Vicios, castigos y desechos I

De escatología áurea. El teocuitlatl

Para los antiguos nahuas, las excrecencias eran vistas como una parte de la oposición complementaría, además de ser producto de los procesos del hombre. Si bien en náhuatl el término que se utiliza es cuitlatl, éste también hace referencia a las mucosidades aunque se traduzca directamente la palabra como “mierda”. [1]

Hablar de escatología, en una de sus acepciones, nos remite al desecho o bien a los productos que emanan del ser humano. Dentro del contexto religioso mesoamericano están  asociados con el lado frío, húmedo y oscuro del  universo. En este sentido, fray Bernardino de Sahagún, en los Primeros memoriales,  menciona que las excrecencias eran el alimento de las deidades de la muerte:

En Mictlan,  Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl  comen pies, manos, y un guiso fétido de escarabajos. Su atole es pus; lo beben de los cráneos.

El que solía comer una gran cantidad de tamales, come lo que está lleno de un olor nauseabundo en Mictlan; los tamales están llenos de un nauseabundo olor de escarabajos fétidos.

El que en la tierra comía un guisado de frijoles negros come corazones en Mictlan.

Y todas las hierbas venenosas se comen ahí, y todos los que van al Mictlan, todos comen amapolas espinosas.[2]

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Fig.1 Mictlanteuctli coprófago, Códice Borgia, lámina 13 (detalle).

 

Ya comentamos un poco el concepto de cuitlatl, “desecho”, en un nivel mundano, pero en el plano de lo divino podemos hablar del oro y la plata como aquello que dejaron los dioses sobre la tierra, un cierto tipo de excresencia. La palabra para designar a estos metales es teocuitlatl o “divina excrecencia”, pues hace alusión directa al Sol; la partícula teo- proveniente de teotl, dios, los designa como objetos de carácter divino, de carácter sagrado. No tenían un valor cuantificable o de cambio común como en la cultura occidental y tampoco existieron grandes cantidades de oro y plata, como se piensa gracias a los relatos de las crónicas de los conquistadores españoles, retomadas por autores posteriores. A decir del propio Sahagún:

Antes que viniesen los españoles a esta tierra nadie se curaba de la plata ni del plomo; buscaba solamente oro en los arroyos, porque de donde corre el agua lo sacaban con jícaras, lavándo la arena, y así hallaban granos de oro , unos tan grandes como granos de maíz, otros menores, otros como de arena. [3]

El teocuitlatl, el oro, se obtenía en pocas cantidades y al ser un material de carácter sagrado no toda la gente podía disponer de él, como ocurría con el jade y demás piedras verdes o los ropajes de algodón. Además, las mismas fuentes sahaguntinas nos indícan que el oro podía comerciarse en forma de barbotes o canutillos de polvo.

La Matrícula de tributos y el Códice mendocino nos brindan información sobre los principales lugares en donde se obtenían estos metales,  para después ser llevados, anualmente, a Tenochtitlan en calidad de tributos: ya fuera en polvo, tejuelos, barras pequeñas o en escudos pequeños;  estas fuentes hacen mayor referencia al oro. Dichas regiones eran Cuetlaxtlan, Tlapacoyan, Tlachco, Tlazauhtitlan, Yoaltepec, Tlapan (fig. 2), Tlachquiauhco, Zozolan, Malinaltepec, Tochtepec, Coixtlahuacan, Coyolapan y Xoconochco. [4]Una vez en la ciudad, parte de los tributos se los quedaba el tlahtoani y otros se comerciaban en los mercados de Moyotlan y Tlatelolco. En este último se tiene noticia de que ya se comerciaba oro desde el señorío de Cuauhtlatoa cuando todavía Tlatelolco era independiente de los mexicas.[5]

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(Fig. 2) Tributos de la provincia de Tlapa, en el cuadro rojo se señalan los que se hacían en oro: 10 tabletas “de oro de quatro dedos en ancho y como un pergamino de grosor” y 20 jícaras “de polvo de oro, cada una jícara que cabría en ella 2 almozadas”. Códice mendocino, fol. 39r, paleografía del autor.

El teocuitlatl podía diferenciarse en los vocablos coztic-teocuitlatl, “divina excrecencia amarilla” para el oro e iztac-teocuitlatl, “divina excrecencia blanca” para la plata. Sahagún hace referencia a ellas como parte del nombre de dos atavíos de uso exclusivo para los señores:

a otras divisas de éstas llamaba cóztic teocuitlacopilli, por que el capillo era todo de oro, con un vaso con plumas encima de la punta del capillo; a otras divisas de éstas llamaban íztac teocuitlacopilli, (y) eran como la de arriba pero de plata.[6]

En dichos términos de carácter divino es posible observar la separación entre éstos y otros metales, como el cobre, tepoztli o tepuztli, palabra que en el náhuatl que se habla hoy, engloba a los metales en general.

Como sabemos, el teocuitlatl podía ser trabajado con un alto grado de maestría por los orfebres, los teocuitlahuaqueh o “gente que trata los metales finos de oro y plata”. Fray Bernardino de Sahagún, tanto en el Códice florentino como en la Historia General de las cosas de Nueva España, describe las técnicas de fundición, martillado y esgrafiado con punzones de piedra, hueso y obsidiana y técnicas como la de cera perdida.[7]  (figs. 3 y 4).  Tal es la hechura y la finura de los acabados y demás ornamentos, que podemos ver en una amplia gama de figuras y representaciones que han llegado a nuestros días producto de exploraciones y descubrimientos de tumbas como la 7 de Monte Albán, cuyo hallazgo se atribuye a una hierofanía que tuvo Alfonso Caso: se dice que caminaba, caída la noche, por el patio central de la zona arqueológica mencionada y frente a un montículo se abrió un pocito. Al asomarse vio flotando una jícara roja con un pez dorado en su interior. Lejos de asustarse, Caso tomó la jícara y el pez, que permaneció inmóvil, le indicó donde podía excavar para hallar, hasta ahora, la más suntuosa ofrenda mortuoria.[8] Además, pueden encontrarse en otros contextos, como en las ofrendas del Templo Mayor, donde los objetos de teocuitlatl forman parte tanto de los atributos de los dioses consagrados al Sol (Huitzilopochtli o Xipe Totec) como de la parafernalia de las deidades del agua y  la fertilidad (Tlaloc o los Centzontotochtin), lo cual nos indica que las deidades no tenían grados absolutos y dentro de sus atavíos tenían elementos complementarios de naturaleza cálida, como el disco de oro que portaban estas deidades en el pecho.

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(Figs. 3 y 4) Orfebres de oro y un platero con su hijo. El símbolo del círculo en el centro con esa cruz trenzada es el glifo del teocuitlatl en los códices y en algunas esculturas. Códice florentino, Libro IX, cap. XV, fol. 51r, y Códice mendocino, fol. 70r.

 Por otro lado, Sahagún también menciona cómo eran las fiestas y las costumbres religiosas del gremio de los orfebres, consagrado a Xipe Totec. Le hacían su fiesta anual en el templo de Yopico, dentro del recinto sagrado del Templo Mayor durante las veintenas de tlacaxipehualiztli (“el desollamiento”) y tozoztontli (“el ocultamiento de las pieles de los sacrificados”).[9]

Dentro de la cosmovisión de los nahuas, el teocuitlatl, pese a ser, por convención, de naturaleza fría al ser una excrecencia, se considera cálido por venir directamente del astro rey y debido a ello, en el seno del Monte Sagrado representa el flujo cálido que desciende de los cielos al inframundo. Esto lo podemos ver con claridad en la lámina 40 del Códice Vaticano Latino 3773, donde aparecen tejuelos de teocuitlatl, oro, alternados con cuentas de jade en los bordes del receptáculo del Chalchiuhmechhuacan. (fig.5)

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Chalchimechhuacan. En los bordes de la media luna que rodea al estanque de agua preciosa donde está el pez, vemos los tejos de teocuitlatl, oro. Son los que poseen forma de ollita, los de color claro que alternan son los de jade. Códice Vaticano Latino 3773, lámina 40 (detalle).

El Chalchiuhmechhuacan, “En donde se poseen los peces de piedra verde preciosa”, es una de las moradas al interior del Monte Sagrado que diversos investigadores como Wigberto Jiménez Moreno, Karl A. Taube y Alfredo López Austin han señalado como el lugar nutricio donde se originan los mantenimientos, así como seres en formación simbolizados por los peces, aunque en conjunto los peces, los tejuelos de oro y las cuentas de jade son el símbolo de las riquezas que tiene en su interior el Monte Sagrado, sean estos tangibles (como el sustento y los mantenimientos, los alimentos, así como los objetos suntuarios) o intangibles, pues representan el equilibrio de los flujos contrarios: el calor solar de la maduración y el frío húmedo de la germinación, ambos circulan por dentro del  árbol que surge del quiote del maguey capado, reflejo del árbol precioso, el árbol florido, el xochicuahuitl, que se localiza en Tamoanchan y que tiene a su vez un reflejo en cada uno de los puntos cardinales. [10]

Como podemos observar, el simbolismo del teocuitlatl entre los nahuas, era muy diferente del concepto y uso occidental que conocemos. Pese a ser comerciable, no tenía un valor de cambio de importancia  como hoy día, donde rige la economía a nivel monetario en general (se supone que todas las monedas deben tener una proporción de metal precioso, oro o plata). En Mesoamérica, dentro de la cultura nahua, al ser sagrado el teocuitlatl, estaba directamente asociado con el lado masculino, cálido y madurador del universo, sobre todo con el calor solar descendente al seno mismo del inframundo, donde surgen: el sustento de los hombres, el alimento como el maíz, el fríjol o la calabaza, que son la verdadera riqueza que proviene del seno de la tierra, madurada por los rayos del Sol, de donde provenía esta divina excrecencia.

    Gerardo Antonio Ramírez García

Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI novohispano

 

[1] Fray Alonso de Molina, Vocabulario de la lengua Mexicana (edición facsimilar de 1571),  México, Porrúa, 2004, fol. 27v.

[2] Fray Bernardino de Sahagún, Primeros memoriales, edición facsimilar de Ferdinand Anders, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1993, fol. 84r, la paleografía y traducción del Seminario permanente Crónicas y fuentes de origen indígena del siglo XVI Novohispano.

[3] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2006, Libro XI, cap. IX, p. 674.

[4] Robert H. Barlow, Obras vol. 4: La extensión del imperio de los culhua mexica, México, INAH-UDLA, 1992, p.30-34, 90-93, 119-122, 132-144, 149-177.

[5] Sahagún, Historia general…, op. cit., Libro IX, cap. I, p. 471.

[6] Ibid., Libro VIII, cap. XII, p. 444.

[7] Ibid., Libro IX, cap. XV, p. 502-506.

[8] Comentario personal del Dr. Alfredo López Austin.

[9] Sahagùn, Historia general…, op. cit., Libro IX, cap. XV, p. 503.

[10] Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, Monte Sagrado-Templo Mayor, México, INAH-UNAM, 2009, p. 52, 98.

 

Fuentes Consultadas:

Molina, fray Alonso de, Vocabulario de la lengua Mexicana (edición facsimilar de  1571),  México, Porrúa, 2004.

Sahagún, fray Bernardino de, Primeros memoriales, edición facsimilar de Ferdinand Anders, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1993.

­­­­­­­­­­­­­­___________, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, 2006.

Barlow, Robert H., Obras vol. 4: La extensión del imperio de los culhua mexica, México, INAH-UDLA, 1992.

López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, Monte Sagrado-Templo Mayor, México, INAH-UNAM, 2009.