerdas frente a un mortecino afectado y las estiraba con fuerza con el propósito de desatarlas; si lo lograba era porque el destino del doliente le había deparado la oportunidad de salvarse, si los nudos no se desbarataban fallecería.[14]

             Sin diferenciar si se trataban de revelaciones cósmicas o de fenómenos meramente biológicos, los indígenas combatieron las afecciones con un conocimiento profundo de la virtud curativa de la naturaleza que les rodeaba.[15] Una revisión de los registros hechos por los informantes de Sahagún, nos arroja una lista muy heterogénea de sustancias que servían en la elaboración de fármacos:[16]  polvo de mazorca de maíz, miel de abeja, chile espolvoreado, cola de tlacuache, raíz de nopal, maguey molido, trozos de lagartija y múltiples hierbas hervidas en pulque o en agua, eran tan sólo algunos de estos ingredientes de los que se disponían.

           Los secretos albergados por la exuberante flora conocida en el mundo nahua prehispánico fueron enseñados tradicionalmente por viejos sabios a sus jóvenes aprendices y, desde luego, la correcta producción de medicinas era un eje central de las lecciones, pues de ello, medularmente, dependió la supervivencia de la población. Además, también pudo ser costumbre que los no iniciados fabricaran remedios contra dolencias menores que usualmente contraían —entre otras razones porque había un recetario conocido popularmente que se heredaba generación tras generación, o bien, como ya sugerimos líneas arriba, porque el pago a un experto no podía ser siempre cubierto— pero, solamente los entendidos eran aptos para solucionar las más graves y más urgentes. Los documentos que sobre este tema poseemos muestran que el dominio en la materia, implicaba un verdadero entendimiento de los atributos terapéuticos de  las semillas, plantas y otros organismos por el estilo, para aplicarlos a determinados males y conocer cómo se suministrarían. Para dejar en claro la conciencia que se tenía en esto, baste un ejemplo que se halla en la Historia general de las cosas de Nueva España, acerca de la hierba nombrada tzatzayanalquiltic:

…las ramitas de esta hierba salen muchas sobre la tierra, tienen las hojas como la hierba que se llama tzayanalquílitl, tiene las hojas pequeñas y arpadillas, muy verdes; no tallecen. De la hierba no hay provecho. La raíz de esta hierba es una, y parece como cuentas que están ensartadas; de fuera son de color castaño claro, de dentro son blancas. Bébese molida y mezclada con agua; aprovecha a las mujeres que crían cuando se les aceda la leche, y bebida muchas veces purifica la leche; y también la dan a beber al niño que tiene cámaras [y] con ella se le quitan. También se maja, y el zumo que sacan de ella purifica la orina a los niños. Las que dan leche no han de comer aguacates porque causan cámaras a los niños que crían…[17]

Fig. 3 ESLAVA

Fig. 3. Preparación de medicamento. Fray Bernardino de Sahagún, Códice florentino, t. III, Libro XI, fol. 141r.

             Este ambiente natural del que hablamos se desarrolló de igual suerte en el campo de la valoración de la salud. Los paini o “mensajeros”, aprovechando las cortesías del entorno, consumían algunos de los elementos que éste poseía, como el peyote o el tabaco, para así emprender un viaje al supra mundo y tener un acercamiento con seres que les darían un mensaje para los enfermos; el contenido de la misiva era la respuesta a las dolencias que les abrumaban.[18] Sí, la utilización  de alucinógenos fue un recurso habitual en la estimación de los daños somáticos de los hombres, pero, aclaremos, también lo fueron otros agentes, como el perder una vasta cantidad de sangre, que permitían a los místicos alcanzar sitios arcanos con la intención de obtener mayor certeza en casos en los que se complicaba dar con el diagnóstico.

        Junto con los vegetales, los minerales se incluyeron en el combate por la sanidad. Sabemos de varias piedras que específicamente se consideraron de gran auxilio para atacar ciertos males y que procedían de lugares como Jalapa o Guatemala: la conocida como quiauhteocuitlatl, estimada, provechosa en quienes habían sido espantados por un rayo y quedaban “como desatinados y mudos”; la eztetl, para “restañar la sangre de las narices”, y la atlchipin “contra el calor interior demasiado”.[19] Además, tenemos noticia de que igualmente el reino animal fue un rico proveedor de propiedades medicinales, que éstas inclusive llegaron al grado de ser estimadas, en al menos un caso, por la facultad de curar la añoranza de los momentos que se pasaron con una persona amada, las tentaciones sexuales y la locura. La receta para superar esta terna de sufrimientos era la misma: comerse un tigre; se asaba o se cocía, probablemente era solo cuestión de gustos, o quizá la preparación del platillo se fijaba por la tribulación con la que se cargaba. En realidad la peor parte se la llevaban los locos; a ellos les daban un trozo de cuero, unos cuantos huesos y un pedazo de estiércol, “todo quemado y molido y mezclado con resina”, para que se sahumaran con él.[20]

          Se utilizaba materia orgánica e inorgánica, magia, conjuros… “lo que fuera”, para oponerse a espantos, tristezas, lujurias, demencias, diarreas, hemorragias, fracturas y más padecimientos. Los nahuas, por decirlo de alguna manera, no podían vivir sin estar sanos, y mucho menos sin alegrar a sus dioses; su sociedad subsistía gracias a esto. Las enfermedades constituyeron problemas de carácter físico, mental, emocional y espiritual. Restablecer y mantener la salud era cosa seria, se trataba no sólo de cuidar el cuerpo de un individuo sino de alimentar y conservar el orden de la vida en el universo.

Francisco Fernando Eslava Estrada, MEH-UAQ

Seminario Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

 

[1] Alfredo López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. VII, 1967, p. 88.

[2] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Editorial Porrúa, 11ª edición,  2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300), p. 879.

[3] López Austin, op. cit., p. 93.

[4] Ibid., p. 92.

[5] Citado por Pablo Escalante Gonzalbo en Historia de la vida cotidiana en México: Tomo I, Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, COLMEX-FCE, 2004, p. 211.

[6] Ibid., p. 241-242.

[7] Fray Toribio de Benavente, Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, estudio crítico, apéndices y notas de Edmundo O’Gorman, México, Editorial Porrúa, 8ª edición, 2007, (col. “Sepan cuantos…”, 129), p. 82.

[8] Ibid., p. 81.

[9] López Austin, op. cit., p. 110.

[10] Sahagún, op. cit., p. 577.

[11] López Austin, op. cit., p. 102.

[12] Sahagún, op. cit., p. 881.

[13] Motolinía, op. cit., p. 146.

[14] Sahagún, op. cit., p. 881-882.

[15] Como ejemplo véase el capítulo 4 de los Primeros memoriales de fray Bernardino de Sahagún.

[16] Véase el Libro Décimo, Capítulo XXVIII de la  Historia general de las cosas de Nueva España.

[17] Sahagún, op. cit., p. 655.

[18] López Austin, op. cit., p. 102.

[19] Sahagún, op. cit., p. 664-665.

[20] Ibid., p. 664.

 

OBRAS CONSULTADAS

Benavente, Motolinía, fray Toribio de, Historia de los indios de la Nueva España, estudio crítico, apéndices y notas de Edmundo O’Gorman, México, Editorial Porrúa, 8ª edición, 2007, (col. “Sepan cuantos…”, 129).

Escalante Gonzalbo, Pablo, Historia de la vida cotidiana en México: Tomo I, Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, COLMEX-FCE, 2004.

López Austin, Alfredo, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM-IIH, vol. VII, 1967.

Sahagún, fray Bernardino de, Primeros memoriales, paleografía del texto náhuatl y traducción al inglés de ThelmaD. Sullivan, completada y revisada con adiciones de Henry B. Nicholson, Arthur J.O. Anderson, Charles E. Dibble, Eloise Quiñones Keber y Wayne Ruwet, Norman, University of Oklahoma Press.

  • – Códice florentino, 3 tomos (edición facsimilar elaborada por el Gobierno de la República Mexicana), México, Archivo General de la Nación-Casa Editorial Giunti Barbera, 1979.
  • – Historia general de las cosas de Nueva España, México, Editorial Porrúa, 11ª edición, 2013 (col. “Sepan cuantos…”, 300).